Agustin Urreiztieta

Respeto el resultado, solo si me favorece…

Por Agustin Urreiztieta    En Turquía, la noche del 14 de mayo fue de tensión y confusión, los dos principales candidatos a las elecciones presidenciales turcas, Erdogan y Kilicdaroglu, veían ya una segunda vuelta. Los riesgos son variados, sobre todo con la creciente tendencia en todo el mundo a rechazar los resultados que no son del agrado de cada uno. En el lado positivo, casi el 90% de los votantes turcos acudieron a las urnas, suficiente para que algunas democracias cansadas de Europa y América se pusieran verdes de envidia. Pero este deseo de participar y de influir, que es el sello de la ciudadanía, no impide una pérdida de confianza: en la madrugada del 15 de mayo, cuando se anunciaron las primeras cifras, volaron las acusaciones y se instaló la desconfianza. Era inevitable, tras veinte años de poder de un partido y sobre todo de un hombre, Recep Tayyip Erdogan, que han considerado el Estado como de su propiedad, y destilado la idea de que eran indispensables, de hecho, los únicos legítimos, para gobernar ¿suena familiar? Por otra parte, la oposición tras agotadoras negociaciones se presenta unida, por fin, en torno a un buen candidato, Kamel Kilicdaroglu, sintió que se levantaban vientos de cambio, hasta el punto de convencerse de que sólo el fraude podría impedirle ganar. Al final, tras horas de suspense, tensión y emoción, la segunda vuelta se hizo realidad. Incluso Erdogan lo admitió tras intentar cantar victoria en la primera vuelta. Estas últimas dos semanas han sido de alto riesgo en un país partido en dos, con una elección entre dos vías políticas y dos estilos personales. El riesgo de que las cosas se descontrolen es inmenso. Hay dos riesgos: en primer lugar, el riesgo de trucos sucios o violencia el mismo 28 de mayo, día de la segunda vuelta o, los días que le siguen. Luego está el riesgo de que se impugne el resultado final, como ocurre cada vez con más frecuencia. ¿Cuándo entraron los procesos electorales en Turquía -pero desgraciadamente no sólo allí- en la era de la sospecha? La responsabilidad de Donald Trump y de sus partidarios es evidentemente inmensa, con la guerrilla legal y luego el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 para impedir la validación de la elección de Joe Biden. Cuando el presidente saliente de la primera potencia mundial da mal ejemplo, ¿por qué extrañarnos de que otros le sigan? Como Bolsonaro en Brasil. Erdogan entra en la misma categoría de países donde las elecciones se celebran correctamente y en condiciones satisfactorias, pero donde el resultado es impugnado si no es favorable al líder populista saliente. Sin embargo, la democracia no está tan indefensa, como demuestran los ejemplos de Estados Unidos y Brasil, donde las salvaguardias democráticas han funcionado. Pero la amenaza persiste. De hecho, hay cincuenta matices de democracia en el mundo. Algunos son ficticios: Vladimir Putin puede ser elegido y reelegido sin riesgo, sus opositores están en la cárcel y la prensa está bajo llave. Pero sistemas como los de Narendra Modi en India, o Erdogan en Turquía, tienen elementos de autoritarismo. Por fortuna, no han bloqueado -o aún no lo han hecho- completamente el proceso electoral. En India, por ejemplo, el partido del primer ministro acaba de perder un Estado de 65 millones de habitantes, Karnakata. Este periodo intermedio permite avances democráticos, siempre que los partidos políticos se mantengan fuertes y la sociedad civil vigilante. A pesar de la implacable represión desde la intentona golpista de 2016, este sigue siendo el caso de Turquía. Sin duda, Erdogan tiene una base electoral sólida y aún puede ganar; esa fue la lección de la primera vuelta. Pero también debe aceptar que puede perder: es en la alternancia donde lo que queda de la democracia turca puede demostrar su resistencia. Sin embargo, parece que quedan pocas esperanzas en Turquía de ver Erdogan despedirse del poder el 28 de mayo. Desafiando las encuestas que le daban como perdedor, el jefe del Estado turco salió de la primera vuelta con el 49,5% de los votos y una cómoda ventaja sobre el candidato de la oposición unida, (44,9%, o 2,5 millones de papeletas menos). Finalmente, Turquía nos brinda otra curiosidad de nuestros tiempos. Erdogan negocia y recibe el apoyo del candidato ultranacionalista Sinan Ogan, que actúa como el “King Maker” gracias al 5% de votos aproximadamente que obtuvo el 14 de mayo. Inesperado. Los numerosos retos geopolíticos turcos seguirán allí. Su papel en la OTAN, sus medias tintas con Putin y la salvaje guerra en Ucrania, el chantaje kurdo con Suecia y su adhesión a la OTAN, el también chantaje, no menos atroz, de la “válvula turca” de la masiva inmigración siria hacia Europa, el diferendo con Grecia y el petróleo en aguas bajo pretendida influencia turca, sus ambiciones de potencia regional, el islam “moderado y de geometría variable”, su rol de arbitro del transporte de grano de Ucrania y tantos otros.  Una canasta de problemas sin verdaderos ánimos de ser resueltos, fichas para el juego. Agustin Urreiztieta Abogado especializado en banca y finanzas con enfoque en América Latina. Ha ocupado posiciones ejecutivas en bancos y despachos internacionales en Luxemburgo, Nueva York, Ginebra, Zurich y Panamá. Apasionado observador de la escena internacional, obtuvo un Máster en Finanzas de la Universidad de Rochester (2018), Máster en Administración Internacional de la Universidad Paris 1 Panthéon-Sorbonne (1994), Abogado Universidad Santa Maria (1992) y Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad Central de Venezuela (1991) Twitter: @A_Urreiztieta

