Agustin Urreiztieta

AUKUS y los hipersónicos

Por Agustin Urreiztieta El título del artículo suena a banda de rock progresivo, pero no lo es. AUKUS, no es el nombre del cantante líder, son las siglas del importante cambio geoestratégico que se produce en las inmediaciones del Mar del Sur de China. Las siglas (en inglés) reúnen a Australia, Reino Unido y los Estados Unidos en una sólida alianza militar que, sin nombrarla, hace contrapeso al avance de la China Comunista en la región.  Los temas de la alianza, además de los imperativos de seguridad regional, abre un abanico de cooperación en inteligencia artificial, tecnología cuántica y cibernética, investigación y desarrollo y mucho más. Los hipersónicos no son los otros miembros de la banda, son los misiles chinos cuyas pruebas en agosto pasado sorprendieron a los servicios de inteligencia estadounidenses por su avanzadísima tecnología. Incluso se intuye que rebasa los alcances americanos en ese campo. Los misiles hipersónicos, puede llevar cargas nucleares en vuelos espaciales de órbita baja, dar vueltas al planeta antes de dirigirse a su objetivo a 6.200 kilómetros por hora, cinco veces la velocidad del sonido. A esa velocidad, no existen sistemas de defensa antimisiles y quedaría el mundo cubierto por el manto de esta terrible amenaza militar china. Con este dato, ¿entra el mundo de lleno a una nueva carrera armamentista? A pocas semanas de la retirada americana de Afganistán, se vislumbra con más claridad el sentido del golpe de timón. Ante los ojos incrédulos del mundo por la debacle afgana, la respuesta americana no tardó en llegar. Más allá de las escenas impactantes de un imperio en retirada, huyendo de unos guerrilleros en harapos y chancletas, se aprecia el redespliegue de Estados Unidos contra China y el reposicionamiento claro de sus intereses. La materialización de la estrategia reviste la forma de una alianza tradicional entre países con valores e historia común, el AUKUS. Y es así como la impresión de una nueva Guerra Fría se concreta poco a poco. Esta vez se trata de occidente vs China, o de democracias liberales vs la China comunista, o aún más pragmático, por el dominio militar, económico, comercial, control de materias primas, alimentos, agua, energía y un largo etcétera.  El AUKUS nos trae viejos recuerdos de la “contención”, la contención de la expansión china, para usar una palabra de la primera Guerra Fría. El centro geográfico de estas tensiones se encuentra en el Mar del Sur de China, donde Pekín construye islas militarizadas y vislumbra la anexión de la añorada provincia rebelde de Taiwán, la cual intenta recuperar por todos los medios desde 1949. Sin embargo, otras señales neurálgicas de esta rivalidad se manifiestan de distintas formas. Una de ellas, es el esfuerzo milmillonario de Pekín, en desarrollar, en más de setenta países, una estrategia de inversiones en infraestructura conocida en inglés como la Belt and Road o, la Nueva Ruta de la Seda en español. Evidentemente, este programa facilita el acceso a materias primas y constituye la punta de lanza del soft power diplomático chinoen el mundo. En efecto, a través de esta nueva ruta de la seda, China financia y construye puertos, aeropuertos, carreteras, ferrovías, represas, túneles, plantas eléctricas, oleoductos, gasoductos, tejiendo así una densa urdimbre de conexiones, negocios, intereses y ultimadamente control y proyección. Los países y regiones son variadísimos. Comprenden el sudeste asiático, el océano Índico, el este de África y algunos puntos de Europa. Desde luego, América Latina no fue excluida del plan. China se hace muy presente en Panamá, Ecuador, Uruguay, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Perú, sin olvidar a Venezuela. Las inversiones reflejan claramente la intención china en penetrar las fuentes de materias primas y alimentos que pueda ofrecer América Latina, a través del Belt and Road y mediante lo que los Estados Unidos llama “préstamos corrosivos”. Así, extiende el alcance y el peso de su garra a la hora de ejercer influencias en, las más bien vulnerables, democracias de la región. Otro punto álgido de esta competencia lo apreciamos en el rol de China como tenedora de bonos del Tesoro de los Estados Unidos, por aproximadamente 1.12 billones de dólares. Sin duda, esto agrega una pizca de condimento extraño a esta nueva guerra fría. Así, China a través de su “diplomacia de la deuda” pudiera blandir la amenaza de descargar los bonos estadounidenses en los mercados de capital con consecuencias nefastas. Paradójicamente, el revés de esta moneda nos muestra que el 38% de las reservas de divisas de China están denominadas en dólares americanos. Por ello, un remate de deuda americana por parte de China podría significar una devaluación importante del dólar, lo que paradójicamente, pudiera hacer más competitivos los productos y servicios americanos, amén de tantas otras consecuencias conocidas y desconocidas. Estaríamos en territorio no explorado. Es una extraña Guerra Fría, en donde los rivales están íntimamente conectados y, por ende, asociados por el comercio, por las finanzas y por miles de intereses comunes que, sin embargo, no eliminan la rivalidad por la cima del dominio mundial. El AUKUS es una de las variadas respuestas a estos desafíos. Sin embargo, el reposicionamiento estratégico no ha sido sin traumas. El primero, en Francia, al perder el colosal contrato por la fabricación de los submarinos para Australia. Estados Unidos, sin protesto, exige de sus aliados una actitud de enfrentamiento frente a China. Así, hace pagar a Francia por su “singularidad gaullista” (retiro de la estructura de comando de la OTAN, desarrollo de su propia fuerza de disuasión nuclear, oposición a la invasión de Estados Unidos, Irak en 2003, entre otros). Definitivamente, la alineación ideológica no significa siempre alineación estratégica. Francia hoy lo entiende muy bien. Otros choques son evidentes. Es el caso de Europa, quien recientemente anuncia su estrategia “27” para el Indo-Pacífico. Pareciera que, en esta pelea, Europa no quiere alinearse y más bien apunta a “la cooperación, no a la confrontación” con Pekín, defendiendo al mismo tiempo en una acrobacia retórica- acrobática, los valores democráticos. Difícil malabar. Es evidente que, para los Estados Unidos, la

Paradojas chinas ¿Siempre grande?

