María Alejandra Aristeguieta

El G7 habla de Venezuela: no es trivial

  Por María Alejandra Aristeguieta En la reunión de Capri del pasado mes de abril, el G7 le destinó un segmento de la declaración final a Venezuela. Esto no debe ser tomado como algo trivial, pero pasan tantas cosas en nuestro país, que no nos hemos paseado por la importancia que tuvo, porque fue entre otras cosas, publicado al final de la reunión, el día 19 de abril, día en que se define finalmente el candidato de la alianza opositora venezolana que está liderando María Corina Machado. Veamos con mayor detalle este hecho internacional. Entre muchos temas globales, y otros de importancia vital como lo es la guerra que Rusia ha impuesto a Ucrania así la consecuente inestabilidad que tal acto bélico ha traído al continente africano azotado por la hambruna y la inseguridad inducida por grupos terroristas instigados también por el Kremlin, el G7 manifestó su preocupación por la continua crisis política en Venezuela, demandó la aplicación de los acuerdos de Barbados, en particular las garantías electorales y la posibilidad de una observación internacional real. Además, el G7 reivindicó el respeto a que la oposición pueda ejercer sus derechos políticos, exigió la liberación de los presos políticos y el cese del hostigamiento y la persecución. Por último, el G7 advirtió al régimen venezolano que se abstenga de desarrollar iniciativas desestabilizadoras en la región del Esequibo y que se apegue a la resolución de la controversia de acuerdo con el derecho internacional. ¿Por qué esta declaración, una más, es tan importante? Fundamentalmente por quien la emite y por el alcance que tienen los países que conforman el grupo que la emite. Echemos para atrás para darnos cuenta de la dimensión de esta declaración. Creado en 1975 originalmente con seis países, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia y Japón, para posteriormente incorporar al Reino Unido, el Grupo de los Siete, o G7, representaba hasta no hace mucho, el grupo de países con mayor peso en el mundo, alcanzando hasta alrededor del 70% del PIB mundial, con poder económico, financiero, comercial, y por lo tanto una influencia política determinante. Aunado con lo anterior, aunque el grupo sirve de foro para que los líderes de las principales economías avanzadas del mundo discutan y coordinen políticas económicas, seguridad internacional y desafíos globales, su capacidad de coordinación se basa, sobre todo, en los valores de democracia, derechos humanos, libertad, y relaciones basadas en el respeto a las normas internacionales que defiende. Su lucha contra el terrorismo, la búsqueda de estabilidad financiera y crecimiento económico, o más recientemente su coordinación para manejar la pandemia del COVID, o para tratar de recuperar la seguridad internacional son claros ejemplos de los valores que encarna y promueve el G7, pero también de su relevancia y del impacto de largo alcance que pueden tener sus decisiones en la geopolítica mundial. Por otra parte, ciertamente en los últimos años, el G7, con un PIB global actual de alrededor del 45%, enfrenta el desafío que suponen las economías emergentes hoy reunidas en el grupo BRICS en términos de competitividad, así como para la promoción de la seguridad internacional y, por ende, en la toma de decisiones mundial. Sin embargo, a pesar de estos desafíos, el G7 mantiene su relevancia e importancia en la geopolítica mundial porque sus miembros, individual y colectivamente, continúan siendo actores principales en los asuntos internacionales. Dicho de otro modo, el grupo sirve como plataforma para abordar temas apremiantes y coordinar respuestas a crisis, que luego podrán ser debatidas y coordinadas con otros actores internacionales, y que conjuntamente, definen, en definitiva, la agenda internacional en general, y la de otros países, en particular. Por lo tanto, un mensaje político emitido por el G7, en este caso sobre Venezuela, puede tener un alcance e impacto significativos debido al peso económico y político individual y colectivo de sus países miembros, inmersos todos, como están, en un enjambre de relaciones políticas, económicas, y de cooperación con el resto de los países del mundo. Asimismo, lograr que un tema sea incluido en la agenda del G7 no es algo anodino que ocurre de manera espontánea. Cada país miembro tiene diferentes prioridades e intereses, y lograr un acuerdo sobre un tema particular puede requerir extensas negociaciones y diplomacia, para poder llegar a un consenso sobre su pertinencia y sobre la manera como será enfocado. Ese acuerdo para incluir un tema en la agenda de los siete, dependerá, entre otras cosas, de la relevancia y urgencia que éste tenga, así como de su impacto global, del interés que tengan los siete miembros en invertir recursos y tiempo para abordarlo de manera colectiva, incluyendo el interés de llevarlo a otros escenarios de cooperación multilateral como pueden ser el G20 (que representa la confluencia de economías avanzadas y emergentes, y constituye el 90% del PIB mundial) o la ONU, o ampliarlo para que la sociedad civil internacional así como expertos en la materia también se sumen en la defensa de ese interés específico. Por último, para que un tema entre en la agenda del G7, tiene que estar alineado con sus intereses, con sus principios y objetivos fundamentales. Es decir, con promover la democracia, los derechos humanos, la paz y estabilidad mundial, y el desarrollo sostenible. Es allí donde estamos. Y representada esa gran alianza de la oposición venezolana por un candidato diplomático que comprende a cabalidad la importancia de este tema, es un momento ideal para aprovechar la visibilidad y el impulso que el G7 le ha dado al momento histórico que se vive Venezuela. Avancemos. María Alejandra Aristeguieta Internacionalista UCV / ex diplomática, consultora y analista de relaciones multilaterales

Venezuela ante el Consejo de Derechos Humanos, después de expulsar a sus funcionarios.

