24 de noviembre, cayó Gallegos y cayó “Doña Bárbara”
Por Rafael Gallegos El 24 de noviembre de 1948 fue derrocado el novelista Don Rómulo Gallegos. Pocos golpes militares han resultado tan enemigos de la cultura. Con Don Rómulo cayeron el canciller poeta Andrés Eloy Blanco, y nada menos que el gran José Rafael Pocaterra, quien en ese momento fungía como Embajador en Estados Unidos. ¿Qué tal? El derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948 fue un golpe a la literatura venezolana. Hay que aclarar que Pocaterra aceptó de los golpistas la Embajada en Brasil, a la que renunció dos años después, luego del asesinato de Delgado Chalbaud. Gallegos fue exiliado hacia Cuba. Es de imaginar que Don Rómulo habrá pensado en el avión que lo trasladaba hacia La Habana, cómo la inclemente realidad le tergiversó su obra “Doña Bárbara”, cuya interpretación más común era la lucha de la civilización contra la barbarie, y ya desde esos tiempos se podía hacer equivalencia con democracia vs autoritarismo. Tal vez mientras volaba sobre el Caribe, el gran escritor pensaba que su alter ego Santos Luzardo, representante de la civilización (o democracia) en su novela, había sido derrotado. Que ese llanero estudiado y valiente – que regresó de Caracas a la llanura de Apure para hacer valer sus derechos en lo que quedaba de su Hato Altamira, mediante el guáramo y la ley, que en la novela se enfrentó con éxito a los bandidos como Balbino Paiva, a los funcionarios complacientes y correveidiles como Mujiquita, a la nulidad engreída y autoritarismo de jefes civiles como Ño Pernalete, a las bandas de malandros como los Mondragón – había resultado simplemete una ficción. Que la Marisela recogida desde el mismo barro en un estado semisalvaje y convertida en una dama por efecto de la educación con que el mismo Santos Luzardo le había encendido el alma, y que para el novelista representaba a ese pueblo venezolano analfabeta y marginal imprescindible rescatar, seguiría en la realidad hundida en su ignorancia y miseria por efecto de la barbarie militarista. Y pensaría Gallegos en su personaje Doña Bárbara, aquella quinceañera Barbarita, hermosa y enamorada de Asdrúbal, que fue violada – uno tras otro- por varios tripulantes de la nave que surcaba el río Arauca hasta dejarla inconsciente. Pensaría en la Barbarita que a partir de allí iniciaría su metamorfosis hasta convertirse en la dañera, en la cacica del llano, en la devoradora de hombres. En la novela, Don Rómulo logró hacer que a esa mujer tan dura – que absorbía el espíritu de sus amantes hasta convertirlos en piltrafa, que todas las noches pedía consejos al “Socio” en actos de magia negra, que ni siquiera quiso reconocer en la notaría a su hija Marisela – le afloraran a partir una gran admiración por Santos Luzardo, el deseo de cambio, el amor por su hija, y decidiera darle paso a ella, desapareciendo en lontananza o tal vez tragada por un tremedal. A Gallegos le habrá pasado por la mente que esa ficción era apenas un deseo, un fallido sueño de justicia social. Tal vez pensaba Don Rómulo que ha debido hacer una novela más realista, con Marisela analfabeta y arisca, con Doña Bárbara continuando su reino del terror mandando a mover linderos para apropiarse de tierras, a ensogar ganado ajeno y mujiquitas, y ño Pernaletes, con sus mondragones. Y con un Santos Luzardo miedoso y evasivo tragado por el tremedal luego de caer en los brazos de Doña Bárbara. Y por su parte el poeta Andrés Eloy Blanco, desde su destierro en México, habría pensado que en el nuevo gobierno de los militarotes, estos se empeñarían en que su petición de “aunque la virgen sea blanca píntame angelitos negros”, fuera denegada. Y Pocaterra, luego de renunciar a la Embajada tras el asesinato de Delgado Chalbaud, se habrá cerciorado que con las dictaduras a sus “Panchito Mandefuá” no les salía en Navidad cenar con el Nino Jesús, sino seguir como siempre hambrientos, con su barriguita llena de parásitos y una infinita tristeza en los ojos mientras (otra vez Andrés Eloy) observaban las vitrinas “como el niño pobre ante el juguete caro”. Y de paso Pocaterra habrá verificado lo repetitivo de las terribles cárceles de Gómez (con sus Nereos Pachecos y todo), narradas en su monumental “Memorias de un venezolano de la decadencia”, que ahora se llamaban Seguridad Nacional y tenían nuevos esbirros, tan terribles y más aprendidos que los anteriores. LA CAÍDA DE UN SUEÑO El 24 de noviembre cayó – a Dios gracias temporalmente – el sueño venezolano de elecciones libres, de libertad de expresión, de revolución educativa, de industrialización y libertad empresarial… de democracia. El sueño que nos han dibujado en sus maravillosas obras nuestros grandes artistas, como Andrés Eloy, el joven veinteañero premiado en España por su “Canto a España”, el Rómulo Gallegos cuya primera edición de Doña Bárbara sería galardonada en España como el Libro del Mes, y con una portentosa obra escrita que haría decir en 1950 al entonces joven periodista Gabriel García Márquez: “es casi seguro que a Rómulo Gallegos el otorguen el Premio Nobel este año”. Seguramente las presiones de la dictadura perejimenista se encargaron de anular el galardón al Maestro Gallegos por aquello de no pasar la vergüenza ante tamaño premio otorgado a un presidente derrocado por ellos mismos. Y – no darles pena – contrataron por 40.000 dólares al escritor español Camilo José Cela, quien sí ganaría el Nobel en 1989, para que hiciera una obra capaz de competir con Doña Bárbara. La obra de llamó La Catira y resultó una copia muy borrosa, por decir lo menos. Nuestros grandes escritores – que sí los tenemos gigantescos aunque algunos opinen lo contrario – como Gallegos, Teresa de la Parra, Pocaterra, Otero, Uslar, Meneses y muchos otros por solo hablar de esos años, han dibujado directa o indirectamente la sociedad que merecemos soñar. Pero parece una ley que los autócratas, siempre se empeñan en transformar los sueños en pesadillas. LOS DEMÓCRATAS No es solo soñar, sino luchar para que los sueños dejen