Inteligencia Artificial, caja de Pandora…

Por Agustín Urreiztieta  Con frecuencia la expresión “caja de Pandora” enciende nuestras alarmas. La oímos y miramos al cielo en busca de salvación. La expresión es utilizada para referirnos a algo que, teniendo aparentemente un aspecto muy tentador y beneficioso, puede ser perjudicial y causar grandes males. Los venezolanos conocemos cajas de Pandora de distintas formas. Sin embargo, estas líneas no son sobre nuestras cajas de Pandora criollas. Transcienden nuestras fronteras y hablan de un momento en que la Inteligencia Artificial cruza umbrales decisivos y plantea enormes interrogantes. Hace pocos días la Casa Blanca reunió a los jefes de la inteligencia artificial en Estados Unidos para debatir sobre los “riesgos” asociados al meteórico avance de esta tecnología. Participaron los grandes del sector, entre ellos la empresa OpenAI, que desarrolló el ya famoso robot conversacional ChatGPT, Google y Microsoft. Recientemente, uno de los padrinos americanos de la inteligencia artificial, Geoffrey Hinton, dimitió de su cargo de ingeniero jefe en Google, para poder advertir libremente de los peligros que planean sobre nuestras cabezas. Se trata de los peligros del aprendizaje automático, es decir, la capacidad de mejorar con cada interacción y, por tanto, de ser permanentemente más eficiente. Y esto a un ritmo que ningún humano puede igualar. En una entrevista concedida al MIT de Boston, Geoffrey Hinton concluyó: “Estas cosas lo habrán aprendido todo de nosotros, se habrán leído todos los libros de Maquiavelo y, si son más inteligentes que nosotros, no tendrán ningún problema para manipularnos”. Fin de la cita. Preocupante, ¿verdad? No significa necesariamente que, como en las novelas de ciencia ficción, la máquina tomará el control sobre los humanos; pero sí que perturbará significativamente el funcionamiento de nuestras sociedades. Dos campos de aplicación me vienen inmediatamente a la mente: el empleo y la democracia. El empleo es obvio, y tampoco en este caso los análisis catastrofistas son certezas. Pero si los empleos desaparecen debido al auge de la inteligencia artificial, y ya es el caso, debemos prepararnos para ello ahora. La cuestión democrática es igualmente importante. Ya estamos siendo testigos del daño que el auge descontrolado de las plataformas digitales ha hecho al debate público. Conocemos las operaciones de manipulación de empresas como Cambridge Analytica o, más recientemente, Team Jorge, la misteriosa empresa israelí que ofrece un arsenal de servicios ilegales: desde hackeo de correos electrónicos de rivales políticos hasta campañas de influencia que impactaron decenas de elecciones en todo el mundo. Estas empresas utilizan la tecnología de forma sutil para influenciar en cuestiones de gran calado; quizá sean solo un anticipo de lo que nos espera con las herramientas de inteligencia artificial de fácil acceso y su impacto en la fiabilidad de la información. Se trata de la democratización de la desinformación. Suena distópico. Por ello, la Inteligencia Artificial plantea desafíos y preocupaciones. Estos incluyen cuestiones éticas, como la privacidad y la seguridad de los datos, el sesgo algorítmico y la falta de transparencia en los sistemas. Las tecnologías prestan inmensos servicios a la sociedad, en medicina, por ejemplo. Pero pueden ser duales, es decir, que lo que puede salvar una vida también puede arruinar otras. Es importante abordar estos desafíos de manera responsable y ética, estableciendo marcos legales y regulaciones adecuados para guiar el desarrollo y el uso de la Inteligencia Artificial. La consulta iniciada en la Casa Blanca también nos concierne: se trata de un gran problema social y, por tanto, político. Agustin Urreiztieta Abogado especializado en banca y finanzas con enfoque en América Latina. Ha ocupado posiciones ejecutivas en bancos y despachos internacionales en Luxemburgo, Nueva York, Ginebra, Zurich y Panamá. Apasionado observador de la escena internacional, obtuvo un Máster en Finanzas de la Universidad de Rochester (2018), Máster en Administración Internacional de la Universidad Paris 1 Panthéon-Sorbonne (1994), Abogado Universidad Santa Maria (1992) y Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad Central de Venezuela (1991) Twitter: @A_Urreiztieta 

Putin: El anti-líder…

Por Agustín Urreiztieta     Los antihéroes son tipos de personajes de ficción que sirven de protagonistas y que carecen de las cualidades heroicas tradicionales, como el valor, la honestidad, la compasión. Sin embargo, en su proceder, producen consecuencias insólitas, muchas de ellas contrarias a sus intenciones. Para estas líneas, tomo prestado del género ficción, el concepto del antihéroe y, lo transformo en el del anti-líder. Aquel quien, en contra de su propia voluntad, se constituye como el punto de partida de una nueva etapa, de profunda transformación social y geopolítica. Todo, sin haberlo planeado, en palabras planas, se da por carambola. Y es así como Vladimir Putin, con la locura de invadir a Ucrania y desplegando una guerra sin cuartel, incluyendo la muerte masiva de civiles, ha agitado al mundo y ha logrado lo inalcanzable. No se trata de remendar su pésima reputación, ni es un esfuerzo cosmético por redondearle las esquinas. Seguirá siendo lo que ha sido en el pasado y, lo que demuestra ser, en el trágico presente: un dictador sin escrúpulos, capaz de los peores crímenes de lesa humanidad, para conseguir sus objetivos.  Sin embargo, usando la trillada lógica del “vaso medio lleno”, la invasión a Ucrania ha traído resultados, hasta hace poco, difíciles de alcanzar. Para empezar, logró que la Unión Europea sacudiera la inercia de décadas y tomara la batuta de líder mundial ante la barbarie. Atrás quedó su imagen de organización anquilosada. Lejos está, la mala reputación de su burocracia y del liderazgo de Bruselas. En realidad, Putin le ofreció una repotenciada razón de ser y estrechó los lazos de unión entre sus países miembros. Hoy, sostienen la lucha entre la civilización y la barbarie, entre la dictadura y la democracia, entre la opresión y la libertad. Crispada por largos años de crisis económica y por la pérdida de competitividad de su economía, la Unión Europea daba la imagen de una potencia en retroceso, ahogada por la desmovilización de sus democracias y el auge de los extremos políticos. Ahora, retoma la iniciativa, afina su política de defensa y de independencia energética, organiza la integración de nuevos miembros y, sus ciudadanos, al ver claramente la amenaza autoritaria, dan un espaldarazo al proyecto común. También, no deja de sorprender que Suiza decidiera, en esta oportunidad, dejar a un lado su antigua tradición de neutralidad (existe desde 1515…)  y asumiera el paquete de sanciones en contra de Rusia. Esto es verdaderamente extraordinario. Ni el Kaiser Guillermo durante la Primera Guerra Mundial, ni el salvaje de Hitler, lograron que Suiza abandonara su neutralidad. Putin lo logró. Por otra parte, hace apenas unos meses, el presidente de Francia, Enmanuel Macron, señalaba a la OTAN como victima de muerte cerebral. Con semejante afirmación, subrayaba la falta de adecuación histórica en un mundo en constante evolución.  Ante los retos del mundo actual, la OTAN observaba, imperturbable, los acontecimientos del mundo. Muchos se preguntaban por su papel tras la caída del Muro de Berlín y el imperio soviético, o su rol ante la primavera árabe. ¿Qué opinaba del avance de Putin en Armenia, en Georgia, en Transistria, en Crimea? ¿Cuál posición ante las actividades mercenarias del grupo Wagner conducidas tras telones por los matones de Putin? y tantas otras preguntas abiertas en frentes geopolíticos actuales. En pocas semanas, Putin logró la resurrección de la OTAN, colocándola de nuevo en el mapa, entregándole, en bandeja de sangre, su propósito ante el mundo. Ahora se apresta, a acoger en su seno, a Finlandia y Suecia y, ante los retos, baraja sus opciones para crear nuevas categorías de miembros. Putin, amenazante, había esgrimido el crecimiento de la OTAN y su cosecha de nuevos miembros entre las antiguas repúblicas soviéticas, como una de las razones de su invasión.  Aseguraba que Rusia había sido engañada por Mitterrand, Kohl, Bush (padre), quienes en su momento aseguraban, a Gorbachov primero y a Boris Yeltsin después, que la OTAN no avanzaría ni un centímetro hacia el Este. Apostaba a la pusilanimidad de las democracias occidentales. Ya vemos, como el viento cambió y, en vez de asustarse y definitivamente desdibujarse, la locura de Putin unió y repotenció a la OTAN y al Occidente. Antes de su dislate, el mundo observaba el avance de Rusia. El crecimiento económico fue vertiginoso durante la década de los 2000, sus instituciones se fortalecieron, dejando atrás la volatilidad y el caos causado por la caída de la Unión Soviética.  Bajo lo que se percibía como un liderazgo duro, pero democrático (Putin fue nombrado personaje del año por la revista Times en el 2007) Rusia avanzaba y era admirada por su franca recuperación e inserción en el mundo. Pero llegó la locura y, con ella, la furia de Putin. El mundo civilizado reaccionó al unísono. La condena ha sido total. En pocas semanas Putin logró unir al mundo en contra de Rusia. Asimismo, en su delirio, ha llevado al matadero, según distintas fuentes, a unos 26.900 soldados rusos, ha destruido el arresto militar convencional y ha dado al traste la fantasía de la superioridad militar rusa. Hoy solo se habla de desorganización logística, de comandos políticos y complacientes con Putin, de deserciones y ajustes de cuentas entre la oficialidad rusa. Y no solo en lo militar. Su ola destructiva se extiende a todos los ámbitos de la vida rusa. Putin paró en seco el avance ruso en el mundo moderno. El avance en el comercio mundial, el del sitial preponderante en el mercado de energía, el de market maker de la seguridad alimentaria global, por solo cubrir un par de ejemplos. Pronto en Rusia, los trenes dejarán de rodar, los aviones no volarán, los autos no encenderán. Un sinfín de consecuencias devastadoras se ciernen sobre el pueblo ruso resultado de la forja del anti-líder Putin. Por último, y no menos sorprendente, es haber sentado definitivamente los cimientos de Ucrania como nación. Justo lo contrario a sus planes. Putin pretendía desconocer su existencia y, de un zarpazo, apuntaba a incorporarla a su visión medieval de la Rusia eterna.