Por María Alejandra Aristeguieta. El próximo 26 de febrero se inicia el 55 período ordinario del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, encuentro multilateral que durará unas cinco semanas, una más que los períodos de sesiones de mitad de año y de septiembre, porque la primera semana está consagrada a recibir a altos representantes, secretarios de estado, ministros y cancilleres. Esta primera semana es conocida como el segmento de Alto Nivel y se trata de un espacio para que estos dignatarios intervengan ante el Consejo y renueven el compromiso de sus Estados con la promoción y protección de los derechos humanos en el mundo, y muy particularmente, en sus países. También es, por supuesto, una excelente ocasión para desarrollar una agenda bilateral con sus pares presentes, con distintos aliados, y ¿por qué no?, con funcionarios de países con los que se tiene poca relación, o una relación antagónica. En otras palabras, muy probablemente la semana que viene, el 26 de febrero o el día siguiente (porque Venezuela siempre consigue hablar entre las primeras delegaciones intercambiando su posición en la lista por favores a quien le esté calentando el puesto), veremos en Ginebra al representante de la diplomacia madurista, Yvan Gil, presentarse ante sus pares y embajadores para hablar de la protección de los derechos humanos en Venezuela, mientras, hasta el momento de escribir este artículo, el régimen al que representa mantiene incomunicados y desaparecidos a la defensora de DDHH, Rocío San Miguel, los dirigentes políticos del partido Vente Venezuela Luis Camacaro, Juan Freites y Guillermo López, y al ingeniero Carlos Salazar, entre otros más de 200 presos políticos. Vendrá con un discurso a poner en escena una narrativa de paz y diálogo, mientras en Venezuela se siguen violando todas las normas nacionales e internacionales en materia de derechos individuales, de libertad de expresión, de protección a los defensores y abogados, de debido proceso, y otros derechos civiles y políticos, que por cierto, también incluyen la violación al derecho a elegir cuando impiden de manera inconstitucional la participación de María Corina Machado en las elecciones previstas para diciembre de ese año. Además, posiblemente escucharemos al representante del madurismo intentar justificar delante del Consejo de Derechos Humanos, la decisión de cerrar la Oficina Técnica y de Asesoría de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Caracas y expulsar a los funcionarios que allí trabajaban, quienes tuvieron que salir escoltados del país. Oficina Técnica, por lo demás, que nace de un mandato otorgado por los propios Miembros del Consejo de Derechos Humanos al Alto Comisionado y que fue votada y adoptada por los propios representantes gubernamentales a través de una resolución presentada por Cuba (en nombre de Venezuela) en el 2019. Con una narrativa digna de los cuentos de los hermanos Grimm, le dirá seguramente a los funcionarios y diplomáticos allí presentes que Venezuela cree en la cooperación como el mecanismo idóneo de promoción y respeto a los derechos humanos, y que es un país de paz, pero que no se puede permitir tal intromisión en sus asuntos internos, ni el sesgo y la politización de la Oficina Técnica de Asesoría del Alto Comisionado en Caracas, y que por lo tanto revisará los términos de entendimiento suscritos con la oficina y expulsa a los funcionarios “hasta tanto rectifiquen públicamente ante la comunidad internacional su actitud colonialista, abusiva y violadora de la Carta de las Naciones Unidas”. No será la primera ni la única vez que utilice esa narrativa, que por lo demás no es exclusiva de Venezuela. Al contrario, es la misma que usan China, Rusia, Irán, Pakistán, Bielorrusia, Yemen, Siria, y todos los Estados forajidos y violadores sistemáticos de los DDHH, que, por incoherencias del sistema multilateral, participan en un foro destinado a protegerlos y promoverlos. Quizás lo más delicado no sea la narrativa cínica con la que pretenda engañar a quienes lo escuchen describir el universo paralelo diseñado para la ocasión. Lo más delicado no es siquiera que en los días que se encuentre Gil y su comitiva en Ginebra, se reúnan con sus aliados forajidos de siempre organizados bajo el grupo de los Like-Minded o de los No Alineados para coordinar acciones. No. Lo más delicado es que se reúnan con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y que éste, al igual que su predecesora, se doble para no partirse, convencido de que se hace más desde adentro que desde afuera, cuando en realidad sabe que el costo de esa presencia va a comprometer su capacidad de acción a tal extremo, que la integridad laboral y personal de sus funcionarios estarán amenazadas. Lo más delicado es que Gil y su comitiva se reúnan con delegaciones tibias, esas que se presentan como democracias pero que siguen una línea estratégica de mediano plazo, cuyo objetivo es desmontar las instituciones democráticas en sus propios países. O con aquellas que siguen creyendo que es un gobierno de izquierda y que por afinidad ideológica deben apoyarlo. O que lo apoyen por ser un país en desarrollo, o peor aún, porque son enemigos de Estados Unidos, o porque Venezuela les ha financiado una escuela, un hospital o un aeropuerto. Esos sí son los mayores enemigos de los derechos humanos en el mundo y son el adversario que neutralizar. Internacionalista UCV, ex diplomática, consultora y analista de relaciones multilaterales. @MAA563

La diáspora en movimiento y el voto en el exterior

Por María Alejandra Aristeguieta Hace apenas un mes, la Comisión Nacional de Primaria (CNP) trataba de impulsar la participación de los venezolanos en el exterior en el proceso de elección primaria que, el 22 de octubre próximo, permitirá elegir al candidato de la oposición. Se estima, grosso modo, que el número total de inscritos en el registro electoral que han emigrado desde 2018 ronda los 3 millones de personas. No existen cifras oficiales porque el régimen ha negado este fenómeno durante años, y porque no le importa, como no le importan tantas otras cosas. Por lo tanto, la CNP ideó una posibilidad para que aquellas personas ya inscritas en el Registro Electoral que se han mudado de país tuvieran oportunidad de participar. Se lanzó, entonces –dentro de un cronograma muy estricto y estrecho– una plataforma de actualización de datos ¿Por qué actualización de datos y no una inscripción en toda regla? Porque es el CNE el ente destinado a hacerlo de acuerdo con las leyes vigentes, pero el CNE tiene cerrada la inscripción de los venezolanos en el exterior desde hace al menos 11 años. Aunado con ese hecho no menor, al igual que en 2012, cuando se habilitó el Registro Electoral oficial, junto con cuadernos de votación y demás materiales del CNE para elegir al candidato de la oposición, en esta oportunidad se desea garantizar la transparencia y la pulcritud del proceso para evitar impugnaciones o cualquier tipo incidente que genere dudas en el elector y en los precandidatos. La mejor manera de garantizar tal pulcritud es contabilizando a las personas ya legalmente inscritas, pero que han cambiado su lugar de residencia o de votación. El retraso del CNE es tal, que se necesitarían entre dos a tres años trabajando las 24 horas del día para inscribir a los nuevos votantes y actualizar los datos de los ya inscritos a nivel nacional e internacional, de acuerdo con lo expresado por los propios miembros de la CNP. Así que se avanza con lo que se tiene y se le saca el mayor provecho. El CNE no quiso dar apoyo, porque sabe que el régimen es altamente impopular. No quieren ser testigos directos de esa evidencia. Habría que añadir que menos mal, porque de esta manera tendremos además garantías de protección de la identidad de nuestros votantes. Pero regresemos al proceso de actualización de datos de los venezolanos en el exterior. Lo que al principio parecía una tarea fácil de divulgación de información a través de las distintas redes de la sociedad civil y los partidos políticos venezolanos, terminó siendo una tarea titánica para la CNP y las personas que desde el exterior estuvieron movilizando las comunidades venezolanas en los distintos países, para que aprovecharan el mes que se tenía de plazo para inscribir el mayor número de personas. Hay que decir que costó entusiasmar al votante, que la desesperanza instalada impactó mucho en los inicios del proceso, y que la plataforma no era tan amigable para los no millennials. Pero también hubo otras razones, una muy cercana a nuestra idiosincrasia de dejar las cosas para última hora, y la otra, también cercana a la idiosincrasia política de nuestros partidos, que al ver la enorme ventaja que tiene María Corina Machado sobre las otras opciones, desistieron de movilizar a sus afiliados y simpatizantes. Por ejemplo, uno de los precandidatos hizo apenas un mensaje en sus redes en todo el mes que estuvo abierto el proceso de actualización de datos. Sin embargo, los últimos diez días antes de llegar a la fecha límite, empezó una gran movilización de la diáspora que ocasionó la caída del sistema y otros retrasos causados por la avalancha de gente que decidió asegurar su participación. Fue necesario incorporar voluntarios para verificar los datos de manera más expedita, y así desbloquear miles de datos que estaban a la espera de revisión para poder mandarle la confirmación al votante. Se trabajó desde todas partes del mundo para que se avanzara durante las 24 horas del día, cada día. Tengo amigos que verificaron desde Suiza más de 4.000 casos, otros que desde Caracas se levantaban de madrugada para avanzar antes de que la plataforma se recalentara. El entusiasmo del trabajo en equipo es contagioso y definitivamente estos voluntarios impregnaron de entusiasmo a muchos a su alrededor. Con ellos, me reí de sus peripecias, de las anécdotas diarias que me contaban, admiré su tesón para seguir adelante a pesar de que dejaban los ojos en la pantalla, o la espalda en las horas sentados.  Pero destaco sobre todo el caso de una votante que llegó a Ginebra hace unos diez años, que, siendo profesional universitaria de altísima calidad, las ha pasado negras (como tantos otros migrantes) teniendo que dormir en albergues y trabajar en lo que le ofrecieran. Cuando faltaban unas horas para el cierre del proceso me contactó para pedirme que la orientara porque la plataforma estaba colapsada. Le pedí que insistiera. Me respondió que se iba a quedar ahí pegada hasta el final “Por mi país”, me dijo. “Mucho me costó dar el paso. Pero bueno, una candidata lo vale. Vale mi confianza y mi esperanza”. Y allí estuvimos juntas hasta que pudo actualizar sus datos y registrarse para votar en Suiza. Igual que mis amigos a uno u otro lado de la plataforma, me emociona oír que venezolanos que acaban de cruzar la selva más peligrosa de Centroamérica, el Darién, decidieron apostar por este proceso, y ejercer su derecho al voto para cambiar ese país donde quienes  se aferran al poder no han logrado quebrantarles su voluntad, y, a sabiendas de que el actual régimen expulsa a sus connacionales como parte de una política de Estado, no quieren que otros venezolanos tengan que vivir lo que ellos han vivido. Honro cada venezolano que contribuyó para que, en Boa Vista, donde se encuentra uno de los más grandes campamentos de refugiados de venezolanos en la región, tengamos un centro de votación. Las cifras finales parecen modestas, aunque los