Por Agustin Urreiztieta Evergrande Group, el grupo inmobiliario chino al borde de la quiebra se ha salvado, por ahora, mediante negociaciones tras bambalinas. La mano del gobierno chino impide in extremis la insolvencia inminente del gigante de pies de barro y mantiene por los momentos la tapa sobre una olla financiera y social en ebullición. Esta es una de las curiosas paradojas que el mundo postmoderno nos estruja en la cara. China, “siempre grande” digna de admiración por su progreso y objeto de temor y estupor ante su crecimiento desmesurado. El mundo sufre de escalofríos ante su poderío económico, militar, científico, demográfico, pero también tiembla de miedo cuando es frágil y temblorosa, como lo demuestra el caso del conglomerado Evergrande. Evergrande es el segundo grupo inmobiliario más grande de China, un coloso en un país de 1.400 millones de habitantes que se urbaniza a un ritmo acelerado. Su portafoliode negocios es impresionante. Para ello los números son más elocuentes que las palabras: 100 millardos de dólares americanos en ventas en el 2020, 12 millones de propietarios/clientes,132 millones de metros cuadrados en proyectos en construcción, 231 millones de metros cuadrados de parcelas para construcción, solo por brindar algunos datos de acceso público. Asimismo, produce vehículos eléctricos, invierte en temas de salud, en bancos, es dueño de un equipo de futbol y mucho más. Pero bien dice el viejo adagio, no todo lo que brilla es oro. A pesar del nombre pomposo y trascendente, Evergrande: siempre grande y, si lo leemos sin la “e” al final, siempre grandiosa, la empresa pretendía ser un reflejo de la majestad eterna del Imperio Celeste, la gran China moderna bajo el estoico diktat del neomandarinato. Pero la realidad es cruel y muerde. La acción de Evergrande pierde 90% de su valor y se encuentra al borde de la quiebra. Aplastada bajo el peso de una montaña de deuda de unos 300 millardos de dólares americanos. Léase bien la cifra, es un número 3 con 11 ceros a la derecha (300.000.000.000 dólares americanos) de deuda. Un hedor de riesgo sistémico al estilo 2008 sacudió los mercados globales de capital. Enseguida se temió un “Lehman Brothers chino”, en trágica referencia a la quiebra del banco americano que disparó la Gran Crisis financiera de 2008. Al borde del abismo, Evergrande anunció que podrá saldar un primer tramo de la deuda vencida. Paliativo que logró calmar los excesos por el momento. Aunque nada definitivo pues la burbuja inmobiliaria china permanece intacta. Esta situación merece varias lecturas paradójicas. La primera, nos muestra que una de las grandes diferencias entre la Guerra Fría con la Unión Soviética y la que se está formando con China es la globalización económica y financiera. En los días de la Unión Soviética, habría sido imposible que los aprietos financieros de una empresa soviética motivaran una caída de los mercados de capital occidentales. Sorprendentemente, los banqueros hiper capitalistas del mundo occidental, pierden el sueño por la salud de un grupo inmobiliario chino. Al mismo tiempo, Demócratas y Republicanos en Washington se quiebran la cabeza para frenar la expansión e influencia de Pekín. Mundo de curiosas paradojas. La segunda y, probablemente la más importante lectura, es que el Partido Comunista Chino no puede permitirse un “Lehman Brothers” nacional. El riesgo sistémico es palpable. El tamaño de Evergrande y su impacto en millones de clientes, familias y modestos propietarios podrían verse perjudicados si el conglomerado cierra las puertas definitivamente. Es extremadamente peligroso y políticamente imposible. Otra cifra nos muestra el tono del problema: se calcula que la empresa tiene pendiente la entrega de un 1.6 millones de apartamentos en construcción para los cuales los compradores hicieron adelantos, contrataron deudas y compromisos con bancos y prestamistas. Fácilmente se intuye el efecto dominó de una debacle. En la economía híbrida china, a pesar de las apariencias capitalistas, la política siempre tiene la última palabra. China es un bastión sobreviviente del capitalismo salvaje. Sin sindicatos, sin derecho a protesta, sin libertad de expresión ni libertades y garantías al estilo occidental. Al mismo tiempo, con un poderoso capitalismo de Estado que ha amparado el crecimiento vertiginoso de un enorme sector privado. Sin embargo, permanece sujeto al gobierno central del Partido Comunista Chino. Por ello, el mismo tinglado burocrático que de un plumazo decide apartar al magnate del Internet Jack Ma, sin mayor trámite y debate se permitirá rescatar a Evergrande de la bancarrota irreversible, mientras aplica castigos ejemplares a sus ejecutivos. Es la tónica del momento en China, moderar el entusiasmo de sus capitalistas salvajes. Así se ha hecho en los últimos meses con los casinos, la educación, los mercados financieros, las criptomonedas, los medios, el precio de los inmuebles, los servicios banqueros informales “bajo la sombra” y tantos otros sectores. En efecto, la convivencia del capitalismo y el comunismo en China ha dado lugar a extremos. Por un lado, enriquecimiento súbito y actividad empresarial galopante y por el otro los desajustes legales y regulatorios propios de un sistema comunista no diseñado para el control y supervisión de un motor económico privado increíblemente dinámico. Por ello, el neomandarinato decide en su estilo totalitario imponer el orden. No con negociaciones, ni diálogos entre partes interesadas, como sucedería en una verdadera democracia, sino con imposiciones, medidas perentorias y castigos ejemplares. Aún estarían pendientes las consecuencias para el presidente ejecutivo de Evergrande, Hui Ka Yan, quien según la revista Forbes desde el 2009, recibió unos 8 millardos de dólares americanos en dividendos mientras la empresa apilaba su montaña de deuda y se iba al garete. Y las sorpresas no se agotan por esas remotas latitudes. Se trata de un régimen comunista totalitario, donde se desconocen libertades básicas, la gente no protesta y no exige sus derechos individuales. Sin embargo, son los problemas de una empresa capitalista china en un régimen comunista, los que provocan las protestas de inversionistas frente a su sede en Shenzhen. Singulares paradojas evocadoras de la novela “Cambios” del premio Nobel de literatura chino, Mo Yan. Este es el peor escenario que

