Crónica
Por Luis Daniel Álvarez V.
Sevilla en el departamento del Valle del Cauca es un pueblo de esos que pueden encontrarse en la amplia geografía latinoamericana. Parajes que viven de la historia, los sueños y la esperanza y que evocan con nostalgia la promesa del desarrollo que pasó de largo, con la soberbia de no detenerse. La melancolía de este “Balcón abierto sobre el Valle” como la bautizó en 1953 el poeta Alberto Parra Arcila es aún mayor, pues en sus suelos floreció con ímpetu el café, producto que ha sustentado durante buena parte de la historia a la economía neogranadina.
Desde hace algunos años hemos frecuentado la zona. Vínculos familiares y una tentadora tranquilidad hace que sea un sitio al cual se aspira regresar. Tal vez pensaron lo mismo Heraclio Uribe Uribe y los expedicionarios antioqueños cuando decidieron establecerse en 1903 en este remanso de paz, huyendo del terror de la guerra y del miedo de aquel momento.
En ese lugar, tal como lo plantea el grupo Caña Dulce en una pegajosa melodía, en “donde nunca se siente ni frío ni calor”, es preciso evocar la hermandad, escuchar el saludo del vecino de calle, comer un buñuelo departiendo con el compañero de mesa o degustar una arepa en una calle que pareciera culminar al horizonte con las montañas que en la noche coquetean con las estrellas, teniendo a la luna como testigo.
En la plaza de La Concordia, rodeada por la Iglesia, el comercio y los cafés, resalta a un extremo, frente a la Alcaldía, tal vez en actitud vigilante, un busto de Jorge Eliecer Gaitán en el cual existía un ritual que tal vez se había convertido en habitual para los lugareños, pero que despertaba la curiosidad de los extraños que estábamos en el sitio. Un señor, con camisa roja y exhibiendo medallas y fotografías del histórico dirigente colombiano, se acercaba a la estatua y con dedicación y respeto la limpiaba y mantenía, aprovechando en algunos casos de proferir arengas y consignas cuyos oyentes éramos los escasos turistas y las plantas y árboles del lugar.
Margarito, aunque su nombre era Ramón Evelio Valencia, cumplía a cabalidad la tarea de mantener el busto. No importaba el color de la bandera que enarbolara el burgomaestre de turno, pues el protector de Gaitán se encargaba de la labor militante, al punto de haber reclamado de manera enérgica cuando en un acto de mal gusto un grupo de personas pintó de azul la corbata del caudillo, despertando una enorme indignación en el custodio.
Aunque al saludarle se recibía por respuesta un movimiento de la mano o algún comentario político, era tal vez una de las mayores curiosidades del poblado, pues constituía una forma de mito viviente que trataba de mantener viva la memoria de Gaitán.
Aunque algunas personas señalan que Gaitán estuvo en Sevilla mucho antes del nacimiento de Valencia, el personaje recreaba la vida del prominente abogado como si el caudillo estuviese en el sitio hablándole a la población y pidiendo el voto para el Partido Liberal.
Si bien la realidad cambió, y los planteamientos formulados, entre otros, por el gran venezolano y mártir de la democracia Leonardo Ruiz Pineda, asesinado de manera dantesca por las balas criminales de la dictadura militar en una calle caraqueña de 1952, en los que señalaba que Colombia poseía un Partido Conservador que aglutinaba a las clases dominantes y un Partido Liberal que marchaba hacia rumbos socialistas, han quedado de lado, aún son variables que Margarito repetía sin cesar, apenas interrumpido por el llamado de la mazamorra, la oferta de frutas o el tintinar de las campanas del camión del aseo que anuncia su cercanía para que la ciudadanía saque los desperdicios a la calle.
Don Norberto Vanegas Reynales, mi tío materno, fue quien me informó que había fallecido Margarito. Un paro respiratorio ahogó de manera silenciosa la voz que lo llevaba una y otra vez a citar a su querido Gaitán. Era tal vez la prórroga que vivía Margarito, cuya vida había cesado aquel aciago viernes 9 de abril de 1948 cuando en la carrera séptima de Bogotá tres disparos terminaban con la vida del caudillo liberal y con ella con la quietud de una ciudad que celebraba la realización de la Novena Conferencia Panamericana, con la esperanza de millones de colombianos y hasta con los sueños de un país que a partir de allí ha debido volver a experimentar los amargos sonetos de la violencia.
“No soy un hombre soy un pueblo” gritó muchas veces Gaitán y mientras pulía el busto, Margarito escuchaba una y otra vez la voz del líder de Colombia. La estatua quedará en Sevilla mirando lejos. No habrá quien la limpie ni quien la venere. Margarito con su camisa roja y sus fotos al pecho será un recuerdo. Desde aquel mes de octubre de 2014 el caudillo liberal que fue discípulo de Ferri perdió a un entusiasta seguidor y sus arengas volarán en el viento vallecaucano sin que Margarito las repita incesantemente.
El caudillo que soñó con ser Presidente tendrá su homenaje permanente en Sevilla, un pueblo en el que sí bien “nunca se siente ni frío ni calor”, perdió a un atractivo folclórico innegable. ¿Y quién cuidará el busto si el último gaitanista ya no está? ¡A la carga!
Nota: esta crónica fue escrita en octubre de 2014. Aunque se distribuyó en algunos círculos profesionales, sociales y políticos, no había sido publicada.
@luisdalvarezva
Bonita crónica, toda vivencia que se transmite, permite al lector viajar a través de los textos y recrear el momento vivido por el escritor.
Felicitaciones.