El Consejo de Derechos Humanos y el largo camino para reconquistar nuestros derechos y hacer justicia

Por María Alejandra Aristeguieta Para una víctima cuyos derechos han sido vulnerados, su urgencia en recibir atención, respaldo y justicia contrasta con los lentísimos tiempos internacionales, plagados de retórica, diplomacia y negociación. Más aún si la discusión se lleva a cabo en un espacio donde confluyen tantos intereses, como lo es el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Igual sucede con los defensores y activistas a cargo de alertar, documentar y transmitir sus denuncias a todo un abanico de actores internacionales claves (sean estos representantes gubernamentales de otros países, funcionarios internacionales, o sus homólogos internacionales de la sociedad civil) tratando de incidir para que la diplomacia avance más rápido y concrete soluciones. Es doloroso para quienes esperan justicia y reparación, y, frustrante y agotador para quienes realizan este ejercicio una y otra vez, sin constatar resultados. Recientemente, el pasado 5 de julio, el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, presentó el informe sobre Venezuela que le había solicitado el Consejo de Derechos Humanos a través de la resolución 51/29, y en el que se le pedía que examinara exhaustivamente el cumplimiento de Venezuela con recomendaciones que se le habían formulado en informes anteriores. Es decir, más que una actualización de la situación (que también le fue encargado en el mandato) este informe debía concentrarse específicamente en dar a conocer al resto de los Estados miembros y al sistema universal en general, la disposición que tiene el régimen en cumplir con las recomendaciones registradas hasta el momento, desde que se iniciaron las investigaciones a Venezuela en 2017. Si bien el informe se quedó bastante corto en ese sentido, manteniendo una línea considerada “balanceada” (bastante parecida a la de Bachelet, por cierto) en la que dan como bueno los supuestos avances señalados por la representación venezolana, sí señaló, sin embargo, cómo no han sido tomadas en cuenta recomendaciones en materia de justicia, seguridad ciudadana y espacio cívico, así como la asesoría técnica impartida por la propia Oficina del Alto Comisionado en Caracas. Según la ONG venezolana Provea, el informe exhorta, insta, alienta, reitera –al menos 35 veces– a las autoridades venezolanas para que cumplan con sus obligaciones internacionales, expresadas en las recomendaciones hechas por los funcionarios internacionales. Pero quizá lo más relevante no sea lo que no se investiga con profundidad, o se expresa con timidez, sino cómo el sistema internacional de protección de los DDHH y el sistema de justicia penal internacional se comunican entre sí y en definitiva complementan. Por supuesto que tal relacionamiento no es casual, y obedece a la naturaleza misma de las funciones que desempeñan las distintas instancias. Sin embargo, en el caso de Venezuela, cobran particular importancia porque podrían responder a la falta de cooperación del régimen con las organizaciones internacionales y su evidente desinterés en concretar políticas de protección y promoción de derechos humanos, así como a la ausencia de medidas creíbles que garanticen un sistema judicial independiente que castigue a los perpetradores de estos crímenes y promuevan un Estado de Derecho. Por cierto, que también puede ser una respuesta al dilema del prisionero en que se encuentra la Oficina del Alto Comisionado, que, si avanza una investigación más contundente y completa, sus funcionarios corren el riesgo de terminar siendo expulsados del país, como sucedió en Nicaragua. De esta manera, la Oficina del Alto Comisionado opta por coordinarse más estrechamente con otras instancias lo cual le permite monitorear, contrastar y presionar de manera más eficaz. Esto no es del todo nuevo, ya en 2017 el entonces alto comisionado Zeid Al Hussein alertaba a través de su primer informe que en Venezuela podrían estarse cometiendo crímenes contra de lesa humanidad. Más adelante, en 2018, la entonces fiscal de la CPI, Fatou Bensouda, indicaba en su informe de fin de año que había recibido los informes examinados en el Consejo de Derechos Humanos, pero que por la metodología (que no es igual a la del establecimiento de un caso penal) y la cantidad de información contenida en ellos, se hacía imposible evaluarla toda para definir su pertinencia en relación al caso Venezuela I bajo investigación preliminar. No obstante, tal como me lo resaltaba Marino Alvarado, coordinador de Exigibilidad de Provea, cinco años más tarde, este último informe de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU, pone de manifiesto esta relación de cooperación, toda vez que describe expresamente para los miembros del Consejo el proceso que está llevando a cabo la Oficina del fiscal Karim Khan, de la CPI, así como la reanudación de la investigación debido a que los “esfuerzos y reformas realizados (por Venezuela) seguían siendo insuficientes en su alcance o aún no habían tenido un impacto concreto en los procedimientos potencialmente relevantes en el sistema nacional”.  Así mismo, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos “alienta a las autoridades venezolanas a cooperar plenamente con la Fiscalía de la CPI (OTP) en el marco del Estatuto de Roma y de la aplicación de los Memorandos de Entendimiento celebrados entre el gobierno y el OTP.” Esto, como expresaba Marino Alvarado, además coincide sin decirlo expresamente con lo señalado ya con anterioridad por otra instancia que investiga las violaciones de los derechos humanos con miras a establecer responsabilidades, como es la Misión de Determinación de los Hechos, con lo cual, queda clara la comunicación y concordancia entre ellos. En ese mismo orden de ideas, la Misión de Determinación de los Hechos (encargada por el Consejo de Derechos Humanos de investigar e informarlo acerca de las detenciones arbitrarias, las torturas, las desapariciones forzadas, y las ejecuciones extrajudiciales cometidas en Venezuela a partir de 2014) en su primer informe presentado en septiembre de 2020, recomendaba a los Estados y a otros actores Internacionales, hacer uso del principio de Justicia Universal como principio de aplicación de la jurisdicción extraterritorial para evitar la impunidad y, de esta manera, llevar a la justicia a perpetradores de crímenes contra la humanidad en aquellos países donde se aplique este principio. Tres años más tarde, es