Souvenir de Cuba

Por Agustin Urreiztieta Una amigo europeo se quejaba de las restricciones impuestas por el gobierno de Cuba. Simulando candidez pregunté si era por el Covid o por las protestas que recientemente sacudieron el país. La respuesta podía anticiparse: “las del Covid … ¿Protestas? leí algo, pero ese no es mi problema, solo quiero irme de vacaciones, igual esa gente nunca cambiará”. Lapidario. Previendo la falta de interés que pudiera vivirse del otro lado del Atlántico, hice una búsqueda en Google sobre Cuba y no encontré nada reciente, silencio en las redes y en las fuentes noticiosas. ¿Es Cuba un “periódico de ayer”? Y así es la civilización del espectáculo. Una noticia es rápidamente remplazada por otra, por otra y por otra. Inundaciones en Alemania y Bélgica, los americanos abandonaron Afganistán, Nairo Quintana no ganó el tour de Francia, comenzaron los juegos olímpicos de Tokio y agosto llegó preñado de vacaciones… Con indiferencia se pasó la página y allí quedaron los cubanos, víctimas de la dictadura, de los sueños revolucionarios, saturados de proclamas y slogans sesenteros que ya no hablan a nadie desde hace años. Solo por algunos días de julio sonaron con estrépito los medios, volaron fotos y videos, verdaderos y falsos. Se encendió una luz de esperanza en la isla mártir. Un resplandor maravilloso al final del túnel de la dictatura y la quimera revolucionaria cubana. Desde la llegada de los barbudos de la Sierra Maestra el 1ero de diciembre de 1959 hasta julio del 2021, han pasado 62 años. Demasiado sufrimiento. Los admiradores de la Revolución Cubana se apresuraron en culpar a las sanciones estadounidenses reinstauradas por Donald Trump y dejadas intactas por Joe Biden. Por su parte, los críticos del castrismo lo ven como la quiebra de un régimen, una revolución agotada después de 62 años de dominio absoluto. La realidad es, sin duda, la suma de las dos, porque si bien es obvio que las sanciones económicas y financieras estadounidenses complican la vida de los cubanos, sí estamos ante un sistema que se muestra incapaz de regenerarse. Las manifestaciones en veinte ciudades de Cuba, y más espectacularmente en el Malecón, la famosa avenida frente al Caribe en La Habana, cobraron una escala casi sin precedentes desde la revolución cubana o al menos desde los disturbios de 1994 que habían provocado la salida de decenas de miles de balseros hacia Florida. El detonante inmediato fue la grave escasez de alimentos que se suma a una ya profunda crisis económica y social, un serio resurgimiento de la pandemia y su calamitosa gestión, en un país que continúa elogiando su sistema de salud, incluidas sus vacunas. Pero el contexto histórico también es esencial. Por primera vez en 60 años ya no es un Castro quien gobierna Cuba. Fidel murió y Raúl con 90 años fue sustituido por Miguel Díaz-Canel, quien no cuenta con el aura de un pasado guerrillero mítico. Mas bien se trata de un burócrata de la nomenklatura, formado como ingeniero electrónico y quien dispone de las garras necesarias para trepar la enredadera espinosa del Partido Comunista de Cuba. Para gran decepción, este relevo generacional no viene acompañado de ningún cambio político. En nada se vislumbra a un Gorbachov tropical. No se le nota el aleteo espiritual necesario para un cambio profundo en la sociedad cubana, como tampoco el olfato del pragmático para olisquear la oportunidad y sobrevivir con ella. A principios de año, el poder comunista lanzó reformas económicas, en particular las monetarias, a expensas de una devaluación del 2400% del peso cubano y un mayor margen de maniobra para el sector privado, pero por ahora, la población solo está sufriendo los efectos negativos, en particular la inflación de tres dígitos. Y, sobre todo, nada de “glasnost” o “perestroika”, como decían en Moscú, no hay apertura política. Los manifestantes marcharon al grito de “libertad”. Es decir, más allá de las penurias y dificultades de la vida cotidiana, también había una demanda de respiro de una sociedad demasiado tiempo empapada de consignas. Bandera de esta aspiración libertaria, un rap compuesto por jóvenes cubanos de La Habana y Florida, muy popular en la web fue entonado a coro por los manifestantes en las calles. Se trata de “Patria y Vida”, una desviación de la consigna revolucionaria “Patria o Muerte”, que es en sí mismo un crimen considerado “Castricida” y por tanto de alta traición a los intereses de la dictadura. El llamado urgente a la movilización de militantes comunistas lanzado por el desdibujado sucesor de los hermanos Castro, puede augurar lo peor, una represión bárbara de este movimiento popular acusado de estar a sueldo de los americanos. Desgraciadamente, y así lo han probado a través de 62 años, la dictadura comunista es capaz de sobrevivir a las peores situaciones, pero en el contexto de una crisis tan profunda como la que atraviesa la isla, y sin la legitimidad de los padres de la Revolución, la situación no se les presenta fácil. Para sostener su economía en harapos, Cuba reconoce la situación calamitosa de Venezuela después de haberla saqueado por 20 años y ante la evidente falta de interés de Rusia, emprende un sigiloso giro hacia otras fuentes. Por ello, ante las cámaras y las luces, intenta medir el uso de la fuerza para no comprometer sus relaciones comerciales con la Unión Europea y Canadá. El control de las manifestaciones aparentemente se hizo sin mayor brutalidad y sangre. Sin embargo, el adverbio “aparentemente” escondería las peores prácticas de la represión de la dictadura cubana. De eso y más son conscientes los manifestantes, del uso indiscriminado de los infames Avispas Negras, de la hiperactividad de los Comité de Defensa de la Revolución quienes “peinarán” todas las calles de la isla en busca de contrarrevolucionarios y de la aplicación de una justicia sesgada, parcial e instrumental para el mantenimiento de los jerarcas y su revolución de consignas. Estas tácticas probablemente contendrán esta ronda de protestas, al menos por ahora, pero no es una solución definitiva para Díaz-Canel. La interminable crisis

