Rusia bombardeada

Por Agustín Urreiztieta  No es uno, sino dos países destruidos por esta guerra. Ucrania, atacada por el ejército ruso, ha visto sus ciudades convertidas en campos de batalla. Pero también Rusia está sufriendo una forma de destrucción, o de regresión mental, económica y política. Putin usa otro tipo de misiles, tan destructivos como los que caen en Ucrania. A partir de la caída de la oxidada cortina de hierro en 1989, el pueblo ruso miró el futuro con esperanza. La democracia daba sus primeros pasos, mostró señales de estabilidad y de anclaje en la sociedad. Se elige a Boris Yeltsin como presidente y, entre crisis económica y sobresaltos políticos, se produjo una primera etapa de desmantelamiento del “Ancien Régime” soviético y siembra de democracia.   Putin llega en 1999 para apuntalar un gobierno menguante. Yeltsin lo designa como primer ministro y sucesor y, a partir de ese momento, comienza su buena estrella: en el 2004 es reelecto por aclamación (obtuvo el 73% de los votos), en el 2008 se produce el enroque con Dimitri Medvedev como presidente y Putin como primer ministro. Luego, nuevas elecciones en el 2012, empañadas de acusaciones de fraude, más otra reelección en 2018, para terminar la ristra con un referéndum en el 2021 que le otorga dos periodos adicionales. Putin terminaría su reinado en el 2036. ¿En qué estado se encontrará Rusia en ese momento? Pronóstico reservado.  Por suerte, sus volteretas políticas fueron acompañadas por un entorno macroeconómico favorable. En efecto, con el comienzo del nuevo siglo, los crecientes precios del petróleo, mayores inversiones extranjeras, mayor consumo interno y mejor estabilidad política, reforzaron el crecimiento económico de Rusia. Los números hablan por sí solos. A finales de 2007 el país disfrutaba del noveno año de crecimiento continuo, con una media del 7% desde la crisis financiera del 1998. En el 2007, el PIB de Rusia fue el sexto más grande del mundo. El salario medio fue de unos 640 dólares al mes a principios de 2008, comparado con 80 dólares en el 2000. Aproximadamente el 14 % de los rusos vivían por debajo del umbral de pobreza en 2007, muchos menos comparado con el 40 % del año 1998. Esta ola de prosperidad creciente le llevó a la cresta de la popularidad y apoyo institucional. Rusia, bajo el mando de Putin, se insertaba con éxito en los circuitos financieros, comerciales y políticos del mundo civilizado. No en vano en el 2007 la revista Times lo consideró el “Hombre del año”. Eventos geopolíticos, empero, mostraban inequívocamente el ruido y la furia del teniente coronel Putin, ex agente del KGB. Aplastamiento de la oposición, extinción de movimientos autonomistas dentro de Rusia y en sus estados limítrofes. Destrucción de Chechenia, reconocimiento de republiquetas extirpadas de los territorios de Georgia, Moldavia y Azerbaiyán y, finalmente en el 2014, el zarpazo a la península de Crimea y hoy, la invasión a Ucrania. No obstante, la suerte no es infinita. El apoyo popular sufre vaivenes y la economía de un país globalizado como Rusia también acusa reveses. Así, los números de empleo, inflación, salud, educación, vivienda, se antojan díscolos a sus designios. Tras la invasión a Crimea y luego a Ucrania, en un tris, Rusia pasó de ser un miembro respetado de la comunidad internacional, a ser un país paria. No puede vender sus materias primas, sus bancos fueron expulsados del sistema SWIFT de pagos, no puede emitir deuda, su calificación crediticia la tiene al borde del precipicio de la insolvencia. El rublo, masivamente devaluado y sus índices bursátiles caen en barrena. Por su parte, las empresas extranjeras, empleadoras y creadoras de riqueza, abandonaron muy raudas las estepas rusas, dejando en la calle a miles de empleados (solo la francesa Renault despide más de 40 mil). Dentro y fuera de Rusia, sus deportistas no compiten, sus músicos no interpretan, sus empresarios no invierten, sus científicos no investigan y así, un trágico etcétera de consecuencias inauditas e insólitas para un pueblo que soñó y… ¡probó! la libertad, el progreso económico y social en un gran país. No sorprendería ver, en un futuro no muy lejano, a millones de desempleados y menesterosos rusos haciendo fila en las sopas populares. El bombardeo de Putin sobre su propia economía es devastador. En su desespero, el presidente ruso desata su furia. Llama a sus oponentes “mosquitos” que hay que escupir, y pide la “purificación” de la sociedad de estos “traidores” alineados con Occidente. También, en un reciente discurso delirante, señaló a otro enemigo: el enemigo interior, en términos especialmente preocupantes. Utilizó palabras de otro tiempo, del estalinismo, de la Guerra Fría, de una época que se creía superada. Fustigó a la “quinta columna”, es decir, al enemigo interno, a los “traidores nacionales” dispuestos a “vender su patria”. La palabra “purificación” es obviamente la más aterradora, presagiando lo peor para aquellos que se atrevan a oponerse a la “operación militar especial” en Ucrania.  Mas allá de los misiles lanzados sobre su economía y el cañoneo despiadado en contra de la oposición política, la libertad de expresión también ha sido su objetivo. Así, Dmitry Muratov, director del diario ruso Novaya Gazeta, Premio Nobel de la Paz 2021, anunció esta semana la suspensión de la publicación de su periódico hasta el final de la guerra en Ucrania. Acababa de recibir una segunda advertencia de las autoridades, y prefirió escabullirse temporalmente antes de que le retiraran la licencia. Hay que recordar que la Novaya Gazeta era el periódico de Anna Politovskaya, la periodista asesinada en Moscú en 2006 tras cubrir la guerra de Chechenia. Se trata de una tragedia para Rusia, que pierde su última fuente de noticias independientes en un momento en que éstas son aún más importantes en la niebla de la guerra. Pero es evidente que ese es el objetivo de Vladimir Putin: que los 140 millones de rusos sólo tengan acceso a una fuente de información, la suya. Desde el comienzo de la guerra, otros importantes medios de comunicación han cerrado, como Radio Eco de Moscú, fundada durante el periodo de apertura “Glasnost” de Gorbachov, y el canal