ONU: Hambrunas, recesión, conflictos y cambio climático 

Por María Alejandra Aristeguieta Parece que nadie escucha a la ONU cuando nos alerta acerca del dantesco panorama internacional y las consecuencias para la población mundial. Invasiones, guerras civiles, conflictos armados, pandemias, hambrunas, desaceleración económica, y desastres naturales producto del cambio climático son los temas que forman parte de la agenda diaria de la organización multilateral y sus distintas agencias y oficinas. Recientemente, en reunión con los medios de comunicación, varios portavoces informaron cómo, luego de las disrupciones causadas por el COVID-19, y en medio de la invasión de Rusia a Ucrania, de la guerra en Sudán y su posible desbordamiento hacia los países vecinos, o de los efectos devastadores que tuviera el terremoto del pasado mes de febrero en Turquía y Siria, vienen a sumarse los fenómenos climáticos de La Niña y El Niño, y una aceleración del deshielo polar. Todo ello tendrá, en consecuencia, un impacto aún mayor en la capacidad de los países en proveerse alimentos, y puede empujarlos a situaciones de mayor crisis económica, y a una mayor probabilidad de guerras o conflictos armados. Shukri Ahmed, subdirector de la Oficina de Emergencias y Resiliencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), señaló que el fenómeno de El Niño, que normalmente ocurre después de una fase de La Niña (que terminó a principios de este año), tiene una alta probabilidad de desarrollarse este año. Históricamente, los patrones de lluvia durante los eventos de El Niño tienden a ser opuestos a los de La Niña, lo que aumenta el riesgo de eventos climáticos extremos consecutivos en diversas regiones, como el Sahel y el Cuerno de África. Sin embargo, el director de la FAO indicó que en este momento preocupan particularmente las regiones de América del Sur y América Central. Por su parte, Kyungnan Park, director de Emergencias del Programa Mundial de Alimentos, indicó que existe un alto riesgo de empeoramiento del hambre aguda en al menos 22 países en lo que queda del año, según el informe preparado por el PMA y la FAO conjuntamente llamado «Los Puntos Críticos del Hambre». De acuerdo con el estudio, los riesgos económicos generan más hambrunas e inanición que los conflictos, debido a las consecuencias socioeconómicas que causan. Ejemplos claros de ello son los efectos económicos de la pandemia de COVID-19 en las cadenas de distribución y el efecto dominó del conflicto en Ucrania en la producción y comercialización de cereales y otros alimentos. A esto, la ONU añade el cada vez menor apoyo proveniente de los países donantes que también padecen problemas inflacionarios y financieros, pero que, sobre todo, buscan reducir sus aportes a niveles previos a la pandemia. Si a lo anterior le sumamos las interrupciones en los medios de vida agrícolas y comerciales de las personas asediadas por el conflicto armado, los desplazamientos y las migraciones y la violencia organizada en áreas de guerra urbana, el hambre se convierte en un arma de guerra de alta eficiencia. Por último, señala el informe, las condiciones climáticas extremas siguen siendo factores significativos: lluvias intensas, tormentas tropicales, ciclones, huracanes, inundaciones y sequías. El ciclón Mocha, por ejemplo, dejó un rastro de devastación en Myanmar recientemente en mayo, donde los hogares en muchos municipios y lugares de desplazamiento en el norte de Rakhine perdieron grandes cantidades de alimentos y medios de vida. En ese sentido, y tal como explican los expertos, las personas que viven en zonas rurales son las más afectadas por estos impactos. Por esta razón, y en previsión a lo que puede ocurrir en los próximos meses, la ONU ha lanzado varios llamados requiriendo asistencia humanitaria urgente y ampliada para todos los Puntos Críticos, con el fin de proteger los medios de vida y aumentar el acceso a los alimentos. A pesar de las limitaciones de acceso debido a la inseguridad, los conflictos, las barreras burocráticas, la desaceleración económica mundial prevista para el 2023 y los desastres naturales, se intenta prevenir que se desate una hambruna mundial y que ésta cause más muertes, así como evitar un aumento de la inseguridad alimentaria aguda cuyas consecuencias  en poblaciones vulnerables como los niños, van a perdurar en el largo plazo. En paralelo, Clare Nullis, de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), señaló que la Organización ha declarado la criósfera como una de sus principales prioridades debido al rápido cambio climático. Durante el Congreso Meteorológico Mundial que se celebra en Ginebra esta semana, se decidió que los temas relacionados con la criósfera (que incluye el hielo y la nieve), deben abordarse de manera más integral debido a su impacto en todo el mundo. La pérdida de hielo en los glaciares y las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida, al igual que el hielo en el Ártico, están provocando un aumento del nivel del mar, lo que tiene graves implicaciones para los pequeños estados insulares y las zonas costeras densamente pobladas. Igualmente, explicaba la vocero de la OMM, más de mil millones de personas dependen del agua proveniente del deshielo de glaciares y nieve. Por otra parte, según la portavoz del Organismo, el deshielo del permafrost ártico, que almacena una gran cantidad de gases de efecto invernadero, también presenta un riesgo creciente. Todo lo anterior impulsó a los miembros presente en el Congreso Meteorológico a adoptar una resolución para coordinar esfuerzos de manera global que aborden estos desafíos, su prevención, mitigación y costos, sin distingo de fronteras, ideologías y zonas en guerra. Hace falta que sea así en todos los ámbitos. La interrelación entre los fenómenos climáticos como El Niño y los cambios en la criósfera global se enmarcan en un contexto de inestabilidad geopolítica y desafíos económicos a nivel mundial. Un enfoque integral y coordinado para abordar estos problemas, así como una mayor inversión en actividades de mitigación y adaptación son indispensables. Tanto, como el fortalecimiento de la cooperación internacional y el respeto por los principios y valores fundamentales que proporciona el sistema basado en reglas que proporciona las Naciones Unidas para enfrentar los

