CINCO TELEGRAMAS HISTÓRICOS EN LOS ANALES DIPLOMÁTICOS DE LA CANCILLERIA DE VENEZUELA

                         Hugo Alvarez Pifano 1.- El más famoso telegrama de la cancillería venezolana: “Embajador carajeome, espero instrucciones” del cual nos hemos ocupado en diversas sedes. http://libertadpreciadotesoro.blogspot.com/2016/12/embajador-carajeome.html?m=1 2.- Un vice-cónsul maniático de la estabilidad laboral y con un excesivo empoderamiento de su cargo.  Se trata de un vice-cónsul que prestaba servicios en el Consulado General de Venezuela en Barranquilla, al parecer se encontraba muy bien allá y el cargo era de su completo agrado, entonces recibió un telegrama que le informaba que había sido trasladado al Consulado de Venezuela en Río Hacha, allí mismo en Colombia. El vice-cónsul guardó silencio: mudo como una piedra. Pasaron muchos días y el Despacho le envió otro telegrama, donde se le informaba que su reemplazo estaba listo para viajar y en consecuencia él debía trasladarse a su nuevo destino. El hombre guardó silencio: callado como una tumba en cementerio de gente pobre. En vista de que había pasado mucho tiempo y se mantenía en el más absoluto hermetismo el Canciller ordenó su destitución y se le envió el respectivo telegrama. Ahora bien, amable lector, agárrese fuerte de su silla y vea la respuesta del vice-cónsul en su telegrama de 8 simples palabras: “Si no acepto cambio, mucho menos acepto destitución”  3.- Un diplomático de buenos modales, de lenguaje fino y cortes, que expresó al encargado de la cancillería de Venezuela su rechazo a un nombramiento, utilizando un recurso inaudito. Gustavo era un funcionario modelo que se desempeñaba como Primer Secretario en la Embajada de Venezuela en Brasil, donde tenía 4 años de servicios y le correspondía su ascenso a Consejero. Un buen día llego por fin el esperado telegrama: Gustavo había sido nombrado Cónsul de Venezuela en Puerto Inírida, un remoto y apartado puerto fluvial del Río Guaviare, en el departamento de Guainía, la Amazonia colombiana, un sitio donde campeaba a sus anchas el narco tráfico, contrabando, trata de personas y como si fuera poco el Consulado de Venezuela había sido quemado en una oportunidad por la guerrilla colombiana. Un nombramiento de este género es la peor pesadilla que le puede ocurrir a un diplomático. Gustavo quedó anonadado y desbastado, comprendió que su carrera diplomática había llegado a su fin y como hombre de buenos modales, este fue el telegrama que envió, en la forma de una nota de estilo: Al señor doctor, Don Adolfo Raúl Taylhardat Sotillo Encargado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela Su despacho.                          Tengo a honra dirigirme a Vuestra Excelencia, en ocasión de avisar recibo de su cortés telegrama número 2040, de fecha 25 de septiembre de 1990, por el cual ha tenido a bien informarme de mi nombramiento como Cónsul de Venezuela en Puerto Inírida, República de Colombia. En respuesta, agradezco su comunicación y muy comedidamente, cumplo en manifestarle, que a Puerto Inírida deberá viajar más bien la madre de Vuestra Excelencia.                                      Hago propicia la oportunidad para reiterar a Vuestra Excelencia las seguridades de mi más distinguida consideración y estima. Gustavo.  4.- Un telegrama en el cual no aparecieron los acentos ortográficos y gracias a la manía de ahorrar palabras, cambió completamente su contenido.  El Embajador Antonio Casas Salvi fue durante muchos años embajador de Venezuela ante la Santa Sede, en los ambientes del Vaticano era conocido como un diplomático correcto, sus hijos y hermanos prestaban también servicios en la Cancillería. El apellido Casas oriundo del estado Trujillo es de gran prosapia entre destacadas figuras públicas de Venezuela: Antonio Casas Gonzáles fue presidente del Banco Central de Venezuela, tan solo para citar a uno de ellos. Ahora bien, el Embajador Antonio Casas Salvi muere repentinamente de un ataque al corazón y su hijo, que tiene el mismo nombre que él, manda un telegrama a sus numerosos familiares comunicando la muerte de su padre. A este punto de la narración entra en escena un personaje singular: José López Romero, criptógrafo de la Cancillería, un hombre modesto, afable, cordial, buen padre de familia, quien cubría los turnos de la noche porque se pagaban en horas extras y tenía un hijo que había nacido con una enfermedad congénita, él necesitaba ese dinero para los gastos médicos de su pequeño enfermo. El telegrama que envió el hijo del embajador fallecido fue concebido en los siguientes términos: “Hágosles saber, hoy 5 PM, murió papá. Antonio Casas” Como en los telegramas de esa época no aparecían acentos de ningún tipo y se presentaban en letras mayúsculas, el telegrama que recibió López Romero rezaba así:  “HAGOSLES SABER, HOY 5PM, MURIO PAPA. ANTONIO CASAS. No había dudas, un telegrama procedente de la máquina de la embajada de Venezuela en el Vaticano y firmado por el embajador ante la Santa Sede, anunciaba la muerte del Papa, había que proceder según los protocolos establecidos. En primer lugar, llamó al Dr. Marcos Falcón Briceño, Ministro de Relaciones Exteriores, mediante un teléfono rojo que existía para estas emergencias y le leyó el telegrama. El Canciller le preguntó: ¿Constató que el telegrama viene de la máquina situada en la embajada ante la Santa sede? –Si señor constatado y, además, aparece el nombre de Antonio Casas como la persona que lo envía. El Canciller Falcón Briceño llamó inmediatamente en horas de la noche al Presidente Rómulo Betancourt. No se sabe cómo ni por qué, la noticia sobre la muerte del Papa se diseminó por toda Caracas como un reguero de pólvora incandescente. Es entonces cuando aparece el tercer personaje de esta historia, tal vez el más importante: Monseñor Luigi Dadaglio, Nuncio Apostólico de Su Santidad ante el Gobierno de Venezuela, el diplomático más fino, culto y eficiente de la Cancillería vaticana, acreditado en Venezuela para la negociación del Concordato entre nuestro país y la Santa Sede. Se cuenta que Monseñor Dadaglio había terminado de rezar sus oraciones y se disponía a dormir, cuando al improviso comenzaron a sonar todos los teléfonos de la Nunciatura y el personal doméstico le informaba que el Presidente de la República, el Canciller y un inmenso grupo de los llamados Notables de esa época querían