Del castigo y el voto
Por Agustín Urreiztieta Maria Antonieta y Luis, una mañana de 1789 despertaron descubriendo que su mundo había desaparecido. Un mundo viejo de cientos de años. Un mundo de privilegios, de abundancia, de poder e impunidad absoluta les hizo perder la cabeza. En un tornado revolucionario, la guillotina no dejó de funcionar, tanto, que hasta la hoja perdió el filo y no cortaba de un tajo. La familia Sanson, verdugos de oficio por generaciones, se dedicó al ingrato oficio de llevar a mejor vida a los condenados. Una barbaridad inaceptable a la luz de hoy; pero esa era la justicia en la Francia del siglo XVIII. Algunos años antes y otros tantos después, es interesante recordar a otros supliciados notables. En la estoica Inglaterra, a Santo Tomas Moro, Canciller de su majestad Enrique VIII, un verdugo le cortó la cabeza por no aceptar los impulsos galantes de su rey. También su hija Maria, quien le sucedió en el trono, se ganó el mote de Bloody Mary, y no precisamente por la delicadeza de su justicia y castigos. También, el convulsionado siglo XX carga variadísimos ejemplos notables. Algunos, juzgados por tribunales legítimos, otros, por tribunales espurios cuyos jueces eran, más bien, directores de circos judiciales, otros más por la justicia popular, espontanea e inclemente. Como ejemplo habría que recordar el final de Benito Mussolini, en abril del 45, quien, tras su rocambolesca huida, terminó colgando de las piernas junto a su amada Clara Petracci. Asimismo, los todopoderosos Nicolas y Elena Ceascescu, símbolos del culto a la personalidad, terminaron fusilados sumariamente tras la caída del comunismo. Y tantos otros indispensables… Existen entre estos ajusticiados varios puntos en común. El primero, todos ocupaban cargos de responsabilidad pública. Muchos eran reyes, presidentes, dictadores, cancilleres o ministros. Otro punto en común, fueron objeto de un castigo truculento, o por venganza, o por hartazgo, o por percibirse intocables por la justicia manipulada, o por algún llamamiento mesiánico de algún orate investido de un poder imaginario. Y un tercero, e importantísimo punto en común, el castigo no fue impuesto en democracia. Para alivio de muchos, el mundo ha cambiado un poco. Seguimos siendo los mismos salvajes, pero mejor vestidos y educados. En esta parte del planeta, en donde aún existe la democracia, cierto, bajo ataques y amenazas, pero democracias al fin, a los gobernantes, malos o buenos, se les depone con votos y no con guillotinas. En democracia, la justicia aplicada a los gobernantes dejó a un lado el garrote vil y la horca. Tampoco se cortan cabezas ni se fusilan a sentenciados. En democracia, el pueblo impone el castigo del voto. Sin sangre derramada, la sanción es inapelable y se sale por la puerta minúscula de la historia. Con frecuencia, el gobernante díscolo, incompetente, atascado en resultados mediocres, con frecuencia enlodado en el pantano de la corrupción, empecinado en aferrarse al poder, pierde contacto con la realidad y… es castigado, pero con una paliza de votos en contra. El voto castigo no es ideológico, es emocional, sale de las entrañas y es una manifestación espontánea del hartazgo y el deseo de cambio. Así, el viento de la voluntad popular, a través del voto indica el camino a seguir. Que pensarían los lideres del PRI mexicano quienes, tras 71 años de mandatos ininterrumpidos, Vicente Fox y el PAN les arrebatarían por las limpias el poder. O la camarilla Kirchner en Argentina, cuyo poder fue terminantemente revocado en el 2015 por Mauricio Macri y en el 2023 por Javier Milei. A veces, el castigo es infligido a toda la clase política, la tradicional, la que perdió el rumbo. La elección de Donald Trump como presidente en 2016 puede considerarse en parte un voto castigo. Muchos votantes de la clase trabajadora blanca, especialmente en los estados del Rust Belt, votaron por Trump como una forma de castigar al establishment político y económico que percibían como indiferente a sus problemas económicos y sociales. Y no olvidar el referéndum del Brexit en el Reino Unido el cual también tuvo elementos de voto castigo. Muchos votantes británicos votaron a favor de salir de la Unión Europea no solo por cuestiones relacionadas con la UE, sino también para castigar a la élite política nacional que sentían que no estaba respondiendo a sus preocupaciones, especialmente en áreas rurales y postindustriales. ¿Otros ejemplos? La elección de Jair Bolsonaro en Brazil, la de Emmanuel Macron en el 2017 y la de Alexis Tsipras en Grecia en el 2015. El fenómeno fugaz del Movimiento 5 Estrellas (M5S), fundado por Beppe Grillo en Italia, la India de Narendra Modi, la cómica elección de Pedro Castillo en el Perú. Todas responden al mismo patrón, el castigo por el voto. Sin balas, sin sangre, sin violencia. En Venezuela, todo indica que el chavismo recibirá un castigo monumental y pacífico. La única arma de la cual disponen los ciudadanos, el voto, será utilizado para castigar años de abuso de poder, dos décadas y media de corrupción, cinco lustros de ineficiencia, miles de días de violación de los derechos básicos. Agustin Urreiztieta Abogado especializado en banca y finanzas con enfoque en América Latina. Ha ocupado posiciones ejecutivas en bancos y despachos internacionales en Luxemburgo, Nueva York, Ginebra, Zurich y Panamá. Apasionado observador de la escena internacional, obtuvo un Máster en Finanzas de la Universidad de Rochester (2018), Máster en Administración Internacional de la Universidad Paris 1 Panthéon-Sorbonne (1994), Abogado Universidad Santa Maria (1992) y Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad Central de Venezuela (1991) Twitter: @A_Urreiztieta