Un Ministerio de la Diáspora para los venezolanos

Por María Alejandra Aristeguieta Con el proceso de las elecciones primarias en Venezuela, y con los incidentes ocurridos en Ciudad Juárez y Texas, así como las recientes medidas migratorias tomadas por Estados Unidos, Chile y otros países de la región, el tema de la diáspora venezolana cobra de nuevo particular relevancia. De acuerdo con las cifras proporcionadas a finales de marzo de 2023 por la plataforma de coordinación inter-agencia para refugiados y migrantes de Venezuela del sistema de Naciones Unidas, R4V, al menos 7.239.953 venezolanos viven en el exterior, de los cuales, 6.095.464 están en América Latina y el Caribe. Sin lugar a dudas, Venezuela se enfrenta a uno de los fenómenos migratorios más significativos de su historia. La diáspora venezolana ha dejado una huella profunda en diversos países alrededor del mundo y en particular del continente, generando una necesidad imperante de abordar las problemáticas que enfrentan los migrantes y establecer canales efectivos de comunicación y cooperación con ellos, más allá de las que ya estén en desarrollo a través de agencias humanitarias internacionales de la ONU, la sociedad civil internacional, o los gobiernos de acogida. Ante este panorama, y a sabiendas que el actual régimen expulsa a sus connacionales como parte de una política de Estado, surge la necesidad de considerar la creación de un Ministerio de la Diáspora en un futuro gobierno democrático venezolano, con el propósito de atender de manera integral y organizada las necesidades tan específicas de los venezolanos en el exterior y fortalecer los lazos con ellos, así como canalizar el posible retorno y reintegración de aquellos venezolanos que deseen regresar a su país de origen. Un Ministerio de la Diáspora podría promover la cultura, el idioma, las costumbres y tradiciones venezolanas en las nuevas generaciones, ya nacidas fuera del país de origen de sus padres, incluso podría promover programas educativos complementarios que transmitan historia y otros valores patrios. Podría además contribuir con la protección y asistencia de los venezolanos en el exterior como por ejemplo en materia de derechos humanos en los países de acogida, más allá de las labores normalmente llevadas a cabo a través de las actividades consulares. Y podría además ser una herramienta de promoción política, social y económica, como ha sido en el caso de grandes comunidades diaspóricas a nivel mundial. Por ejemplo, para comprender la relevancia de un Ministerio de la Diáspora en Venezuela, podemos analizar el impacto y la influencia que han tenido las diásporas judía y armenia en diferentes países del mundo. Ambas comunidades han demostrado la importancia de contar con instituciones y organizaciones dedicadas a la diáspora para promover sus intereses y garantizar la protección de sus ciudadanos en el extranjero. La diáspora judía ha trabajado incansablemente para influir en políticas relacionadas con Israel, el antisemitismo y los derechos humanos. Organizaciones como el Congreso Judío Mundial y el Comité Judío Americano han jugado un papel fundamental en la defensa de los derechos de los judíos en todo el mundo y en la promoción de la relación entre los países de acogida y el Estado de Israel. Por otro lado, la diáspora armenia se ha destacado en su lucha por el reconocimiento internacional del genocidio armenio y la defensa de los derechos y la causa armenia. A través de su activismo político, han logrado presionar a gobiernos y a instituciones internacionales para que tomen medidas favorables a sus preocupaciones y demandas. Estos ejemplos muestran cómo las diásporas, coordinadas a través de unas políticas de Estado bien diseñadas pueden ejercer una influencia política significativa y abogar por los intereses de sus comunidades en el extranjero. Un Ministerio de la Diáspora en Venezuela podría desempeñar un papel similar al promover los intereses de los venezolanos en el exterior y fortalecer temas de interés nacional. De igual manera, es importante destacar la atención que algunos países brindan a la salud de sus ciudadanos en la diáspora. Por ejemplo, Filipinas cuenta con la Comisión de Filipinos en el Extranjero (CFO), que ofrece servicios de asistencia médica a los filipinos en el extranjero a través de su Programa de Asistencia para la Salud. Este programa brinda servicios médicos y ayuda financiera a aquellos filipinos que enfrentan dificultades médicas graves y no pueden costear sus tratamientos. Del mismo modo, los ciudadanos italianos que viven en el extranjero y están registrados en el Registro de Italianos Residentes en el Exterior (AIRE) tienen derecho a recibir asistencia médica en Italia. En materia económica, un Ministerio de la Diáspora podría contribuir a salir de la actual “trampa de las remesas” y desempeñar un papel fundamental en el fomento de la innovación y la creación de sinergias entre la diáspora y los venezolanos que residen en el país, incluso haciendo uso de las tecnologías digitales que permitan fortalecer lazos económicos y empresariales entre connacionales situados en distintas partes del mundo. Un ejemplo de esto es el caso de la India, cuyo gobierno ha establecido el Ministerio de Asuntos de la Diáspora para fortalecer los lazos con los indios en el extranjero y promover la inversión y el desarrollo laboral. A través de programas de cooperación, intercambio de conocimientos y promoción de inversiones, un Ministerio de la Diáspora podría facilitar la colaboración entre los venezolanos dentro y fuera del país promoviendo así el crecimiento económico y el desarrollo sostenible. Por último, es importante distinguir un Ministerio de la Diáspora del Ministerio de Relaciones Exteriores. Un Ministerio de la Diáspora se enfocaría exclusivamente en atender las necesidades de los ciudadanos venezolanos en el extranjero, promover sus intereses y fortalecer los lazos con ellos, tanto en términos de protección como de desarrollo, así como en el regreso ordenado y estructurado de aquellos que quieran reinsertarse en la vida laboral y social dentro de Venezuela.  Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores es responsable de la gestión de las relaciones diplomáticas y consulares, y de la política exterior del país en general, abarcando una amplia gama de temas de interés nacional y no enfocándose específicamente en la diáspora. En

