La profundidad del silencio

Por Hugo Álvarez Pífano Tres anécdotas para reír, en las que el silencio es protagonista elocuente, en sendos conciertos de música venezolana: 1.- Concierto auspiciado por la embajada de Venezuela en Brasilia (1977); 2.- Retreta en la plaza Bolívar de Cocorote, estado Yaracuy (1950) y 3.- Espectáculo de ballet en el Teatro Juáres de Barquisimeto (1983).                                                                      I                                               El silencio de una tecla del piano Si existe un silencio absoluto, sepulcral, en un concierto, ha sido -por lo que atañe a mis recuerdos- el que tuvo lugar en Brasilia, en el año de 1977, en un concierto auspiciado por la embajada de Venezuela en la capital de Brasil. A la sazón el embajador de Venezuela era un general de división de la fuerza aérea: Humberto de Jesús Moret Arellano, quien venía de ser jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, yo me desempeñaba como Ministro Consejero de la Embajada de Venezuela. El embajador me encargó la tarea de organizar un concierto de música de cámara con el Trío Nacional de Venezuela: Lina Parenti (piano), Carlo Suzi (violín) y Alberto Calzavara (violonchelo). El piano de concierto que se encontraba en la residencia del embajador debía ser trasladado al lugar de la presentación. En el primer ensayo, la pianista comprobó que una tecla del piano estaba sorda. Inmediatamente lo comuniqué al embajador, quien me espetó: Álvarez Pifano ¿Cuántas teclas tiene un piano? Señor, le respondí, un piano tiene teclas blancas, que corresponden a los sonidos naturales y teclas negras que constituyen las alteraciones cromáticas, bemoles y sostenidos. Me disponía a continuar mi disertación sobre el piano de conciertos cuando el embajador me interrumpió: -Álvarez Pifano, déjese de tonterías, yo no le estoy preguntando eso, conteste a mi pregunta: ¿Cuántas teclas tiene un piano? Bueno, le dije, en este momento no sé cuántas teclas tiene un piano, pero puedo asegurarle que tiene alrededor de unas noventa, digamos más de ochenta y menos de noventa. Entonces, me dijo, si un piano tiene más de ochenta teclas, y solamente una no funciona, porque esa vieja necia no puede tocar ese piano. No acepto que se suspenda un concierto, porque una sola tecla no funciona, cuando las otras ochenta y pico están en perfecto estado. El concierto se realiza y usted responde que mis órdenes se cumplan. Usted es también responsable de que esa vieja no se acerque a mí con esas necedades. El concierto tuvo lugar y al parecer nadie se percató de que una sola tecla del piano estuvo en permanente silencio durante el mismo. Al día siguiente del concierto los músicos debían partir a Venezuela, fueron a la embajada a despedirse del embajador, a quien no habían visto ni una sola vez, expliqué al general: ellos solo quieren saludarlo, solo estrechar su mano y eso nada más, me respondió: Yo no tengo tiempo de atenderlos, ya bastantes atenciones usted les dispensó, tengo entendido que les dio una cena en su casa, usted no pretenderá que yo le pague los gastos de esa cena, pues usted no me ha pedido autorización para hacer esa comida. Le respondí, señor no le estoy pidiendo dinero, solo que reciba a los músicos, la respuesta fue: retírese inmediatamente de mi despacho. Cuando a un diplomático se le encomienda la misión de organizar un concierto y este es muy exitoso -como ocurrió en Brasilia- lo mínimo que el organizador espera de su embajador es que le dé las gracias, más aún, si el embajador es una persona decente, que le dé las gracias y lo felicite, todavía más aún, si es una persona responsable, le da instrucciones de preparar un informe sobre la excelencia artística de la ejecución de los músicos, la crítica de la prensa y la reacción del público de Brasil a esta manifestación cultural de Venezuela, pues los músicos contratados por la Cancillería  tienen derecho a que se informe como fueron sus actuaciones, buenas o malas, para la elaboración de su currículo y el prestigio de su fama. Tres músicos insignes, que merecían consideración y respeto. Por esta razón fui echado del despacho del embajador. Dos días después le fui a dar cuentas: -el concierto fue muy exitoso y muy aplaudido por el público, asistieron unas mil quinientas personas, el aforo total del teatro. Por lo demás, las críticas en la prensa han sido muy positivas. El embajador parecía sentirse bien con la noticia y aprobó mis palabras con un movimiento de su cabeza. Al final, en forma muy comedida le pregunté: -General, si un avión de la fuerza aérea debe volar y uno de sus instrumentos está en mal estado -digamos, el altímetro- ¿ordenaría usted que volara en esas condiciones? Entonces me dijo, con su inconfundible acento andino: -Álvarez Pifano, en donde tiene usted la cabeza ¡Cómo puede hacer esa comparación! Volar un avión de guerra es algo muy serio, tocar un concierto de piano es una soberana pendejada. Si alguna vez en su carrera, usted llega a ser embajador -vaina que dudo, pues usted no tiene cabeza para notar la diferencia que existe entre las cosas- debe aprender a distinguir entre asuntos importantes y otros que no lo son, fíjese que yo a esa tochada de concierto ni siquiera asistí. Eso lo dejé por cuenta suya. Gracias a Dios, contrariamente a la opinión del general, hice una carrera de 36 años en el Servicio Exterior de Venezuela, fui Embajador durante 17 años y en todo ese tiempo, entendí porque Juan Sebastián Bach es el más grande músico de la historia de la humanidad, he disfrutado de la música de Antonín Dvorak, uno de mis favoritos y he aprendido a sentir admiración por Inocente Carreño, un músico ejemplar de Venezuela procedente de la isla de Margarita, todos ellos constituyeron el programa de concierto, que ofrecimos en Brasil, con un piano en mal estado y una tecla sorda, pero inspirados en el inmenso deseo de todos los venezolanos residentes en ese país, de compartir y hacer partícipes a otros pueblos de nuestros