Un Pegaso sin alas blancas

Por Agustin Urreiztieta En la mitología griega, Pegaso era el caballo alado de Zeus, dios del cielo y de la Tierra. Hizo un viaje hacia el universo y allí se quedó en una constelación, que desde entonces lleva su nombre. Pegaso es un símbolo de la libertad… Pero dejemos la mitología a un lado y volvamos a la cruda realidad. El Pegaso de esta historia, estaría a veces en las antípodas de su origen mitológico. Se trata del software espía israelí de nombre Pegasus que mantiene bien ocupadas las Cancillerías de varios países. Pegasus infecta las comunicaciones telefónicas y electrónicas, hackea comunicaciones, enciende el teléfono y la cámara a distancia y se convierte en un temido y eficiente espía. Desde luego, el software es utilizado para combatir el crimen en sus múltiples formas. Terrorismo, narcotráfico, delitos sexuales, violencias callejeras, por solo citar unos cuantos. Es la tecnología al servicio del estado de derecho y la seguridad. Incluso, en su documentación legal menciona su vocación por la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, ese Pegasus también vuela sin alas blancas en cielos oscuros. Recientemente, la prensa investigativa junto con Amnistía Internacional filtró que no menos de 50.000 números de teléfonos de políticos, empresarios, periodistas, hombres de empresa, activistas de variados países como Hungría, India, México, Marruecos, Ruanda, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, habían sido víctimas de este temible spyware.   Contrario a lo que el sentido común pudiera llevarnos a pensar, Pegasus no es desarrollado por hackers anónimos dedicados al cibercrimen. Lo delicado del asunto es que el software es un producto exitoso de exportación que cuenta con licencias y la bendición del gobierno de Israel. Por dar una cifra, en México durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, se adquirieron los servicios de Pegasus por un estimado de 300 millones de dólares. Y en la tierra del gran Benito Juárez, Pegasus ha sido muy eficiente. En efecto, se ha detectado el seguimiento de 15.000 números de teléfonos con códigos mexicanos y hasta la campaña de 2018 del actual presidente, Andres Manuel Lopez Obrador, fue objeto de espionaje. De igual manera han sido espiados periodistas, los abogados de la masacre de los estudiantes de Ayotzinapa, entre tantos otros. Incluso se presume el uso de Pegasus por bandas de narcotraficantes mexicanos que colocan a policías, militares, jueces, periodistas bajo su vigilancia. Sin duda, una peligrosísima situación. Olvidemos la idea inmediata que pudiéramos hacernos. Pegasus no es vendido exclusivamente a dictaduras o regímenes autoritarios, los cuales, en su paranoia por desmontar conspiraciones, serían los primeros interesados en tecnología de punta para espiar opositores. Como mencionado, uno de los principales clientes revelados por la labor investigativa de los medios, es México, que es una democracia. Asimismo, también encontramos a la India de Narendra Modi o Hungría de Viktor Orban. Dos ejemplos incontestables de democracias a pesar de sus inclinaciones antiliberales más o menos discutibles. Entonces, lo que estos estados tienen en común no solo es la tecnología Pegasus. Lo que tienen en común es Israel. Todos son más o menos abiertamente aliados del estado hebreo. Este es el caso de algunas monarquías del Golfo (Emiratos Árabes Unidos y Bahréin) pero también de Marruecos, todas las cuales han reconocido diplomáticamente a Israel recientemente. Este también es el caso de México que, al menos desde 2008, compra armas israelíes; de Ruanda, donde Israel tiene una embajada desde 2019 y, el de India, siendo Narendra Modi el primer jefe de gobierno indio en visitar Israel en julio de 2017 y con quien se incrementan relaciones a vocación de alianza geopolítica y geoeconómica. El caso de Arabia Saudita es un tanto especial. Si bien aún no existen relaciones diplomáticas con Tel Aviv, el príncipe heredero Mohamed Ben Salman, nunca ha ocultado su admiración por el éxito económico de su vecino israelí. El reino saudí también es cliente de la tecnología israelí y, de hecho, la prensa sostiene que Pegasus fue utilizado en el asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul a instancias del príncipe heredero. Se pudiera intuir que Pegasus pudiese ser parte del “soft power” diplomático israelí pero no lo es. En realidad, el “soft power” de los Estados son herramientas de influencia no militares. Como ejemplos pudiéramos evocar las escuelas francesas en el mundo o la red de la Alianza Francesa, o los Estados Unidos con el programa de becas Fullbright y tantas otras iniciativas de cooperación promovidas por numerosos países. Por el contrario, Pegasus es un producto puro del complejo militar-industrial israelí. Hasta aquí, Nihil novum sub sole, nada nuevo bajo el sol. En esto, Israel no se distingue particularmente de sus competidores. Todos los complejos militares-industriales del mundo mezclan empresas privadas y contratos públicos y sirven a los intereses de sus países para la exportación y claro está, influencia. Es el caso de los aviones de caza Rafale para Francia, los sistemas antiaéreos y los aviones Sukoi para los rusos y, el de todos aquellos países productores de armas, municiones y tecnología bélica, en los cuales encontramos a democracias sólidas y estables como Suiza, Suecia, Bélgica, Brasil, por solo citar varios que no ocupan el sitial más alto de la industria. Por ello, nada sorprende en esta especialización israelí en herramientas de vigilancia, ni en el hecho de ofrecer estos servicios para la exportación. Tampoco en el de mezclar “intelligence” y diplomacia y así tejer y fortalecer su mapa de países amigos. De hecho, Israel coloca su política exterior en una intersección donde se cruzan los negocios, la tecnología y la geopolítica. Sin embargo, el alcance de las posibilidades de espionaje que ofrece este tipo de software espía a los estados es asombroso y aterrador. Es admirable como Israel, país de limitados recursos materiales e históricamente asediado por sus enemigos, logra en tantos campos alcanzar el primer lugar en distintas industrias y actividades. Pegasus es otra muestra del ingenio israelí pero que obliga a sus líderes a una acrecentada gobernanza y prudencia en el uso y control de su enorme