Rafael Cadenas: nuestra ventana al futuro

Por María Alejandra Aristeguieta «El lenguaje del poder ¿Qué hace aquí colgada de un fusil la palabra amor?» Rafael Cadenas (En torno a Basho y otros asuntos) Cuando, dentro de un siglo, ya nadie recuerde más que la masa amorfa de lo que fue este negro período de la historia venezolana, tendremos un faro alumbrando la venezolanidad –tal como ella es– a través de la obra del poeta, ensayista y profesor universitario, Rafael Cadenas, quien el 24 de abril de 2023 pasó a la inmortalidad al recibir el más prestigioso premio a las letras de hispano-américa. No es que no tengamos otros venezolanos llenándonos de orgullo e insistiendo en mostrar que se puede aspirar a la excelencia, al compromiso con los valores que nos unen; a mostrar que somos capaces de ser calibrados internacionalmente. Todos los días leemos o vemos a algún venezolano triunfar en el exterior (indistintamente de donde viva) y vencer las sombras de lo que su patria decide negarle porque así esté escrito en ese libreto ideológico de crueldad y vileza que nos han impuesto. Incluso, aquellos que utiliza el régimen para lavar su cara como son los jóvenes músicos de la orquesta sinfónica juvenil de Venezuela que estuvieron recientemente en la ONU y en la más importante sala de conciertos de Ginebra, tienen el efecto de llenarnos de la esperanza del mejor país al que aspiraremos siempre, tanto como quien a través de su testimonio fílmico no da cuenta de las injusticias y torturas a las que fue sometido su padre –y con él, toda la familia– cuando se hace un espacio en el más reputado festival de cine documental de Suiza, en la ciudad de Nyon, apenas unos días más tarde. Dentro y fuera de Venezuela, hay miles de venezolanos que muestran que el deseo de superación brota a pesar de los barrotes. Y Rafael Cadenas cristaliza todo ello al recibir el premio Cervantes. Hace varios años, un maestro español cuyo oficio es escribir, dijo que cuando se lee una obra literaria hay que entenderla en su dimensión más completa, pues no se trata sólo de una buena narrativa, o de un texto que supuso un punto de inflexión en las letras, o de una obra de arte disruptiva y novedosa. Se trata de un hombre o una mujer que traspasó los tiempos y que nos trae al aquí y ahora una mirada –a través de esa hendija que es su obra– de lo que fue su mundo. Así, la rotunda honestidad de Rafael Cadenas permitirá a otros ver con claridad su compromiso con la democracia por imperfecta que haya sido y vaya a ser; con la separación de poderes, con los derechos, con los espacios cívicos de expresión y tolerancia. Con la libertad. El largo recorrido de Cadenas, cargado de rectitud e integridad, ponen de manifiesto el temple y la honestidad que lo caracterizan, y así lo han entendido sus pares, pues recordemos que puede recibir el premio cualquier autor cuya obra esté escrita total o parcialmente en castellano y ser presentado por las Academias de la Lengua, por instituciones que por su naturaleza, objetivos y contenido tengan relación con ella, o por autores premiados en convocatorias anteriores, así como por los miembros del jurado. Es decir, este galardón recibido por nuestro compatriota, el mayor de las letras en lengua castellana y que, tal como dijo el Rey Felipe VI le acredita con “todos los honores de la estirpe de Don Miguel de Cervantes Saavedra”, no es promocionado por un gobierno, al contrario, es un reconocimiento que nace de la excelencia de su obra, y de la admiración de sus colegas alrededor del mundo. En su corto discurso, el laureado apuesta por reforzar la democracia, reinventarla y fortalecerla contra los extremismos. Citando al Quijote cuando habla de la libertad como el más preciado de todos los dones, documenta nuestro momento histórico, y él lo sabe. Este profesor universitario que gana alrededor de cuatro dólares mensuales por culpa de un sistema que castiga el conocimiento y pretende la esclavitud moral y material de sus ciudadanos, con la modestia que lo caracteriza –esa que nace del conocimiento y la certidumbre de que nuestra vida y su paso por el mundo es apenas un puntico en el universo– ha vencido sin gritos ni ofensas a la barbarie, sin estridencias pero con su dominio de la palabra; y queda su referente para que traspase los tiempos. De ahí la importancia de esta distinción que no sólo nos debe llenar de orgullo, sino de confianza. Esperemos que, en el país del futuro, uno despojado de caudillismos militaristas y lleno de civilidad y orgullo por esos logros que ponen a Venezuela en el escenario internacional, veamos billetes venezolanos con el modesto rostro de Rafael Cadenas impreso en ellos, y junto a él, tantos otros grandes como Andrés Bello, Teresa de la Parra, José Gregorio Hernández, Jacinto Convit, Simón Díaz, Carlos Cruz-Diez, Luis Aparicio, Carolina Herrera o aquellos que aún están por venir, y que son todos reflejo de lo mejor de nosotros. María Alejandra Aristeguieta Internacionalista UCV, ex diplomática, consultora y analista de relaciones multilaterales. @MAA563