SWIFT vs CIPS: La crisis en Ucrania pone de relieve a dos adversarios

Por Agustín Urreiztieta En tiempos de conflicto, cualquier medio que disuada, destruya o empobrezca al adversario, es útil y estratégico.  Milenios de historias de guerras nos muestran que el dolor humano es relegado a un segundo plano y pasa simplemente a ser un medio más para ejercer presión. En épocas remotas, se desviaba (o envenenaba) el agua y se cortaban el flujo de víveres a las ciudades sitiadas. Se sometía a la población a atroces sufrimientos hasta reducir su moral a cero y, con ella la combatividad de los ejércitos. Ahora, se apunta al mismo objetivo primitivo, pero por otros medios, más “modernos”. Así, mientras la lucha armada hace estragos en las calles de Ucrania, la lucha económica adquiere cada vez más importancia. Rusia bombardea y, al mismo tiempo, el Occidente, junto con Ucrania, orquesta sanciones que evidentemente tendrán un efecto destructivo, tan arrollador como las bombas.  Los analistas calculan que la ristra de sanciones occidentales contra Rusia, harán retroceder su Producto Interno Bruto en un 15%. Se dice fácil, pero en detalle, se trata de miles de empresas quebradas o empobrecidas, millones de desempleados en las calles y otras tantas consecuencias, unas más funestas que otras. Por ello, las sanciones empujan a Rusia a reformular sus alianzas, e incluso, a acercarse a su gran rival histórico e ideológico, China. Una sanción de profundo impacto ha sido la expulsión de los bancos rusos de la red de comunicación financiera SWIFT y, para intentar paliar sus efectos, Rusia voltea hacia China y su red CIPS (Sistema de Pagos Interbancarios de China, en sus siglas en inglés). Evidentemente, más por pragmatismo que por ideología. A modo de recordatorio, el 28 de febrero de 2022, la Comisión Europea, Francia, Alemania, Italia, el Reino Unido, Canadá y Estados Unidos publicaron una declaración conjunta sobre medidas económicas contra Rusia. Entre otras restricciones, siete bancos rusos seleccionados fueron retirados del sistema SWIFT. La mayoría de los bancos del mundo, incluidos los principales de Rusia, están conectados a la red SWIFT, que significa “Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication”. SWIFT es un sistema de mensajería que transmite instrucciones entre bancos y se utiliza sobre todo para las comunicaciones transfronterizas. Cada día maneja más de cincuenta millones de mensajes y permite realizar transacciones por un valor de 5 billones de dólares (esto son 5 millones de millones), en todo el mundo. Pero no es una institución financiera ni un sistema de pagos, ya que no puede mover dinero por sí mismo. Esta organización se fundó en 1973 como una empresa cooperativa con sede en Bélgica. Conecta a unas once mil instituciones financieras de doscientos países. A pesar de algunos ataques informáticos dirigidos a bancos individuales, el sistema global es seguro, ya que se gestiona desde tres centros de datos, que pueden manejar cada uno de ellos de forma independiente, todo el tráfico en caso de fallo de uno de los otros centros de datos. Dado que SWIFT es el primer y principal actor en este ámbito, también se ha convertido en la norma del lenguaje en la comunicación financiera, de modo que los mensajes formateados según la norma SWIFT pueden ser procesados en otros sistemas, aunque los mensajes no viajen por la red SWIFT. Se supone que el sistema es neutral, pero ya se ha utilizado varias veces para sancionar a un Estado. Como es sabido, la exclusión del sistema puede utilizarse como medida coercitiva. Desde la anexión de Crimea en 2014, Rusia, que ya había sido amenazada con este tipo de medidas, ha implementado su propia red, denominada SPFS (la traducción literal en inglés sería, System for Transfer of Financial Messages). Esta alternativa a SWIFT ha sido creada, precisamente, como medida de respaldo en caso de bloqueo. Por ahora, la utilizan sobre todo las instituciones nacionales. Alrededor del 20% de las transferencias dentro de Rusia se realizan a través de este sistema. En la actualidad, la red rusa es pequeña, ya que incluye como máximo veintitrés bancos extranjeros. Además de ser un plan de respaldo, el SPFS es para Rusia una herramienta que le permite ser más autosuficiente, disminuir su exposición a Occidente y contrarrestar la supremacía del sistema financiero mundial denominado en dólares. Al igual que Rusia, China tiene su propio sistema de mensajería, el CIPS. El “Sistema de Pagos Interbancarios de China”, es ligeramente mayor y más desarrollado que el SPFS. Incluye setenta y cinco participantes directos dentro de China y mil doscientos indirectos. Su infraestructura se basa en las normas de mensajería de SWIFT. Sin embargo, el sistema está diseñado únicamente para las operaciones en yuanes chinos. Hasta ahora, el CIPS maneja sólo una fracción de las transacciones de SWIFT, ya que sólo gestiona quince mil mensajes al día. Para Rusia, el CIPS podría ser una solución más viable a largo plazo para contrarrestar las sanciones, y si el CIPS y el SPFS trabajan juntos en esto, también se acercan a su objetivo de llegar a ser utilizados internacionalmente y erosionar la posición del dólar en el sistema financiero mundial. El yuan tiene más posibilidades que el rublo de convertirse en una moneda rival del dólar estadounidense. De hecho, aunque por ahora el yuan sólo cubre el 3% de los intercambios mundiales, mientras que el dólar alcanza el 40%, el rublo sigue estando muy lejos de esas cifras. Además, el 17,5% de los intercambios entre Rusia y China se realizan ya en yuanes. Esta proporción aumentará si Rusia hace un mayor uso de la solución CIPS. Aunque el desarrollo común tardará en consolidarse, demuestra que a China y a Rusia les interesa crear relaciones independientes de SWIFT. Estas razones son, en parte, las que hacen que Rusia tenga en cuenta a China y su red CIPS para continuar con las transferencias internacionales a pesar de las sanciones impuestas. En este contexto, ambos países acordaron una asociación “sin límites” el 4 de febrero de 2022, unos días antes de la crisis. Además, el CIPS y el SPFS ya están conectados. Este trabajo conjunto podría