Esperando a los bárbaros

Las noticias del mundo, con frecuencia me hacen recordar la magnífica novela Esperando a los bárbaros del Premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee Por Agustin Urreiztieta El relato gira en torno a un pueblo fronterizo de un Imperio sin nombre. Por siglos tranquilo, bucólico, ve los días transcurrir sin sobresalto, mecidos por la brisa fresca que sube del rio que marca la frontera. Detrás de ella estaban los bárbaros… Un buen día el Imperio decide que los bárbaros constituían una amenaza y que era inminente una invasión sangrienta que acabaría con la civilización, con el orden. El pueblo se llenó de policías, luego de militares y, con ellos llegó la paranoia, las sospechas, las conspiraciones, las detenciones de sospechosos, la tortura, las desapariciones, la muerte. Un buen día, el Imperio -los civilizados- decidió emprender una campaña brutal en contra de los pretendidos salvajes. Por siglos, desde el Imperio se instiló, gota a gota, el miedo a los bárbaros. Se hablaba de su peligro, de su amenaza, de las barbaridades que cometen a diario. Sin embargo, nadie en el pueblo los había visto. Mas allá de la frontera todos comerciaban con agricultores, pescadores y con nómadas que de tanto en tanto pasaban a vender sus mercaderías. Luego, con las primeras nieves, se fueron los policías y los militares y… la barbarie. A los bárbaros nadie los vio nunca… ¿Quiénes eran verdaderamente los bárbaros? En el pasado mes de mayo, el mundo se estremeció por el descubrimiento de fosas comunes con 215 niños indígenas en la Columbia Británica de Canadá. Desde entonces, se han encontrado más tumbas sin marcar, llevando la cifra a más de 1000 muertes de niños y jóvenes indígenas. Lo espantoso de la historia es conocer que las muertes se produjeron en las escuelas residenciales manejadas por comunidades religiosas bajo mandato del gobierno canadiense. Estos macabros descubrimientos desencadenaron un ajuste de cuentas nacional sobre el legado de las escuelas residenciales de Canadá. Los internados financiados por el gobierno formaban parte de la política para intentar asimilar a los niños indígenas y destruir las culturas y sus idiomas. De aquí, la similitud con los bárbaros de Coetzee… De igual manera sucedió con los Estados Unidos. La mayor economía del mundo y una de las democracias más avanzadas tuvo su cuota histórica de barbaries cometidas en contra de los bárbaros. En efecto, ese gran y meritorio país intenta aun, con grandes esfuerzos, reponer la deuda histórica acumulada por la esclavitud y las guerras en contra de los indígenas autóctonos. En su afán por construir su país, no pocos obstáculos tuvieron que ser vencidos a cualquier precio, incluyendo la eliminación y el sometimiento de sus propios bárbaros.   Estos no son casos aislados o curiosidades que nos trae la historia. De hecho, la lista de atrocidades en contra del ser humano por parte de sociedades o ideas consideradas “superiores” es muy larga. Así encontramos a Leopoldo II de Bélgica en el Congo Belga, a los ingleses en la India, o la conquista española de los pueblos de América “en nombre de Dios” por sus majestades los Reyes Católicos. Desde luego, no podemos olvidar a la salvajísima y primitiva Santa Inquisición, la cual, imponiendo su perspectiva de la religión acabó, con el fuego purificador de las piras, con miles de desafiantes almas curiosas y pensantes. Siguiendo esa lógica, hasta el gran Galileo Galilei fue un bárbaro condenado por herético en 1633, por atreverse a plantear que el Sol, y no la Tierra, era el centro del universo. La humanidad estuvo a punto de no conocer a ese bárbaro. En el otro lado del espectro ideológico y al otro extremo de nuestra gran canica azul, el Gran Timonel Mao Tse Tung, impuso a su versión de los bárbaros, los burócratas e intelectuales aburguesados, la Revolución Cultural. Con ella arrasó toda una clase de gentes pensante y potencialmente peligrosa para sus fines. ¿Algún parecido con las calamitosas purgas estalinistas? Pues también la Gran Rusia tiene sus oscuros episodios de eliminación de bárbaros, así como cualquier intento de imposición de una verdad única por una minoría atornillada en posiciones de poder. La perspectiva de Coetzee no se limita a hechos pasados, más bien, trata de la arrogancia y la ignorancia de la cual puede hacer gala, en cualquier momento y sin vergüenza alguna, el poder mal entendido, mal ejecutado. El poder sin principios, sin valores éticos, sin respeto por la dignidad humana. Tan real es la ficción de Coetzee, que no solo seria aplicable a hechos históricos, si no también a situaciones que padecemos en el presente. En nuestros días, en pleno siglo XXI existen países bajo regímenes ominosos que crean o detectan a sus propios bárbaros y en contra de ellos se desata la corte infernal de intolerancias, persecución, prisión física, moral y posterior aniquilamiento. Nuestro siglo está lleno de ellos. Los regímenes dictatoriales de Cuba, Nicaragua, las opresivas monarquías islámicas, Corea del Norte y sin olvidar el caso Venezuela, son solo unos ejemplos. Asimismo, posturas personales de líderes destructivos, personifican perfectamente la trama de la novela de Coetzee. Así, un Jean Marie Le Pen en Francia, Mateo Salvini en Italia, Viktor Orban en Hungría, Hugo Chávez y Nicolas Maduro en Venezuela han creado sus propios bárbaros y acechan para dar el zarpazo a su mera existencia. Claro está que nuestro país no escapa de la moral expuesta en la novela. El poder en Venezuela tiene miedo a sus bárbaros, los cuales se materializan en la idea distinta, la disensión, la pluralidad, la justicia, el cambio. Pasando por el prisma de Coetzee, estos términos personifican la barbarie y contra ella solo es eficaz la represión, la intolerancia y el fanatismo de la civilización. Todo un juego elegante de palabras y dobles sentidos ¿Quiénes son finalmente los bárbaros? “Decidí que cuando la civilización supusiera la corrupción de las virtudes bárbaras y la creación de un pueblo dependiente, estaría en contra de la civilización.” J.M. Coetzee, Esperando por los bárbaros, 2007 Agustin Urreiztieta Abogado especializado en

