Colombia: tendencias electorales
Colombia se prepara para un intenso proceso electoral en el presente año, que contempla: la elección de los representantes al Congreso, 108 Senadores y 188 Representantes, prevista para el próximo13 de marzo. Ese mismo día tres coaliciones electorales definirán su candidato para la elección presidencial, cuya primera vuelta se efectuará el 29 de mayo y, de ser necesaria, la segunda vuelta está programada para el 19 de junio. Dadas las condiciones prevalecientes en el proceso, todo indica que reproduce la tendencia de fragmentación polarizada que ha caracterizado las recientes elecciones en la región, que conlleva negativas consecuencias en términos de gobernabilidad, convivencia, crecimiento económico sostenible y bienestar social. La fragmentación se manifiesta por la cantidad de partidos políticos que participan en las elecciones legislativas o de candidatos que compiten en la contienda presidencial y, como todo fenómeno social, genera varias lecturas. Desde una perspectiva optimista, puede reflejar avances en el reconocimiento de la diversidad y complejidad de la realidad que vivimos. Se forman diversos grupos políticos para expresar la opinión de la sociedad frente a la compleja agenda de temas que caracterizan la realidad social. Obviamente en la dinámica democrática es posible que se conformen grupos que promueven temas discriminatorios y de exclusión, entre otros, xenofobia, aporofobia, nacionalismo o racismo. La diversidad que conlleva la fragmentación también puede estimular una mayor participación de la población en los procesos electorales, en la medida que temas que le resultan prioritarios se posicionan en el debate político y estimulan el ejercicio del voto, lo que puede contribuir a reducir la marcada abstención que está caracterizando las elecciones en varios países. Pero la fragmentación también genera dispersión del voto y, en consecuencia, la dificultad de poder alcanzar el triunfo. Situación que se podría superar si los diversos grupos políticos logra construir una plataforma unitaria, que incluya en su agenda o programa de trabajo los diversos temas de interés de la sociedad. Por otra parte, la creciente fragmentación también puede evidenciar la crisis del sistema político que enfrentan varios países de la región, que se expresa, entre otros, por la desconexión de los partidos y los políticos con la realidad social; el descontento y rechazo de la sociedad contra los partidos tradicionales; la formación de alianzas oportunistas y movimientos efímeros, que solo responden a una coyuntura electoral. También la fragmentación representa una expresión de los personalismos, las agendas personales y, en alguna medida, el deterioro institucional y moral de los partidos, que se vinculan con prácticas ilícitas como: corrupción o lavado de capitales, lo que genera el dinero negro en las campañas electorales. Todo ese conjunto de factores alimenta la antipolítica, el rechazo radical e irracional de los partidos políticos, instituciones fundamentales para el funcionamiento de la democracia. La antipolitica, que en gran medida se fortalece con la tecnología de las comunicaciones y, en particular las redes sociales; estimula y se beneficia de la fragmentación y la polarización. Algunos de los nuevos grupos políticos buscan ganar protagonismo con narrativas que propician una atmosfera de desconfianza destructiva del sistema democrático; situación que aprovechan los proyectos populistas y autoritarios, en detrimento de la democracia, las libertades y los derechos humanos. Otro elemento que caracteriza la fragmentación en algunos países de la región, es que se manifiesta de forma más acentuada en los sectores democráticos, limitando su capacidad de acción, lo que inexorablemente favorece a los grupos populistas y radicales. Se podría interpretar que la democracia se caracteriza por la diversidad y, en consecuencia, se presenta más diferencia y mayor cantidad de grupos y propuestas, pero eso acarrea la dispersión del voto que favorece a los contrarios. En una balanza, la fragmentación generar mayores efectos negativos, pero la polarización, en sus diversas expresiones, resulta más nefasta. Por una parte, tenemos una primera lectura de la polarización en la que se presenta el debate anacrónico y estéril entre derecha e izquierda, que estimula fanatismos, pasiones y hormonas, pero debilita o impide la capacidad de razonar. Por otra parte, y con un mayor nivel de complejidad se presenta la polarización entre los defensores de la democracia competitiva y los promotores del autoritarismo, que va asumiendo diversas tonalidades, definidas como: autoritarismo competitivo autoritarismo hegemónico y democracia iliberal. Una polarización mas más destructiva, pues está en juego el funcionamiento y existencia de la democracia y de los valores liberales que constituyen su fundamento. Los desafíos que genera la interdependencia compleja que vivimos y los problemas estructurales que arrastran nuestros países, no encuentran soluciones efectivas y eficientes desde las visiones radicales de la derecha o la izquierda; que han perdido sentido para construir gobernabilidad, convivencia, crecimiento sostenible y bienestar social. Ahora bien, sus discursos son sencillos, manipuladores y cautivan; empero, no resuelven los problemas y, por el contrario, crean nuevos. En ese contexto, las pasadas elecciones presidenciales en Bolivia y Perú ilustran claramente la tendencia de fragmentación polarizada y, desafortunadamente, la situación que se vive en Colombia reproduce tal dinámica. En el caso de Bolivia, la oposición democrática no logró construir unidad y participó con siete candidatos, contra el candidato del MAS, el partido de Evo Morales que, no obstante, su corrupción y prácticas autoritarias y excluyentes, mantiene un importante respaldo popular y, además, hábilmente presentó como candidato a Luis Arce, la cara fresca de un tecnócrata. El resultado estaba cantado, la dispersión del voto en los partidos democráticos tiende a garantiza el triunfo del adversario. En Perú, en la primera vuelta participaron 17 candidatos, en su mayoría defensores de la democracia y los valores liberales, pero entre otros, la insistencia de Keiko Fujimori de mantener por cuarta vez sus aspiraciones presidenciales, limito las posibilidades de la unidad y, en la segunda vuelta se evidenció la polarización anacrónica de los radicalismos, la derecha con Keiko Fujimori de Fuerza Popular y Pedro Castillo por el partido marxista radical de Perú Libre. Lamentablemente para la democracia peruana, varios ciudadanos justificaron su voto a favor de Pedro Castillo, argumentando su rechazo a Keiko Fujimori. Por otra parte, no debemos desconocer que Castillo representa a los