Rusia bombardeada

Por Agustín Urreiztieta  No es uno, sino dos países destruidos por esta guerra. Ucrania, atacada por el ejército ruso, ha visto sus ciudades convertidas en campos de batalla. Pero también Rusia está sufriendo una forma de destrucción, o de regresión mental, económica y política. Putin usa otro tipo de misiles, tan destructivos como los que caen en Ucrania. A partir de la caída de la oxidada cortina de hierro en 1989, el pueblo ruso miró el futuro con esperanza. La democracia daba sus primeros pasos, mostró señales de estabilidad y de anclaje en la sociedad. Se elige a Boris Yeltsin como presidente y, entre crisis económica y sobresaltos políticos, se produjo una primera etapa de desmantelamiento del “Ancien Régime” soviético y siembra de democracia.   Putin llega en 1999 para apuntalar un gobierno menguante. Yeltsin lo designa como primer ministro y sucesor y, a partir de ese momento, comienza su buena estrella: en el 2004 es reelecto por aclamación (obtuvo el 73% de los votos), en el 2008 se produce el enroque con Dimitri Medvedev como presidente y Putin como primer ministro. Luego, nuevas elecciones en el 2012, empañadas de acusaciones de fraude, más otra reelección en 2018, para terminar la ristra con un referéndum en el 2021 que le otorga dos periodos adicionales. Putin terminaría su reinado en el 2036. ¿En qué estado se encontrará Rusia en ese momento? Pronóstico reservado.  Por suerte, sus volteretas políticas fueron acompañadas por un entorno macroeconómico favorable. En efecto, con el comienzo del nuevo siglo, los crecientes precios del petróleo, mayores inversiones extranjeras, mayor consumo interno y mejor estabilidad política, reforzaron el crecimiento económico de Rusia. Los números hablan por sí solos. A finales de 2007 el país disfrutaba del noveno año de crecimiento continuo, con una media del 7% desde la crisis financiera del 1998. En el 2007, el PIB de Rusia fue el sexto más grande del mundo. El salario medio fue de unos 640 dólares al mes a principios de 2008, comparado con 80 dólares en el 2000. Aproximadamente el 14 % de los rusos vivían por debajo del umbral de pobreza en 2007, muchos menos comparado con el 40 % del año 1998. Esta ola de prosperidad creciente le llevó a la cresta de la popularidad y apoyo institucional. Rusia, bajo el mando de Putin, se insertaba con éxito en los circuitos financieros, comerciales y políticos del mundo civilizado. No en vano en el 2007 la revista Times lo consideró el “Hombre del año”. Eventos geopolíticos, empero, mostraban inequívocamente el ruido y la furia del teniente coronel Putin, ex agente del KGB. Aplastamiento de la oposición, extinción de movimientos autonomistas dentro de Rusia y en sus estados limítrofes. Destrucción de Chechenia, reconocimiento de republiquetas extirpadas de los territorios de Georgia, Moldavia y Azerbaiyán y, finalmente en el 2014, el zarpazo a la península de Crimea y hoy, la invasión a Ucrania. No obstante, la suerte no es infinita. El apoyo popular sufre vaivenes y la economía de un país globalizado como Rusia también acusa reveses. Así, los números de empleo, inflación, salud, educación, vivienda, se antojan díscolos a sus designios. Tras la invasión a Crimea y luego a Ucrania, en un tris, Rusia pasó de ser un miembro respetado de la comunidad internacional, a ser un país paria. No puede vender sus materias primas, sus bancos fueron expulsados del sistema SWIFT de pagos, no puede emitir deuda, su calificación crediticia la tiene al borde del precipicio de la insolvencia. El rublo, masivamente devaluado y sus índices bursátiles caen en barrena. Por su parte, las empresas extranjeras, empleadoras y creadoras de riqueza, abandonaron muy raudas las estepas rusas, dejando en la calle a miles de empleados (solo la francesa Renault despide más de 40 mil). Dentro y fuera de Rusia, sus deportistas no compiten, sus músicos no interpretan, sus empresarios no invierten, sus científicos no investigan y así, un trágico etcétera de consecuencias inauditas e insólitas para un pueblo que soñó y… ¡probó! la libertad, el progreso económico y social en un gran país. No sorprendería ver, en un futuro no muy lejano, a millones de desempleados y menesterosos rusos haciendo fila en las sopas populares. El bombardeo de Putin sobre su propia economía es devastador. En su desespero, el presidente ruso desata su furia. Llama a sus oponentes “mosquitos” que hay que escupir, y pide la “purificación” de la sociedad de estos “traidores” alineados con Occidente. También, en un reciente discurso delirante, señaló a otro enemigo: el enemigo interior, en términos especialmente preocupantes. Utilizó palabras de otro tiempo, del estalinismo, de la Guerra Fría, de una época que se creía superada. Fustigó a la “quinta columna”, es decir, al enemigo interno, a los “traidores nacionales” dispuestos a “vender su patria”. La palabra “purificación” es obviamente la más aterradora, presagiando lo peor para aquellos que se atrevan a oponerse a la “operación militar especial” en Ucrania.  Mas allá de los misiles lanzados sobre su economía y el cañoneo despiadado en contra de la oposición política, la libertad de expresión también ha sido su objetivo. Así, Dmitry Muratov, director del diario ruso Novaya Gazeta, Premio Nobel de la Paz 2021, anunció esta semana la suspensión de la publicación de su periódico hasta el final de la guerra en Ucrania. Acababa de recibir una segunda advertencia de las autoridades, y prefirió escabullirse temporalmente antes de que le retiraran la licencia. Hay que recordar que la Novaya Gazeta era el periódico de Anna Politovskaya, la periodista asesinada en Moscú en 2006 tras cubrir la guerra de Chechenia. Se trata de una tragedia para Rusia, que pierde su última fuente de noticias independientes en un momento en que éstas son aún más importantes en la niebla de la guerra. Pero es evidente que ese es el objetivo de Vladimir Putin: que los 140 millones de rusos sólo tengan acceso a una fuente de información, la suya. Desde el comienzo de la guerra, otros importantes medios de comunicación han cerrado, como Radio Eco de Moscú, fundada durante el periodo de apertura “Glasnost” de Gorbachov, y el canal

