Elecciones Presidenciales EEUU 2020

Venezolanos y Venezuela en dos colores. En los Estados Unidos se repite un ritual electoral que desde 1788, ocurre de manera ininterrumpida. El sistema creado en la Convención de Philadelphia en junio de 1788 introducía elementos novedosos para sus tiempos. El diseño de un sistema donde la Jefatura de Estado y la de Gobierno convergen en la misma figura, sumado a un sistema electoral de segundo grado, le otorga características muy peculiares a los ojos de quienes viven en sistemas presidenciales de primer grado o en sistemas parlamentarios. Si bien el Congreso y los Estados han aprobado enmiendas para ajustar algunos elementos de las elecciones presidenciales, las mismas se han concentrado en mecanismos relativos a la elección del presidente (12ª, 20ª, 22ª y 25ª Enmiendas) y a la ampliación del acceso al derecho al voto (15ª, 19ª, 23ª y 26ª Enmiendas). Sin embargo, el sistema electoral de 2º grado basado en colegios electorales nunca ha sido modificado en su fundamento, y en este peculiar año 2020 se repite ininterrumpidamente por 59ª ocasión. Considerando la importancia de los Estados Unidos como nación, sus elecciones suelen captar una atención casi universal. En nuestro caso particular, muchos de estos procesos han tenido un impacto tangencial en las relaciones con Venezuela. Sin embargo, estas elecciones 2020 capturan de una manera excepcional la atención de los venezolanos. No sólo por el impacto de las sanciones sobre el régimen, o el apoyo al Gobierno Interino encabezado por Juan Guaido, sino por la gran cantidad de venezolanos- americanos que participan con su voto en estas elecciones. Efectivamente, gran parte de la diásporavenezolana concentrada en Estados como Florida y Texas habiendo completado sus procesos de nacionalización, participan entusiastamente en un ritual sólidamente implantado en el ADN cultural de los venezolanos. Al igual que como ocurría en los procesos electorales de la 4ª Republica, la polarización entre Demócratas y Republicanos está presente en nuestras discusiones más cotidianas y razones no faltan. Quienes aspiran a la salida del régimen mediante opciones decisivas, incluyendo mas sanciones yposibles acciones directas, ven en la reelección de Donald Trump la oportunidad de concretar el final de la usurpación. Por otro lado, no son pocos los venezolanos, que ven en Joe Biden la posibilidad de cambiar el tono de la Presidencia en niveles más cívicos y mesurados. Hago un paréntesis en este punto para destacar que el tema Venezuela es tratado en todo un párrafo del documento de 92 paginas de la Plataforma Nacional Demócrata, un logro no menor del Caucus Demócrata de Florida. Es probable que muchos compatriotas se sorprendan por el nivel de agresividad de las criticas reciprocas entre los candidatos. Tuve la oportunidad de participar en la campaña de 1988 con ambos partidos, y ciertamente la dureza de los ataques entre los candidatos me resultaban más que sorprendentes, en comparación con los procesos electorales en Venezuela. Sin embargo, este tono agresivo exacerbado forma parte de cultura electoral de los Estados Unidos desde 1800, pasando por las elecciones de 1828 hasta las pasadas elecciones del 2016. En las elecciones de 1800 los panfletos anti-Adams le señalabande tener “un desagradable carácter hermafrodita, que no posee ni la fuerza y firmeza de un hombre, ni la gentileza y sensibilidad de una mujer”. Por otro lado, la campaña de Adams señala a Jefferson de ser “un tipo mezquino y de la baja vida, hijo de una india mestiza, engendrado por un padre mulato de Virginia”. En este sentido, mucho se comenta sobre el impacto del estilo comunicacional y otros rasgos del Presidente Trump en la extrema división planteada en estas elecciones 2020. Sin embargo, en la perspectiva histórica pareciera que este comportamiento de Trump sólo mantiene la tradición. Desde el punto de vista programático, la construcción de los Estados Unidos como Superpotencia Global estuvo sólidamente apalancada por un alto nivel de convergencia política entre los dos grandes partidos. Esta realidad fue particularmente visible durante la mayor parte del Siglo XX. Al margen de las crisis políticas sufridas por el Partido Republicano, en 1912 con Theodore Roosevelt como candidato del Partido Progresista, o la crisis del Partido Demócrata de 1968, con la candidatura de George Wallace como independiente, esta convergencia era visible en el plano doméstico con acuerdos bipartidistas en materia de Seguridad Social y Derechos Civiles. Estos acuerdos también eran claramente observables en el plano Internacional, con periodos alternativos de aislacionismo e intervencionismo global. El siglo XXI comienza con eventos que marcan el distanciamiento de estas posturas. Las elecciones disputadas en el año 2000, y en particular el ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York, marcan un punto de inflexión en el distanciamiento progresivo de ambos partidos. El surgimiento del llamado “Tea Party” en el Partido Republicano, y los “Socialist Democrats” en el Partido Demócrata, son en gran parte reflejo de esta situación Con estos antecedentes encontramos la elección Presidencial de este año 2020 con niveles de conflictividad pocas veces observables y amplificados por su prevalencia en las redes sociales. En el plano doméstico, el debate político está enmarcado en una terrible pandemia con importantes efectos en términos humanos y económicos; la reaparición del racismo como argumento de campaña; las grandes manifestaciones y disturbios civiles en importantes núcleos urbanos de la nación; todo ello bajo la sombra del juicio por Impeachment contra el Presidente Trump. La polarización del debate alcanza temas tradicionalmente consensuados. Como ejemplo, lo referente a la política migratoria, donde al margen de lo que se proyecta en los medios, en particular en torno al “muro de la frontera”, no se registran grandes diferencias entre la actual administración y su predecesor. En el plano internacional, la brecha entre los dos grandes partidos también se expandió. Las líneas de acción de la administración Trump representan un cambio radical en cuanto a las relaciones con China, tanto en el terreno comercial como en el plano geopolítico; en su interacción con las naciones del Medio Oriente, con prioridades centradas en el fortalecimiento de la Alianza con Israel y la confrontación con la República Islámica