99 globos rojos

Por María Alejandra Aristeguieta En 1983 el grupo Nena hizo muy famosa una canción new wave alemana llamada “99 Luftballons” que hablaba de cómo el acto inocente de 99 globos rojos volando en el horizonte son identificados por un general como una agresión al espacio aéreo de su país y desatado una guerra nuclear. La letra nació de la inspiración de uno de los jóvenes miembros de la banda, quien, durante un concierto de los Rolling Stones en Berlín Occidental en el que lanzaron globos de helio al cielo, se preguntó qué pasaría si esos globos volaran por encima del muro que partía la ciudad en dos y llegaran a Berlín Oriental, capital de la entonces comunista República Democrática Alemana. En medio de la excitación del concierto, el joven pudo, sin embargo, imaginarse un mundo distópico en el que aquel vuelo de 99 globos por el horizonte pudiese desencadenar una reacción soviética de proporciones tales que se dispararan todas las alarmas nucleares y que, al atacar, todos los países reaccionaran en cadena. La canción no hacía más que poner de manifiesto los miedos que sentía la juventud alemana, epicentro de la división geopolítica del mundo, ante un futuro incierto causado por el ambiente de tensión y escaladas permanentes características de la Guerra Fría, y muy particularmente, en un período de intensificación de la carrera armamentista a finales de los años setenta y principio de los ochenta en el que tanto la Unión Soviética como Estados Unidos trataban de mostrar su superioridad a través de la retórica política, ejercicios militares y despliegue de misiles y armamento (capaces de aniquilar buena parte de Europa, y sobre todo, Alemania), así como a través de la diplomacia hacia países parte de sus respectivos ejes de influencia. Con su tono acelerado y sus palabras irónicas, la canción encerraba también críticas a la ligereza con la que se manejaba la amenaza nuclear tanto en los medios de comunicación, como en el mundo del espectáculo y entretenimiento en el que aparecían con frecuencia referencias al botón rojo que cualquiera podía accidentalmente apretar, en una especie de pulsión colectiva que no hacía más que echarle, tal como decía la propia canción, cerillos encendidos a los bidones. Tal fue el éxito de la versión alemana, que un año después aparecía una versión aún más incisiva en inglés en la que se describía un mundo aterrorizado que hace saltar la máquina de la guerra, y en el que 99 ministros se reúnen 99 veces para tomar 99 decisiones y sacar a las tropas en medio del éxtasis de ver finalmente su sueño hecho realidad. Ambas versiones, como es de suponer, terminan describiendo un mundo devastado en el que ya no quedan ni generales ni aviones, pero tampoco ciudades, y en medio de aquella destrucción, aparece un globo rojo, que la protagonista lanza de nuevo al aire. No obstante lo lejano del escenario descrito arriba, cuarenta años más tarde aparecen en nuestro horizonte otros “globos rojos” que inocentemente vuelan por el espacio aéreo de Estados Unidos, Costa Rica y Colombia y que solo cuando Estados Unidos derriba uno de ellos, China condena la acción al tiempo que los identifica como propios y los describe como globos destinados a fines científicos meteorológicos que se desviaron por fallas técnicas y aparecieron en cielo estadounidense y latinoamericano. No sabremos con certeza las características ni objetivos de los artefactos hasta que los expertos estadounidenses hayan analizado los desechos que cayeron al mar, derribados por su fuerza aérea. Mientras tanto, Biden ha aprovechado el hecho, ocurrido en vísperas de su intervención anual sobre el Estado de la Unión, para escalar la retórica, postergar el viaje de su secretario de Estado a China como una acción simbólica de nuevo enfriamiento de las relaciones, para así mostrar firmeza y aglutinar la nación en torno a sí mismo y de cara al (potencial) enemigo. Asimismo, no escapa la posición asumida por el presidente de Colombia, viejo aliado de Estados Unidos, que no solo no condenó el sobrevuelo del globo chino sobre su espacio aéreo, sino que anunció su viaje a China con el fin de buscar financiamiento para una nueva construcción del metro de Bogotá. En un tiempo signado por el posicionamiento geopolítico del mundo posguerra fría en franco reacomodo y en el que Rusia y China trabajan concertadamente para abrir frentes simultáneos de tensión, como la guerra en Europa o los misteriosos globos, elementos como la retórica política de los distintos actores que repite su tono incrementalista del pasado, o las alianzas y los nuevos ejes de influencia, e incluso la amenaza cada vez menos latente y más presente de una escalada nuclear, nos dan señales tanto del camino que estamos transitando como del camino que corremos el riesgo de transitar. Por eso, si yo me acuerdo de la canción de los 99 globos rojos y lo que ella representaba, Biden, Xi Jinping y Putin se deben acordar de mucho más, por lo que deberían seriamente pensar en poner sus cerillos lejos de los bidones. María Alejandra Aristeguieta Internacionalista UCV, ex diplomática, consultora y analista de relaciones multilaterales. @MAA563

¿Por qué con Brasil sí y con otros no?

Por María Alejandra Aristeguieta Hace unos días una turba atentó contra las instituciones de Brasil. Las instituciones, quiero decir con esto, contra los símbolos de la democracia: los poderes que representan a los ciudadanos y que garantizan la libertad, la justicia, y la igualdad ante la ley. Los líderes del mundo entero condenaron tal acción. Algunos de manera más enérgica que otros, pero se hicieron presentes y dejaron escuchar o leer su mensaje inequívoco. Algunos, como Rusia, China o Venezuela, de manera bastante cínica, puesto que ni creen en la democracia, ni tienen instituciones democráticas. El presidente Lula, pero sobre todo la democracia brasileña, recibió un necesario respaldo. Al mismo tiempo, en las redes se ha hablado del doble rasero con el que condenan este asalto al orden constitucional de un país, esta revuelta que atentaba contra el poder del presidente legítimamente electo (nos guste o no) en contraste con la indiferencia, tibieza o el simple silencio ante hechos en la región que también han atentado contra el Estado de Derecho, las instituciones, el orden constitucional y la democracia.  Una rápida búsqueda en Google y confirmamos que casos como el que recientemente se vivió en Perú no recibió la misma atención, y hasta, por el contrario, una vez que se había destituido al presidente que intentó un autogolpe de Estado, muchos gobiernos y líderes regionales condenaron su destitución sugiriendo un golpe de Estado al presidente (que venía de quebrantar el orden constitucional). Y en ese mismo orden de ideas, ni que decir de las poquísimas condenas cuando las hordas chavistas asaltaron el parlamento venezolano. Había que arrancarle una declaración a cualquier organismo internacional salvo la OEA, y muy pocos presidentes se manifestaron directamente delegando el mensaje en sus cancillerías y embajadores. Uno se pregunta, entonces, por qué con unos sí y con otros no. También se ve tentado a decir que se trata de una desviación ideológica, un sesgo característico de las izquierdas del mundo frente a las derechas. Pero lo cierto es que, más allá del folklore político regional, en este caso hay mucho más. Brasil es un país con 215 millones de habitantes, su PIB se acerca a los 490.000 millones de dólares, y forma parte de las 25 economías más importantes del planeta. Como tal, integra el G20, y, junto con la India, China, Rusia y Suráfrica forma parte del BRICS, grupo informal de coordinación de posiciones originalmente en temas comerciales, pero que, con el tiempo, al igual que ha sucedido con el G20, va ampliando el número de temas abarcados. Aunado con ello, el rol de Brasil en el mapa geopolítico mundial tiene una relevancia particular por ser uno de los nuevos miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, en momentos en que es necesario abordar el fin de la invasión de Rusia a Ucrania, donde Brasil puede ser considerado como un gestor honesto porque tiene una buena relación con las democracias liberales por una parte, y con sus socios del BRICS por la otra. Pero, además, desde el punto de vista comercial, Brasil tiene excelentes relaciones con China, su principal mercado de exportación y que constituye el 25% de su comercio, y con su segundo socio comercial,  Estados Unidos, cuya política de acercamiento en la región para competir con China, se ve ahora reforzada ante la necesidad de crear un “cordón sanitario” frente a la Rusia de Putin y, por supuesto, garantizar el flujo de importaciones en momentos en que tanto el COVID como la guerra lo han impactado. Brasil es pues un actor de relevancia mundial, un socio comercial confiable y un apoyo político y diplomático en un sistema internacional que necesita de su presencia. Y que lo necesita estable y fuerte. La amenaza a la democracia y el Estado de Derecho en América Latina nos recuerda su fragilidad y nos coloca ante la realidad de su declive mundial. Hasta hace unos treinta años, la democracia era todavía considerada como el sistema idóneo para lograr mayor igualdad, desarrollo, equidad, libertad y justicia. No en vano, una vez caída la Cortina de Hierro los países de Europa oriental que habían estado bajo el yugo del comunismo soviético dieron rápidamente los pasos necesarios para una transición democrática, lo que les permitió posteriormente a muchos de ellos unirse a la Unión Europea. Pero, fue justamente con la caída del muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y el mundo bipolar, que Estados Unidos y Europa bajaron la guardia y pensaron que el comercio y la globalización bastaban. Olvidaron que los esfuerzos democratizadores tanto en América Latina como el resto del mundo promovían una alternativa distinta a los totalitarismos de China y la URSS. Los países pasaron a ser mercados, y antes que nos diéramos cuenta, se dio prioridad al fortalecimiento de nuevas economías y con ello a nuevos relacionamientos (que han derivado en la fragmentación del poder) por encima de las bases sólidas de convivencia que entendíamos como democracia. Por eso Brasil importa, o importa el petróleo de Venezuela en este escenario de guerra, pero ni América Latina es relevante, ni se está defendiendo realmente la democracia. María Alejandra Aristeguieta Internacionalista UCV, ex diplomática, consultora y analista de relaciones multilaterales. @MAA563