Las horas mas oscuras

Por Agustín Urreiztieta Desde 1945 Europa no veía aviones militares surcando sus cielos, tanques cruzando sus campos, seguidos por tropas, barriendo en pocas horas la integridad territorial de un país soberano. Inevitables referencias se hacen con las que Winston Churchill llamó “las horas más oscuras” durante la Segunda Guerra Mundial. Se critica el apaciguamiento de Putin por las potencias occidentales, como en tiempos de Neville Chamberlain y su fatídica cita con Hitler en Munich en 1939. También, Putin nos recuerda las tesis geopolíticas esgrimidas por el nazismo fanático, el Lebensraum, el espacio vital, necesario para desplegar sus alas. De igual manera, son conocidas las tácticas de la guerra relámpago, el Blitzkrieg de Hans Guderian y sus temibles tanques Panzers. El nuevo milenio pensaba que aquello eran salvajadas de otras épocas, de barbaridades superadas. Pero no, definitivamente no lo son. La guerra sigue allí, en el terreno o en el tintero, siempre como una opción. Putin tiene muy presente que “la guerra es la continuación de la política pero, a través de otros medios” frase del conde Klaus von Clausewitz, oficial y teórico militar prusiano en tiempos de las guerras napoleónicas. Queda claro que Putin desconfiaba de la senda democrática que había emprendido Ucrania por años. Su candidatura como miembro de la Union Europea, la reorganización de su economía e instituciones, apuntando a un régimen de libertades democráticas claramente incompatibles con el modélelo autoritario de Putin. Poco a poco se le escapaba el control y peligrosamente se inclinaba hacia el bando de sus enemigos occidentales, la OTAN. El zarpazo ruso se imponía antes de que fuera muy tarde. Inevitablemente y, ante la incredulidad del mundo civilizado, Putin dictó la orden a sus tropas. Una orden acompañada de una advertencia a los occidentales que podrían verse tentados a intervenir, amenazándoles con “consecuencias que nunca habían conocido en su historia”. Palabras insólitas en boca del líder de una gran potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Estas palabras airadas pueden relacionarse con la puesta en escena teatral y revisionista del lunes 20 de febrero, donde Putin negó la existencia de una identidad ucraniana y anunció estos dramáticos acontecimientos. En todo momento se creyó que lo dejaría así, subestimando la determinación de un dictador envejecido y aislado, obsesionado por vengarse de la historia.  Esta guerra se había vuelto inevitable, ya que nadie estaba dispuesto a pagar el precio de oponerse a Putin. La disuasión no funcionó cuando los únicos que podían oponerse declararon públicamente que no lo harían. Claramente, Putin apostó a lo que él consideraría como la pusilanimidad europea ante la guerra. Esto es simplemente la barbarie en contra de la civilización. El desarrollo del drama nos deja ver que son los ucranianos quienes evidentemente sufrirán la realidad de la potencia de fuego rusa. Pero este conflicto está cambiando el mundo, cambiando los tiempos. Putin está cometiendo lo irreparable, está sumiendo al mundo en una nueva guerra fría, que tardará años en superarse. Más allá de la condena y el estupor de la guerra en el corazón de Europa, es preciso abrir los ojos a la recomposición geopolítica que esta tomando lugar. Atendiendo a la historia reciente, la ocupación rusa de Crimea en 2014 y la breve guerra entre Rusia y Georgia en agosto de 2008, permiten esperar que Putin, una vez Ucrania en su puño, estacionará firmemente sus tropas a todo lo largo de la frontera con los países miembros de la OTAN, para luego, extender su mano para negociar la paz bajo sus condiciones. Luego, la amenaza más inmediata será para los estados bálticos. En efecto, ante el impulso bélico de Putin, cabria preguntarse si la OTAN realmente defenderá a sus miembros bálticos de un ataque ruso. También, Rusia podría exigir un corredor directo para conectar su territorio con el enclave de Kaliningrado, su ciudad portuaria en el mar Báltico, resultado de las negociaciones de post guerra. Esto aislaría aun mas a los estados bálticos. Esta amenaza podría ser la próxima crisis geopolítica pues, seria patente, que la alianza de la OTAN no puede defender a sus miembros. ¿Estarán verdaderamente dispuestos los Estados Unidos y Europa a intervenir militarmente para defender la soberanía de Lituania, Letonia y Estonia? En la actualidad, Putin busca como mínimo que no se desplieguen fuerzas de la OTAN en el territorio del antiguo Pacto de Varsovia. Inevitablemente las próximas rondas diplomáticas sobre la seguridad en Europa, se harán con la presencia disuasiva de las tropas rusas en los confines orientales del continente y aun bajo los ecos de las explosiones de los misiles disparados en Ucrania. Simultáneamente, no sorprendería que, la satrapía rusa en la que Lukashenko ha convertido a Bielorusia pida ser anexada a Rusia, que Putin invada Moldovia o al menos incorpore finalmente el territorio de Transistria. La agenda conquistadora puede ser larga. Putin, así como la China de Xi Jinping, cuyas reacciones el mundo observa con atención, están convencidos de que Occidente está en declive y que ha llegado el momento de cambiar el equilibrio de poder. La guerra en Ucrania no tiene sentido, no está justificada, pero ahora es una realidad que se impone a todos. Y es así como, en paralelo, al otro extremo del mundo China amenaza con romper el balance estratégico en Asia, con un claro objetivo de capturar definitivamente a Taiwán. Es claro que Taiwan y el apoyo que le brindan los Estados Unidos, son un obstáculo a la hegemonía china en la region. En su empeño, Xi Jinping debería pensar que con el conflicto Rusia-OTAN-Ucrania, sus chances de éxito en Taiwan o en el Mar del Sur de China, aumentaron de alguna manera. En su lógica, los Estados Unidos, estarían muy ocupados por las amenazas de Putin y el quiebre de los frágiles equilibrios de la seguridad europea. Queda claro que, a Moscú y Pekín, lo que realmente los une es su deseo compartido de fracturar el orden internacional en su favor. En este momento, pareciera realista imaginar una escena mundial

¿Va Putin perdiendo la jugada en Ucrania?