Hacia una nueva Guerra fría… cibernética

Por Agustin Urreiztieta En tiempos de post guerra nuestros abuelos leían sobre la Guerra fría, bombas nucleares, conflictos de baja intensidad, destrucción mutua asegurada, OTAN versus Pacto de Varsovia, entre otros términos que sazonaban extrañamente sus vidas. El “reparto” del mundo en zonas de influencia entre los Estados Unidos y la otrora Unión Soviética se fundaba en la simple relación de fuerzas de la carrera armamentista y la acumulación de montañas de cabezas nucleares de lado y lado. En 1989, con la caída del bloque soviético, la Guerra fría pasó a ser un término obsoleto, un recuerdo de las curiosidades trágicas de la Humanidad contemporánea, llevado a las letras y al cine por Ian Fleming, John Le Carré, Alfred Hitchcock, por solo citar a dos de una larga lista de novelistas, cineastas y actores. Sin embargo, vemos surgir la tensión de una nueva especie de Guerra fría, aupada por el interés de países, regímenes o sectores en dominar o debilitar adversarios o monetizar, por atajos, la creciente digitalización de nuestras sociedades. En efecto, no pasa un día sin que sepamos sobre algún ataque cibernético de cualquier naturaleza alrededor del mundo. Ningún individuo, país, región o industria están exentos de la velocidad de vértigo que el desarrollo tecnológico imprime al mundo.   Los eventos marcan el ritmo y muestran la urgencia. Los Estados Unidos acusan a China, Rusia, Irán y otros países de ser responsables de intrusiones masivas en sus sistemas informáticos y, aún más grave, de intrusión y consiguiente influencia en sus elecciones.  Además de la responsabilidad de los Estados en estos actos, la preocupación orbita en torno a ataques masivos perpetrados por ciber-delincuentes quienes, bajo el ala protectora o la vista gorda de sus gobiernos, disrumpen servicios públicos, infraestructuras y operaciones de empresas cuyas actividades son de importancia vital. Como ejemplo dramático de esta situación, recientemente el mayor oleoducto que surte gasolina a las principales ciudades de la costa este de los Estados Unidos, fue víctima de un “secuestro” de sus operaciones. Lo increíble se produjo, hubo escasez de gasolina hasta en Washington, la capital. Igual que en un secuestro ordinario, se pagó un rescate y el oleoducto volvió a operar con normalidad. Situaciones como ésta ocurren a diario y en un muy preocupante número creciente. Los ciber ataques o amenazas, afectan cualquier industria o actividad expuesta a redes de internet o móviles. Desde luego, mientras más digitalizado sea un país o sector de actividad, mayor el peligro. Sin embargo, la modesta digitalización de una región no la exime de riesgos. Por ejemplo, el 70% de las estaciones 4G en África son fabricadas por una sola compañía china. Esto plantea un problema de envergadura pues le otorga un control significativo a una potencia extranjera sobre la información, las comunicaciones, las cadenas de suministros y en teoría podría a distancia colapsar el funcionamiento de esa infraestructura. Menuda situación. Como en tiempos de la Guerra fría, los eventos van escalando. Incluso, ya la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte, acuerdo de asistencia militar que hacía frente al bloque soviético) en concierto con los Estados Unidos, la Unión Europea y otros países, culpan sin ambages a China por el ataque cibernético sufrido por la red Microsoft Exchange que afectaría a 30 mil empresas americanas y cientos de miles a nivel mundial.    Así, el artículo 5 de la Carta del Atlántico establece, y esta es la fibra vital de la OTAN, que, en caso de agresión contra uno de sus miembros, todos los demás se unen automáticamente. Adaptándose a los nuevos tiempos, esta reacción automática se extiende ahora a los ciberataques. De hecho, desde la OTAN y los Estados Unidos, ya se baraja la posibilidad de contra ataques cibernéticos proporcionales, preventivos o disuasivos, recompensas multimillonarias por la identificación y arresto de los responsables, cooperación internacional, regulaciones estrictas en torno a las criptomonedas y otras fuentes de financiamiento, entre otras medidas como parte del arsenal para enfrentar estas nuevas amenazas. Esta escalada se produce en una cancha sin reglas de juego, sin la más mínima transparencia y con crecientes riesgos de toda clase. En estas nuevas formas de conflicto, la identificación del agresor es a veces compleja, si no imposible, la evaluación de las capacidades del contrincante es una gran incógnita y la respuesta no es tan clara como en la guerra convencional. Por otro lado, en esta situación de conflicto cibernético entre países, la clasificación tradicional por recursos, habilidades, tamaño especifico, avance tecnológico, economías, población, etc… se antoja increíblemente incierta. Es así como se encuentran grandes contrastes entre los países que lógicamente tienen las capacidades tecnológicas y militares para ocupar este nuevo escenario, y aquellos que no necesariamente tienen los medios, pero han emprendido un camino estratégico en esa dirección. El ejemplo más elocuente seria Corea del Norte, marginalmente digitalizada y económicamente atrasada, pero que, en el campo nuclear o cibernético, ha desarrollado capacidades que rebasan sus posibilidades con creces. Otro ejemplo lo encontramos en Israel, pequeño en tamaño, pero cuyas capacidades cibernéticas son bien conocidas y que no dudan en utilizarlas, particularmente contra Irán. Entre los países protagonistas, el clima hoy es de total desconfianza, es probable que, como en la Guerra fría, se alcance una ciber-disuasión como existe con la amenaza atómica. Esto es lo que se conocía en la era nuclear “el equilibrio del terror”, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética tenían cada uno la capacidad de eliminar al otro. Por ello, cuando los principales países tengan la certeza de la ciber–capacidad destructiva de cada uno, allí comenzaran seriamente las conversaciones sobre el crimen cibernético internacional. Por ahora serán parte de nuestro cotidiano, noticieros relatando espectaculares ciber ataques y nos acostumbraremos al uso de nuevos anglicismos técnicos como el ransomware, cryptojacking, blockchain, hackers, phishing, por solo citar varios de una larguísima lista. En la reciente reunión de Joe Biden y Vladimir Putin en Ginebra, el Presidente de los Estados Unidos blandió bien alta la amenaza de represalias a los ataques cibernéticos orquestados desde Rusia contra objetivos

China: ¿Antes vieja que rica?

