Por Luis Daniel Álvarez V
Empieza una etapa para Brasil en la que las expectativas sobre lo que puede ser el gobierno de
Lula da Silva dejan atrás cuatro años de una era oscura, polémica y arbitraria, en la que el
entonces presidente Jair Bolsonaro administró con una discrecionalidad precaria y con una
conflictividad marcada el poder, siendo recordado por sus loas al militarismo, su adhesión a
personajes de dudosa reputación y el irrespeto a las instituciones.
La nota discordante que puede ser el colofón a una gestión patética fue su inasistencia a la toma
de posesión del nuevo mandatario, señalando que más allá de las diferencias y de la dureza de una
campaña electoral cuyo resultado fue el triunfo de Lula por estrecho margen, la no comparecencia
a la entrega del mando es la evidencia del desprecio a la tradición democrática, profundizando el
lamentable silencio que mostró para admitir su derrota, dejando un escenario de opacidad que
fue llenado por radicales que clamaban por una salida militar que desconociera los comicios.
Irresponsablemente Bolsonaro dejó el camino para interpretaciones, incurriendo incluso en la
torpeza de no salir con altura y dejar la puerta abierta para un posible retorno, proceder que
provocó críticas de algunos aliados a su gestión.
A Lula no le queda un panorama sencillo, pues le toca gobernar un país roto en dos trozos
prácticamente similares en los que no priva el favoritismo a ninguno de lo actores sino el temor
hacia el otro, teniendo Lula en su base electoral a buena parte de un sector que sufragó por él
para evitar otros cuatro años de Bolsonaro, mientras que el aspirante a la reelección recibió un
apoyo importante de sectores que no lo querían, pero que temían el retorno al poder del líder del
Partido de los Trabajadores. Aunado a los retos que enfrenta el nuevo mandatario, la relación con
el legislativo será difícil.
De todas maneras el nuevo presidente ha iniciado con muestras de amplitud en la conformación
de su gabinete al incluir a personajes de distinta tendencia entre los que están el vicepresidente
Geraldo Alckmin y las excandidatas presidenciales Marina Silva y Simone Tebet, la última de ellas
crucial en el triunfo, pues al quedar en el tercer lugar en la primera vuelta, no se limitó a llamar a
votar por Lula sino que hizo activa campaña por él. Entre los numerosos ministros que componen
el gobierno hay actores con experiencia en gestiones regionales como Camilo Santana, Wellington
Dias y Márcio França; líderes políticos como Fernando Haddad, Luciana Santos y Carlos Lupi; y
actores con carreras legislativas, judiciales, académicas e incluso diplomáticas como el canciller –
quien también ocupó el cargo durante la administración de Dilma Rousseff- Mauro Vieira.
Aunque la diversidad de la composición de su equipo puede ser un aliciente para dar tranquilidad
a su ejercicio, la heterogeneidad puede traer complicaciones, pues llegará un punto en que será
difícil complacer intereses tan disímiles y encontrados. Además, en la misma mesa estarán
sentados potenciales aspirantes para las próximas elecciones, lo cual puede provocar choques,
rencillas y ansias de protagonismo.
Lula puede desempeñar un rol regional importante impulsando la integración e incentivando una
salida electoral transparente y la reinstitucionalización de Venezuela. Si lo hace, pasará a la
historia con acierto y las amenazas de los revanchistas como Bolsonaro no generarán mayor
temor.
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@luisdalvarezva