Por Agustin Urreiztieta Han pasado tres meses. Una crisis geopolítica tan larga deja de ser una tensión pasajera, pierde el efecto sorpresa y con ella la contundencia de un golpe táctico. Es cierto que Putin tiene el beneficio del manejo de los hilos a largo plazo y por ende dispone de mayor reflexión estratégica. Por el contrario, las democracias liberales están condenadas a la perenne maldición del corto plazo, en otras palabras, la fecha de la próxima elección y el impacto de una posible mala o buena decisión en los votos.  No obstante, ¿va Putin perdiendo la jugada en Ucrania? Puede ser una pregunta osada ante las imágenes del enorme despliegue ruso en las fronteras de Ucrania. Cerca de 150.000 soldados, tanques, aviones, buques, submarinos, equipo bélico pesado, guerra cibernética, maniobras con Bielorrusia y todo cubierto por el manto mediático de información y desinformación del cual Moscú es un artista. Pero tras tres meses de tensión, pareciera que Vladimir Putin no logrará sus objetivos y que el coste de una posible invasión de Ucrania sigue in crescendo. De igual manera, ¿Por cuánto tiempo Joe Biden puede atizar la brasa de la invasión inminente sin que nada ocurra? No es la primera vez que el temible oso ruso muestra sus garras en la frontera ucraniana, pero sí es la primera vez que plantea exigencias concretas. Esta vez, no solo intentan disuadir la entrada de Ucrania en la OTAN, también retrocede a 1997, antes de que los países de Europa Central y Oriental se unieran a la alianza militar liderada por los Estados Unidos. También recuerda oportunamente Rusia, la promesa que se le hiciera a Gorbachov en ese momento y el cacareado “ni una pulgada hacia el este” de Bush padre y su Secretario de Estado James Baker, sobre la influencia de la OTAN. En ese momento Helmut Kohl, François Mitterrand, entre otros, aseguraban a Rusia que el desmantelamiento de la Unión Soviética no implicaría la formación de un amplio frente anti ruso a través de la OTAN. Es uno de los argumentos claves de Putin: “engañaron a Rusia”. Putin manipula callado, siembra el desorden en el campo Occidental y apuesta sacar provecho de la desunión y las contradicciones de Europa. A pesar de su habilidad, es evidente que el resultado más bien presenta un frente Occidental unido, aunque con matices, tras la defensa de la soberanía ucraniana. El único país de la OTAN que se ha desmarcado es la Hungría de Viktor Orban quien, pescando en rio revuelto, acaba de firmar un acuerdo de gas con Moscú a precios de socio y amigo útil. Sin duda es muy temprano para decir que Putin ha perdido, pero el posible bluff del presidente ruso ha tenido varias consecuencias que no son motivo de celebración. El primero es que ha vuelto a implicar a los Estados Unidos en Europa mientras estaba concentrado en su rivalidad con China. Así, la administración Biden ha aprendido las lecciones de las críticas europeas, especialmente durante la caída catastrófica de Kabul del año pasado y el fiasco del submarino australiano con Francia. A todas luces, hoy juega en sintonía con sus aliados naturales. Washington también ha anunciado el envío de más tropas a Europa (aunque en números más que simbólicos) y promete severas sanciones. ¿Hasta donde se espera que llegue su rigor? Desde luego, Biden también se muestra aguerrido apuntando a cosechar la gloria del estadista campeón que resolvió la crisis geopolítica europea más importante desde la segunda Guerra Mundial. Quizás así, los números en las encuestas de aprobación le brinden un respiro. Incluso Emmanuel Macron, que hace dos años declaraba que la OTAN sufría de “muerte cerebral”, envía ahora soldados franceses a Rumania, en el Mar Negro y lleva a cabo sus movidas diplomáticas, incluso con Putin, colocándole como jugador de peso en el tablero ucraniano (también con las próximas elecciones francesas en mente, claro está). Del lado de Boris Johnson, la oportunidad es propicia para desviar la opinión pública de sus cuestionadas fiestas durante las restricciones de la pandemia. Y es así como, muy a su pesar, Vladimir Putin no consiguió dividir a Occidente. Putin, empero, aún no ha dicho su última palabra y es difícil saber qué hay en su cabeza. Se podría intuir que, tras mas de veinte años en el poder, sufre de un efecto de “bunkerizacion”, es decir, se encuentra aislado, rodeado de generales y operadores políticos complacientes, temerosos de contradecirle. Sin embargo, hay varias señales inequívocas que desaconsejan una ofensiva a gran escala contra Ucrania, lo que no impide otras tácticas de desestabilización en esta “guerra híbrida”. En primer lugar, el altísimo coste económico e incluso militar de una operación de este tipo no sería nada despreciable para Rusia. Como ejemplo, se observa que desde su cúspide en octubre del 2021 y desde el comienzo de estas tensiones en noviembre, su mayor índice bursátil ha retrocedido 20% barriendo por miles de millones de dólares la valoración de sus empresas. Por otro lado, pensar en los efectos de la exclusión de Rusia del sistema SWIFT y el dólar americano, nos daría un vistazo de la amplitud del daño en una economía globalizada. En segundo lugar, China, apoyo indispensable de Rusia, no tiene ningún interés en una guerra en Europa que desestabilizaría su economía de exportación. Es claro que los dos países no tienen los mismos intereses en este sentido. Putin, quien visitó Pekín para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, negoció una suerte de espaldarazo político de China lo cual no significa necesariamente una luz verde. Lo que queda es ofrecer a Putin una salida para salvar su dignidad. Esto es quizás lo que permitiría un escenario de neutralidad para Ucrania o, más bien, de no alineación militar como el de Finlandia, quien, para calmar la hostilidad de su vecino soviético después de la Segunda Guerra Mundial, optó por moderar su entusiasmo por el Occidente liberal. En este sentido, los esfuerzos se dirigen hacia la apertura de un dialogo directo

La Cumbre por la Democracia y el gigante de barro con pies de hierro

Por Agustín Urreiztieta Normalmente el dicho reza: gigante con pies de barro. Sin embargo, pudiera decirse que la democracia, en su estado actual, se acerca más a un gigante con cuerpo de barro, pero con pies de hierro. Cuerpo de barro y por ende frágil, pues en muchos países se cuestiona su vigencia, sus métodos, se le imponen limites, se desafía su autoridad, su eficiencia, su mecánica. Asimismo, agendas personalísimas de líderes “providenciales” y telegénicos amenazan sus principios, la acosan y les sirve como trampolín para el asalto al poder. No obstante, sus pies siguen siendo de hierro. Su solidez yace en su origen, en la expresión primigenia de la voluntad del pueblo. Su legitimidad, su anclaje en valores morales y éticos, permanecen incuestionables. Hoy, el gigante democrático pareciera doblarse ante el peso de la reformulación histórica, la impaciencia por resultados en algunos casos o la simple conspiración en otros. Sus robustos pies de hierro, empero, siguen hechos de la voluntad de los pueblos, inigualable fuente de legitimidad. Una cumbre por la democracia, ¿quién podría oponerse? salvo los de siempre, los autócratas, los dictadores y los aspirantes a serlo. Sin embargo, la realidad muerde y es un tanto más complicada … Cuando Joe Biden propuso su Cumbre por la Democracia durante la campaña electoral, la idea era sencilla: Donald Trump había desdibujado la escena política y la bandera de la defensa de la democracia parecía un mensaje virtuoso y directo. Tras casi un año en la Casa Blanca, lo que se antojaba sencillo se complicó. Para empezar, porque la frontera entre democracia y … “no democracia” no siempre es fácil de definir. Esta simple ambivalencia creó un verdadero quebradero de cabeza para las invitaciones. 110 países fueron invitados. Desde luego, los que quedaron fuera de la fiesta no quedaron muy contentos, por decir lo mínimo. Por ejemplo, Brasil, Pakistán o Irak estaban en la lista de invitados, cuando sus democracias dejan algo (o mucho) que desear. En Europa, Polonia fue invitada pero no la Hungría de Viktor Orban, único paria de la Unión Europea. Por su lado, en América Latina se daba por hecho la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela.  Fue una sorpresa, y de cierta manera una decepción, ver por fuera a Guatemala, Honduras, El Salvador y también a Bolivia. De qué sirve excluirlos y no contribuir directamente en el fortalecimiento de sus instituciones democráticas. Si se les expulsa de la comunidad de democracias ¿cómo promover la lucha en contra del autoritarismo, la corrupción y avanzar en el respeto de los derechos humanos? La Cumbre por la Democracia pareciera tener un cierto perfume de Guerra Fría, pues reúne a un duro “campo democrático” orbitando en torno a los Estados Unidos, líder del “mundo libre” como se decía en otros tiempos. La invitación de Taiwán, un estado no reconocido pero una democracia genuina, obviamente le da a la reunión otro aroma de rivalidad con la China comunista. Es de constatar que la lista de invitados debe mucho más a los intereses geopolíticos de Estados Unidos y menos al criterio de Freedom House, el think tank que anualmente clasifica a las democracias del mundo. El mundo se encuentra en constante evolución. Los axiomas del pasado pudieran ser obsoletos hoy. Así, China puede perfectamente regodearse en la denuncia de las fracturas de la democracia estadounidense, su violencia social extrema, sus índices de pobreza, el trato a las comunidades negras, los ataques contra el derecho al voto y tanto más. En ese sentido, la propaganda china es eficiente, noticias sobre niños muertos en bombardeos estadounidenses en nombre de la democracia, o sobre la patética estampida de Kabul y, por supuesto, imágenes del asalto del 6 de enero al Capitolio. Xi Jinping y su camarilla de apparatchiks se relamen los dedos ante el espectáculo. Así, fiel a su destreza argumentativa al esgrimir que no hay un modelo fijo de democracia, China sorprendió al reclamar su estatus democrático y permitirse el lujo de describirse a sí misma como una democracia cabal, por ser más eficiente. Esto por supuesto no convence a nadie en el lado de las democracias liberales, pero es un discurso pegajoso en el mundo en desarrollo, donde el modelo occidental se tambalea en su pedestal. Esta cumbre será útil e interesante si provoca una reflexión sobre el estado actual de la democracia. Su principal debilidad es precisamente que el cuerpo del gigante democrático muestra señales de fatiga hasta en los Estados Unidos, cuna de la idea de la Cumbre y paladín de la democracia universal. Desafortunadamente, el país del gigante democrático con cuerpo de barro y pies de hierro se encuentra más polarizado que nunca, con un tercio de sus votantes creyendo aún que la elección le fue robada a Donald Trump. Pero también en Europa y en América Latina, donde las tentaciones populistas y autoritarias son un signo constante de malestar real. Por otro lado, organizar la contención de los avances de China o Rusia, basada en un escenario bipolar democracia-dictadura, es un error al reproducir las ambigüedades de la Guerra Fría, haciendo la vista gorda ante las fallas y déficit democrático de los amigos de Estados Unidos y así debilitar la causa defendida. Repensar la democracia y apoyarse en sus sólidos pies de hierro debe ser esencial para los países que dicen promoverla. Esta debería ser la intención de la Cumbre por la Democracia de Joe Biden.  Es cierto que la democracia no sucede espontáneamente o por casualidad, la tarea es nutrirla y fomentarla en todos sus escenarios, pero en particular donde las amenazas y el retroceso se hace más patente. Es una lástima que las costuras geopolíticas hayan sido tan evidentes. Igual es un ejercicio de reflexión que debe ser profundo, inclusivo y, sobre todo, introspectivo. Agustín Urreiztieta Abogado especializado en banca y finanzas con enfoque en América Latina. Ha ocupado posiciones ejecutivas en bancos y despachos internacionales en Luxemburgo, Nueva York, Ginebra, Zurich y Panamá. Apasionado observador de la escena internacional, obtuvo un Máster en Finanzas