Por Agustin Urreiztieta Por estos días a Pu-Tza, la diosa china de la fecundidad, no le llegan muchas plegarias. Sentada sobre su flor de loto, agita frenéticamente sus 16 brazos buscando atención, pero sus devotos la ignoran. En realidad, no es la hora de las deidades.  En el 2015, Xinhua, la agencia noticiosa oficial china, anunciaba el fin de la política del hijo único al permitir que las familias tuvieran dos. Cinco años han pasado desde esa generosa decisión. Ahora, el neomandarinato se muestra aún más espléndido y decide aumentar a tres hijos por familia. Put-Za debe haber dado un salto de felicidad y casi sale de su flor de loto.  Sin embargo, ¿será este derroche de magnificencia un reconocimiento del fracaso o de evidente insuficiencia? En todo caso, dos o tres hijos, no parecieran mover la aguja de un crecimiento demográfico a fuego lento. La generación del hijo único le perdió el gusto al olor y a la música de una familia numerosa. Es frecuente leer elogios sobre el dirigismo económico y gubernamental del comunismo y en particular del gobierno chino con su legendaria y reconocida capacidad de planificar a largo plazo. Pero pareciera evidente que, sobre demografía, China no vio el problema venir. Permitir a las familias pasar de dos a tres hijos es una elocuente señal de detresse. Dando un vistazo al pasado, el tema de la demografía ha tenido distintas perspectivas. De hecho, el crecimiento poblacional fue política de Estado durante el reordenamiento geopolítico de postguerra y luego de enterrar a 55 millones de chinos entre 1958 y 1962, víctimas de la hambruna causada por el lamentable “Gran Salto Adelante” (la masiva colectivización agraria al estilo soviético de los años 30) Así, el “Gran Timonel” Mao Tse-Tung, vio en una población numerosa una de las grandes fortalezas de China, en particular en el plan militar al atribuírsele la idea peregrina de que, en caso de una hecatombe nuclear, China podría perder alrededor de 300 millones de personas (casi la mitad de su población de esos años), pero seguiría siendo el país más poblado del mundo, así estaría garantizada la sobrevivencia del socialismo. Un dislate que solo se explica por el zeitgeist de la guerra fría. El conteo de cabezas bajo la lógica de la destrucción mutua asegurada (“MAD” en sus siglas en inglés) tenía profundo sentido. Sin embargo, solo tres años después del fallecimiento de Mao en 1976, su heredero Deng Xiaoping dio un giro radical al imponer la política del hijo único, por razones más bien frívolo-económicas. En efecto, para alcanzar un aumento sensible del ingreso per cápita, era necesario una menor población, calcule y saque sus conclusiones… Durante treinta y cinco años, esta política se impuso con mano de hierro, con abortos y campañas de esterilización forzadas y duras sanciones. En mis conversaciones informales en varios viajes a China entre el 2000 y el 2016, comprendí la profundidad del trauma psicosocial que esta política de Estado había causado a todo el pueblo. Los cálculos más conservadores dan cuenta de unos cuatrocientos mil nacimientos “evitados” durante esos años. La vida puede ser sorprendentemente cínica, hoy los chinos reciben desde las alturas del neomandarinato señales diametralmente opuestas: “Tener hijos por el país” es patriótico, “impulsar las virtudes de la familia china y de convertirlas en un cimiento decisivo del desarrollo nacional, el progreso y la armonía social”. Vaya contraste en pocos años. De hecho, ya existen planes que van desde extender el permiso de maternidad hasta ofrecer incentivos económicos en efectivo o a través de deducciones fiscales para quienes tengan un segundo hijo. Sin duda alguna, se trata de la generosidad de Put-Za personificada en las acciones del magnánimo Partido Comunista Chino Durante años varias señales de alarma fueron accionadas por demógrafos, así como las de diversos estudios, censos y proyecciones de distintas fuentes. A mediados de 2016 el gobierno chino anunciaba rozar una población cercana a los 1400 millones de personas, lo cual, junto a otras métricas económicas, indicaba un apogeo espectacular entre el concierto de naciones.   No obstante, el revés de la moneda muestra un claro riesgo para China de “envejecer antes de hacerse rica”. En realidad, estudios indican que a partir de 2030 la curva demográfica comenzará a descender y disminuirá a 1,3 millardos en 2050. Asimismo, otros estudios avanzan que en 2100 el país contará con 940 millones de habitantes (cuatrocientos cincuenta millones de chinos menos).  Proyecciones discutibles por su extenso horizonte, pero no menos inquietantes. En todo caso, hoy China tiene la menor tasa de natalidad de su historia reciente. Esta no es una discusión maltusiana, este declive poblacional no es el resultado de escasez de alimentos o enfermedades, es sencillamente el resultado de la “ingeniería social china”. Para paliar esta situación, en el 2015 se produce el primer acto de generosidad, a las parejas se les permitió tener un segundo hijo. Sin embargo, en treinta y cinco años se habían producido profundos cambios en la sociedad china. La generación anterior había anhelado tener familias grandes, por el contrario, la que creció con el único hijo no piensa igual. El progreso económico trajo inmensos cambios y consecuencias sociales: costo financiero de los hijos, red de guarderías saturadas, aumento vertiginoso del costo de alquiler o de la adquisición de viviendas, políticas sociales incipientes y, sobre todo, el desarrollo de conductas más hedonistas. Esto último termina siendo una paradoja en un país comunista, pues mientras más riqueza material, más libertad para escoger. Hoy la típica estructura familiar china es la fórmula 4-2-1, cuatro abuelos, dos padres y un hijo. Sin pensión por jubilación, los abuelos son responsabilidad de sus descendientes, que no pueden permitirse tener varios hijos propios.  El gobierno chino no anticipó esta crisis demográfica que podría costar muy caro a la economía china y crear un problema real de atención a la vejez dentro de un par de décadas. Un error de planificación, por tanto, una vergüenza para un país comunista. En momentos en los cuales China piensa en grande, su economía a punto de

De Israel, Palestina y Oslo ¿Quo Vadis?