¿Para qué sirven las Cumbres del G20?

Por María Alejandra Aristeguieta Bali es el centro de la atención mundial en esta semana por ser sede de la Cumbre del G20 que se celebra en esa isla del sur de Indonesia, cuyo gobierno ocupa la presidencia pro tempore del grupo. El G20, foro surgido de la necesidad de coordinar esfuerzos ante la crisis financiera de finales del siglo pasado y posteriormente del 2008, ha sido con frecuencia visto como el “club de los ricos”, al contar entre sus miembros a las 20 economías más importantes del planeta, que mueven cerca del 80% del comercio y cuentan con más de la mitad de la población mundial. Aunque se trata de una alianza bastante flexible e informal que no surge de un tratado internacional como la ONU ni tiene un cuerpo de normas que lo rijan, el G20 se ha convertido en una referencia entre tantos grupos de diplomacia multilateral. Originalmente centrado sobre todo en intentar coordinar esfuerzos globales en materia financiera y económica, el foro permite abordar temas que sean de mayor interés estratégico mundial, y ayudan a crear espacios de cooperación, que, en un escenario como el de Naciones Unidas, con 193 miembros, sería imposible de lograr. Sin embargo, debido al impacto que los temas más políticos y de seguridad tienen sobre las economías, el foro se ha ido indefectiblemente acercando cada vez más a estos asuntos. Recientemente, una gran parte de sus miembros se han enfocado particularmente en el tema de la invasión por parte de Rusia a Ucrania, debido a la crisis energética que la guerra ha desatado, así como su influencia en el aumento de la crisis alimentaria que ya se venía gestando producto de las disrupciones durante los momentos más álgidos de la pandemia del COVID-19. Esta tendencia, aunado a las reacciones que se vieron durante la reunión del mes de julio, en las que varias delegaciones se pararon y salieron de la sala ante la presencia del ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, generaron muchas dudas sobre cómo se desenvolvería el foro en esta oportunidad y cuál debería ser su agenda. Quizás haya sido una de las razones por las que Joko Widodo, el presidente de Indonesia,  haya puesto sobre la mesa tres temas que incorporan cuestiones de mayor interés para los países en desarrollo (la mayoría de ellos ausentes de estos debates) y que deberían tener un amplio consenso para ser abordados de manera general: reforzar la infraestructura sanitaria global, asegurar una transformación tecnológica inclusiva, y promover una transición energética sostenible. Y como suele suceder en la diplomacia multilateral, que cada quien llega con su agenda para tratar de que alguno de sus puntos sea incluido en la negociación, el secretario general de la ONU, António Guterres, también ha intentado incluir el tema climático como corolario a la reunión de la COP27, y en particular el fondo global de cooperación que promueve la ONU para lograr la disminución de la temperatura del planeta. Más aún, Guterres ha planteado de entrada abogar por una flexibilización de los impactos colaterales de las sanciones a Rusia en el suministro global de energía, alimentos y fertilizantes, para evitar una catástrofe alimentaria de características inimaginables sobre todo en África. Lo cierto es que la invasión de Ucrania por parte de Rusia sigue siendo un tema muy importante en la agenda del G20, incluso incidiendo sobre algunas formalidades, como la foto de grupo final, por lo que será inevitable que se traiga a la mesa de discusiones multilaterales, tanto como a los encuentros bilaterales que siempre ocurren en los márgenes de este tipo de foros, pues estos son una oportunidad para buscar nuevos aliados, acercar posiciones con miras a resolver primero bilateralmente algo que luego se debata ya cocinado a nivel multilateral, o incluso determinar dónde están los límites dentro de posiciones antagónicas y qué espacio hay para que esos temas antagónicos no obstaculicen las soluciones a otros temas. Un buen ejemplo de esto es la reciente reunión celebrada en vísperas del inicio de la Cumbre de Presidentes del G20 entre Joe Biden y Xi Jinping el día lunes 14. De acuerdo con lo expresado por ambas delegaciones, en la misma se buscaron acercamientos para resolver la crisis energética y alimentaria causada por la guerra de invasión a Ucrania. Y es que, aunque ambas delegaciones se refieren de manera diferente al fondo de los temas tratados en la reunión que duró más de tres horas, lo que trasluce es que abordaron las posiciones de ambos sobre Taiwán, tema de gran antagonismo entre ambos países, y sobre Rusia, asunto sobre el que también tienen grandes diferencias, pero algunas coincidencias en cuanto a las consecuencias de la guerra a nivel mundial y su impacto en la economía y el comercio internacional de ambos países. Aunado con ello, destacaron como prioritario fortalecer las relaciones bilaterales (que están en este momento en su punto más bajo), en especial, las económicas y comerciales. En su rueda de prensa, Biden dijo haber insistido en la competitividad evitando el conflicto, mientras que Xi habla de espacios de crecimiento económico compartido donde ambos países pueden ganar. En suma, lo que se desprende de esta reunión bilateral es que parece ser un punto de inflexión que llevaría las relaciones de las dos economías más grandes del G20 –y del mundo– a una nueva etapa, que podría incluir espacios de cooperación con miras a minimizar o revertir el impacto de la guerra en Ucrania en sus exportaciones. Si se logra profundizar en este aspecto, lo veremos reflejado, así sea someramente, en el documento resultante de la Cumbre del G20. Y nos acercará, un poco más, a la esperanza de paz. María Alejandra Aristeguieta Internacionalista UCV, ex diplomática, consultora y analista de relaciones multilaterales. @MAA563