De Minsk a Caracas: vidas humanas, extrañas armas.

Por Agustín Urreiztieta ¿Un misil cargado de mujeres embarazadas? ¿una bomba de niños lloriqueando de hambre? ¿un barrage de morteros cargados con familias muriendo a la intemperie, deambulando por las carreteras de Colombia y Bielorrusia?  Extrañas armas las de Lukashenko y Maduro. Miles de niños, mujeres y hombres para desestabilizar al enemigo ¿Como se puede catalogar semejante ignominia y desdén por la dignidad humana? A lo largo de la historia, las migraciones han sido susceptibles de ser utilizadas como arma de guerra política y militar. Usualmente, esta manipulación estratégica de las migraciones apunta a objetivos coercitivos, cuando las migraciones se utilizan como instrumento de política exterior para fomentar cambios y obtener concesiones por parte de otros estados, o tiene el objetivo de desposeer, expulsando a grupos específicos para apropiarse de territorios o consolidar el poder, o por razones económicas, buscando ganancias. Esta es una fiel descripción de lo que está sucediendo en la frontera entre Polonia y Bielorrusia y del horror que vivimos los venezolanos en la frontera entre Venezuela y Colombia y otros países de la región. Miles de migrantes, principalmente del Medio Oriente en el caso bielorruso y millones de compatriotas en el caso venezolano, son conducidos por las fuerzas del régimen dictatorial en Minsk o empujados al exilio intencionalmente por el drama orquestado desde Caracas por el chavomadurismo. Para el dictador Lukashenko, se trata de chantajear a los europeos para obtener el levantamiento de las sanciones impuestas a su régimen, o incluso castigarlos por acoger a sus propios disidentes. Al mismo tiempo, Vladimir Putin saca provecho y se coloca como apaciguador y árbitro. Como fino observador, percibe las contradicciones y las debilidades de la Unión Europea. Todo un entramado geopolítico. El espanto bielorruso es lamentable, sin embargo, el caso de Venezuela y su dictador ocupan toda nuestra atención. La migración masiva de venezolanos hacia Colombia y otros países, reviste visos de política interior y exterior. Dentro del país, se trata de un modo eficiente para consolidar su poder, deshacerse de opositores, desposeerlos y finalmente callarlos al menor costo. No tiene que asumir las incomodidades de encerrarlos, o inhabilitarlos, o desaparecerlos. Por lo mínimo, descuenta millones de votos opositores en sus farsas electorales y disfruta de su ausencia en las protestas callejeras. Como beneficio adicional, la manipulación migratoria venezolana es un arma de política exterior que tiene en la mira al gobierno colombiano. Por venganza, por ejercer presión, por chantaje, por saboteo o, incluso como elemento táctico a ser incluido en negociaciones buscando ganar tiempo o el levantamiento de sanciones. En el manual dictatorial de Maduro todo cabe, todo vale. En la lógica chavista la venganza se impone. Desde el inicio de nuestra tragedia nacional en 1998, el gobierno de Andrés Pastrana, pasando por Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, hasta llegar hoy al presidente Ivan Duque, Colombia ha defendido sus principios republicanos y ha plantado cara al chavomadurismo. Con determinación, con convicción, con compasión por el pueblo venezolano y al mismo tiempo consciente de sus responsabilidades nacionales e internacionales.      Es así como, ni bien comienza el descalabro venezolano, el chavomadurismo se las ingenia para desestabilizar a Colombia, subvertir el orden y sembrar el caos. De ingeniosas maneras y, entre ellas, al asociarse con las FARC, creando santuarios guerrilleros en territorio venezolano y protegiendo a sus líderes. Asimismo, promueve el contubernio narcotraficante entre el estado venezolano y bandas colombianas (sin contar con las de otros países), sabotea el proceso de paz impulsado por el presidente Santos, cierra la frontera y destruye el comercio entre los dos países. Igual no pueden ser olvidados el apoyo y financiamiento brindado a candidatos disruptivos de su democracia y a los movimientos anárquicos que avivaron las llamas de las protestas sociales por la reforma fiscal. El arsenal de fracturas impulsado desde los gobiernos chavomaduristas es amplio y diverso.   No obstante, al arsenal de horrores le faltaba otra arma. La manipulación de seres humanos. Evidentemente, un millón de compatriotas en Colombia a todo lo largo y ancho del país, ejerce una gravísima presión sobre los servicios sociales, atentando en contra de la paz social al soplar sobre el brasero de la intolerancia, la discriminación y la inequidad. Se apuesta a la división, a la discriminación, al odio basado en el origen. El funesto paraíso de Maduro y sus secuaces. Claramente, el régimen de Maduro descubrió esas extrañas armas, las bombas bebés, los misiles mujeres, la metralla de hombres cansados y las profundas y destructivas consecuencias para Colombia y el continente. Así, manipula el sufrimiento humano en forma de millones de venezolanos en las carreteras colombianas y por carambola en otros países y gobiernos que considera enemigos. Entre Maicao, Riohacha o Cúcuta hasta Cali, hay aproximadamente 1261 km. Hasta Chile, unos lejanos 5000 km. Distancia de tensiones, de persecución, del drama de un pueblo en busca de futuro. ¿Qué tienen en común Lukashenko y Maduro? Además de la utilización de esta espantosa arma, su talante dictatorial y su absoluto desconocimiento de la dignidad humana y el dolor. Sin embargo, ellos no son los creadores de este horror, más bien son los verdugos de turno. Recordemos al cruel Fidel Castro en 1980, quien lanzó desde el puerto de Mariel, sus “torpedos” cargados con 135.000 cubanos desesperados por huir de la isla, incluyendo entre ellos, a presidiarios, convictos, delincuentes de todo orden, vaciando parte de sus cárceles y manicomios. Asimismo, Saddam Hussein con los kurdos o los escudos humanos para evitar bombardeos, o Muamar Gadafi al convertirse en el árbitro de los corredores migratorios del África subsahariana y el Magreb apuntando saltar el Mediterráneo. Dudoso elenco histórico donde, a partir de ahora, Maduro y Lukashenko son ejemplos lamentables. Hoy, mientras leemos estas líneas, familias enteras cruzan la frontera hacia Colombia y emprenden el camino en busca de mejor vida. Vidas humanas, una muy extraña y cruel arma. Agustín Urreiztieta Abogado especializado en banca y finanzas con enfoque en América Latina. Ha ocupado posiciones ejecutivas en bancos y despachos internacionales en Luxemburgo, Nueva York, Ginebra,