Por Agustin Urreiztieta Mas allá del barrage de misiles Qashams, lanzados de manera oportunista por el Hamas, y el espectacular despliegue de tecnología israelí para su defensa a través de su “Cúpula de Hierro”, la crisis actual no es parecida a ninguna de las rondas anteriores de violencia sufridas por civiles palestinos e israelíes. Este no es otro 2014, ni otro 2009, ni otra Segunda Intifada. Es algo nuevo. En pocos días el conflicto permeó entre israelíes y palestinos en Jerusalén Este, entre árabes y judíos en otras ciudades dentro de Israel y entre Israel y Hamas. Se han abierto varios frentes simultáneos. La escalada del conflicto actual es el claro resultado del agotamiento político tanto del sistema de partidos de Israel (actualmente intentando formar gobierno) como de la decadente dictadura unipartidista del movimiento nacional palestino. Por largo tiempo, los antagonistas de línea dura del conflicto han tratado de eliminar o al menos desdibujar la “Línea Verde”, el trazo que separaba a Israel de Jordania y Egipto antes del 4 de junio de 1967, que asimismo es la línea que delimitaba la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza post 1967. Los responsables de ambos lados difuminan la línea de los mapas oficiales y de los libros de texto, y los activistas esgrimen consignas como “empujarlos al mar” o “ningún asentamiento es ilegal”. Frente a tales presiones, desde 1993 hasta 2020, se preservó el compromiso de los líderes israelíes y palestinos de negociar el fin del conflicto mediante un arreglo territorial, comúnmente conocido como la “solución de dos Estados”, lo cual es a lo que los extremistas de ambos lados apuntaban por años, y ahora, por fin, han conseguido hacer tambalear. Por un lado, en Israel, con el apoyo entusiasta del dúo Donald Trump y su yerno Jared Kurshner, en una evidente muestra de diplomacia paralela desde la Casa Blanca, claramente se apuntó al fin de los acuerdos de Oslo de negociar territorios y límites. La idea de la anexión del territorio de Cisjordania por parte de Israel fue otro golpe certero a la legitimidad ya hecha trizas de la autoridad palestina en Ramallah. No obstante, al suspenderse la anexión en agosto de 2020, las aguas parecieron volver a su cauce. Desafortunadamente, el daño estaba hecho, el abandono israelí del compromiso negociado, junto con la expansión continua de los asentamientos y la reubicación forzosa de familias palestinas en Jerusalén Este y comunidades en Cisjordania, allanaron el camino a una nueva crisis. Dejó inevitablemente obvio lo que era meridiano para muchos: que el marco de Oslo se había agotado y que la razón fundamental del orden imperante en Cisjordania, incluida la existencia de la Autoridad Palestina, había desaparecido. Los Acuerdos de Oslo de 1993, gusten o no, pusieron límites a un conflicto que había generado guerras de gran magnitud desde 1948 (Independencia, Seis Días, Yom Kipur, entre otras), junto con incontables actos de terrorismo y asesinatos de corte internacional y gran impacto mediático. El apoyo de la comunidad internacional fue vasto y plural, sin duda un gran esfuerzo. Sin embargo, para tragedia de miles, desde 1993 la comunidad internacional observó, impotente, los conflictos puntuales y la violencia terrorista que cegaron miles de vidas, junto con el crecimiento en influencia, capacidad bélica y control de territorio de Hezbollah y Hamas, así como la continua expansión israelí de los asentamientos judíos y la población judía en Cisjordania. La Autoridad Palestina, institución creada por los Acuerdos de Oslo, apuntaba a cierto nivel de autonomía administrativa y, por qué no, de ejercicio oficioso de la “soberanía” abandonada por Israel como parte del acuerdo. Esta novel institución sufrió de la misma enfermedad de otras experiencias de “autodeterminación”, a saber, disputas intestinas inacabables, corrupción, ausencia de transparencia y, ante la inoperancia estructural, la imposición de decisiones a través de un aparato represor implacable. Y aquí, las preguntas políticas ante la crisis actual, ¿qué papel ha jugado el presidente de la autoridad nacional palestina Mahmud Abbas? Más allá del rol deslucido, clara señal de la dramática ausencia de recursos, de la dependencia de Israel, de la carencia de legitimidad e influencia, por demás agravada por la violencia del Hamas, ninguno determinante. Y ¿cómo sorprenderse de la inacción de un presidente exangüe de 85 años y en el poder desde el 2004? En julio 2021, finalmente, habrá elecciones en Palestina, nueva sangre ¿relevos con otras perspectivas? Panorama incierto, al observar el control hermético del partido del Presidente Abbas (Fatah) sobre el sistema, a tal punto que uno de los candidatos prominentes es nada menos que un sobrino de Yasser Arafat. Por el lado de Israel, las cosas no apuntan a horizontes más claros. Benjamin Netanyahu, de 71 años, tecnócrata eficiente y en el poder desde 2009 se encuentra asediado por escándalos variados, denuncias, gobiernos organizados in extremis, con frágiles coaliciones, busca en este momento de conflicto vestirse de legitimidad. La crisis pilló a Israel en medio de álgidas negociaciones para formar gobierno, una vez más. El conflicto en Gaza se convirtió rápidamente en asunto de política interna. Surgen voces en contra del establishment, el bipartidismo tradicional Likud – Laborista no convence y el auge progresivo de nuevos movimientos políticos teñidos de religión añaden mayor tensión al sistema. Dependiendo de cuan airoso resulte Israel, la situación política de Netanyahu será definida. Por último, el papel de los Estados Unidos bajo la influencia de un presidente “moderado”. En efecto, el Presidente Joe Biden no se muestra tan proclive al desarrollo hostil a Oslo por parte del gobierno de Israel, pero igual apoya su “derecho a la defensa” ante Hamas y siguen los Estados Unidos siendo un aliado fundamental. No obstante, mantiene la solución de los dos Estados y adicionalmente se dispone con delicadeza a hacer tragar otra píldora diplomática a Israel al propiciar el acercamiento de los Estados Unidos con Irán y unirse de nuevo al acuerdo nuclear del 2015. Al mismo tiempo, intenta salvar la cara y funge, dentro de la lógica del Partido Demócrata, como el fiel de la