El brazo largo de la ley o, como el tío Sam los encuentra…

Por Agustin Urreiztieta En días recientes seguimos las peripecias de los procesos judiciales en contra de funcionarios del estado venezolano, o personas vinculadas a la trama revolucionaria. En el afiche de este espectáculo mediático figuran Saab, Carvajal, Claudia Diaz, Vielma Mora, por solo citar unos pocos de un larguísimo elenco de testaferros y traficantes de todo pelo que han medrado en el circo chavista. Por años, hicieron malabares en negocios arteros, construyendo un denso entramado para su lucro y el de sus asociados. Al mismo tiempo, intentaron colocar una lápida de olvido y, sobre ella, un manto de legitimidad. Para ello, invirtieron su dudosa magia en los Estados Unidos, la Unión Europea y otros países, en artes y negocios de todo tipo. Ante su futuro incierto, tenían que esconder, proteger y hacer prosperar el botín para asegurar una salida de escena discreta. Sin embargo, la codicia infinita, la ignorancia o la falta de escrúpulos, los llevó a colocarse la soga de la justicia mundial al cuello. En nuestros días, con el avance de la tecnología, el Big Data y de una gran sensación de aldea global, cada dólar colocado deja trazas indelebles. Así, cada contrato, cada compañía, transferencia, compra o venta, deja huellas a disposición de las autoridades. Este es el “ábrete sésamo” de jueces, fiscales, investigadores y periodistas que permite el acceso a la cueva de la corrupción venezolana. Hoy, un crimen financiero pudiera ser cometido por un venezolano en Caracas, a través de compañías en Panamá y Hong Kong, con cuentas bancarias en Madrid y Miami, oficinas en Londres o Barcelona con el concurso de operadores en la sombra en la Habana y Teherán.  ¿Como deshacer el ovillo? Y es así como las autoridades de los Estados Unidos, incluidos principalmente el Departamento de Justicia (DOJ) y la Comisión de Bolsa y Valores (SEC), investigan y castigan delitos de cuello blanco en los rincones más lejanos del mundo. Solo en el 2020 y el 2021, las sentencias por la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA), por ejemplo, involucraron conductas en Brasil, Venezuela, Ecuador, México, Arabia Saudita, India, China, entre otros. Por igual, las autoridades recopilan pruebas del exterior en casos de blanqueo de capitales, controles de exportación, sanciones, y muchas otras posibles infracciones. Muy poco pasa desapercibido. Pero ¿cómo reúnen las autoridades estadounidenses pruebas de toda esa conducta que ocurrió lejos y con frecuencia hace mucho tiempo? ¿Cómo hicieron en el caso de Saab y tantos otros? Hoy, vestido de naranja en una prisión, espera por su juicio. Para las investigaciones dentro y fuera del país, las autoridades estadounidenses tienen numerosos poderes y herramientas a su disposición. Con mucho esmero se ha construido una extensa red de recursos formales e informales que incluyen convenios internacionales y relaciones entre agencias estadales investigativas. En efecto, los Estados Unidos han suscrito acuerdos multilaterales y bilaterales con todos los estados miembros de la Unión Europea, varios de la OEA y muchos otros países. Asimismo, el arsenal incluye estrechas relaciones que, el DOJ, la SEC y otras agencias, han desarrollado con sus contrapartes extranjeras y en especial bajo los auspicios de los Grupos de Trabajo sobre Soborno de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), así como de otras organizaciones internacionales públicas, como los bancos multilaterales de desarrollo. En las largas ramas del árbol de la justicia americana, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) mantiene 63 oficinas regadas por el mundo cubriendo más de 180 países. Estas operan mediante acuerdos con la nación anfitriona y, juntos, recaban pruebas y conducen las investigaciones. De manera similar, la Administración de Control de Drogas (DEA) opera 91 oficinas en el extranjero en 68 países. Solo estos dos datos hablan por si solos sobre la lucha contra del crimen financiero. También, los criminales deben sospechar de las empresas americanas con las que comercian. Estas pueden ser citadas y obligadas a colaborar ante la “notitia criminis”. Tanto aquellas que voluntariamente revelan posibles conductas delictivas, como a las que el gobierno se acerca primero. Lo mismo sucede, claro está, con individuos, cooperadores y posibles denunciantes. Por ello, cada empresa o individuo estadounidense en relaciones con venezolanos sospechosos, puede ser un denunciante potencial. Por otra parte, no hay que desmerecer la riqueza de datos que van regando a diario estos peculiares personajes de la picaresca criolla y sus socios en el crimen. Las autoridades, con solo recolectar evidencia de sus vidas dentro de los Estados Unidos, definen la ruta investigativa. Registros bancarios de transacciones extranjeras e intercambios de emails y llamadas con personas en el extranjero, están a disposición de las autoridades. En este sentido, no olvidemos el éxito global de empresas como Facebook, Google, Twitter y otras, todas americanas, en cuyos registros aparecen con detalle donde viven, donde viajan, qué, cuanto, cómo y dónde consumen. Todo un anzuelo del cual cuelgan los individuos corruptos, su vanidad, codicia y extravagancias a vistas del público y de … las autoridades. Como si no bastara, a partir del año pasado, las autoridades tienen dos nuevas herramientas para recopilar evidencia extranjera. Una es la facultad de exigir a cualquier banco extranjero con cuenta corresponsal en los Estados Unidos, los registros relacionados con cualquier cuenta bancaria, dentro o fuera de los Estados Unidos. Estas corresponsalías son un componente clave del sistema bancario internacional y de ellas depende que se pueda transar en dólares americanos. Perderla, equivaldría a darle la espalda al sistema financiero internacional. La otra temible herramienta, es el premio a denunciantes de lavado de dinero. El programa de denuncia de irregularidades es quizás el recurso más potente del gobierno para atraer a testigos cooperantes con conocimiento de violaciones criminales. Desde el 2010 la SEC ha premiado con más de 900 millones de dólares a los denunciantes. El programa está diseñado para obtener información que la SEC no descubriría de otra manera. Por último, los informes de prensa son, igualmente, la chispa inicial. Así, los escándalos de soborno que al principio parecen ser pequeños, pueden convertirse en importantes investigaciones multinacionales.