Tres historias en el trajinar diplomático
Por Oscar Hernández Bernalette Con gusto reacciono a la cordial invitación del Profesor Juan Francisco Contreras quien me pidió escribiera un artículo para la página web del Colegio de Internacionalistas de Venezuela, sobre “algún tema relacionado con tu experiencia en el Servicio Exterior Venezolano o algún otro tema”. Pues confieso que había preparado un articulo relacionado a los retos del los Organismos Internacionales a partir de la Pandemia, pero reconsiderando, pensé que no todos los días tenemos la oportunidad de recordar situaciones relacionadas con quehacer diplomático y dar a conocer esas historias a una audiencia amplia e interesada en estos temas. Me decidí, por enviar estas tres historias entre tantas otras que suman el acervo de la vida en el servicio exterior y que se desarrollaron a lo largo de más de 30 años de carrera diplomática. Algunas de ellas se convierten de situaciones que obligan a la debida actuación que se resume en estar preparado para las alertas tempranas y saber hacer control de daños cuando ello así se requiere. En ese sentido , a lo largo de nuestras carreras diplomáticas no son pocos los episodios de alta política y hasta sencillas anécdotas que se producen como parte de nuestro ejercicio profesional en distintas categorías del servicio, en disímiles países y por el hecho de vivir en culturas diferentes, no es extraño que funcionarios diplomáticos cumplan responsabilidades o sean testigos de excepción de hechos que muchas veces quedan atrapados en los archivos de nuestras cancillerías, sean como papel en viejos muebles arrumados, o ahora en la data en donde quedan registrados episodios, anécdotas y situaciones que solo el historiador acucioso a veces desempolva cuando se trata de alguna investigación históricas. Muchas otras situaciones se nos presentan como resultado de vivencias, encuentros con personalidades nacionales o extranjeras o también como parte del inevitable recorrido que hacemos por la burocracia internacional. En esta oportunidad, les quiero ofrecer estas tres “anécdotas del oficio”, de un grupo mayor de notas que resumo como parte de mi ejercicio profesional. Para este medio y como homenaje a cientos de colegas que a lo largo del tiempo han dejado lo mejor de sus capacidades para servir a su país, cuento estos episodios aislados, pero parte de los recuerdos que florecen del ejercicio de una actividad noble y llena de vivencias que hoy recordamos con nostalgia. El asilo que fue negadoEs el año 1985. República Dominicana. Tengo como responsabilidad en la Embajada la Sección Política. El Embajador era Abel Clavijo Ostos, diplomático de larga trayectoria y con quien había servido en Egipto años antes. Un martes, si mal no recuerdo. Un día más en la rutina de una Embajada. Me había correspondido revisar el télex en mi oficina y enviar algunos cifrados a la Cancillería. La embajada era una vieja casona en una avenida de bastante circulación en la capital, Santo Domingo. Desde mi oficina escucho unos gritos y salgo corriendo a la recepción. Me encuentro con un grupo de gente saltando las paredes de la Misión Diplomática mientras un policía de seguridad con su fusil reglamentario estaba seriamente dispuesto a disparar a los intrusos. Lo obligo a no hacerlo y ordeno que deje que terminen de saltar a la sede. En esos momentos el Embajador se encontraba fuera de la capital. Se trataba de una treintena de ciudadanos haitianos que ingresaron violentamente para pedir asilo. Se le informa de inmediato a todo el personal lo que ocurría y se le pidió a los solicitantes que tuvieran calma y respetaran la sede diplomática. Su primera demanda es que querían hablar con el Embajador. Vía telefónica, éste, quien se encontraba fuera de la ciudad instruye al consejero de la Embajada -para aquel entonces Vasco Atuve- y a mi persona, que les pidiéramos que se retiraran de la entrada y esperáramos a que regresara a final de la tarde. Los exaltados aceptaron educadamente, nos acompañaran a la parte posterior de la Misión. El embajador se incorpora, nos reúne al personal diplomático incluyendo al agregado militar, el coronel Level y se comunica de inmediato con la Casa Amarilla, sede de nuestra Cancillería en Caracas, en donde ya un personal de la Dirección de Política Internacional monitorea y evalúa la situación en la sede diplomática. El canciller para aquel entonces era Simón Alberto Consalvi, intelectual y político, quien fue un hombre de gran significación para la democracia venezolana. Las instrucciones y recomendaciones de Caracas eran las de que el Embajador no se apersonara para hablar con los demandantes y que recayera el contacto en mi persona como responsable del área política y en ese momento el tercero en la línea de precedencia de nuestra Embajada. Inicié así un proceso de negociación con los solicitantes. Todos ciudadanos haitianos dirigidos por un teniente retirado del ejército de Haití y quien desde ese momento y hasta la fecha en que se retiraron se convirtió en el único portavoz del grupo. Su demanda era simple. Querían salvoconducto para ser trasladados a Caracas en condición de asilados políticos. Su justificación era que a pesar de ser huéspedes como extranjeros del Gobierno de RD se consideraban perseguidos por las autoridades de ese país, cuyo Presidente era Joaquín Balaguer y el de Venezuela era Jaime Lusinchi. Su presencia duró 25 días mientras esperaban se les otorgara asilo. Me correspondió ser el único funcionario de la embajada que los trataba. Nos afectaba el trauma humano que su presencia significaba dentro de la Misión. Confinados a un patio trasero sin mayores facilidades y sometidos todos a presiones que incluían actos de desesperación y amenazas de su parte. Mi contacto con ellos tenía altibajos, entre simpatías por su demanda, hasta sinsabores por su actitud violenta y amenazante a mi persona, toda vez que las autoridades de Caracas no otorgaban el asilo ni las de RD el salvoconducto respectivo. Después de mucha negociación, evaluación con nuestra cancillería y la de Santo Domingo, el Gobierno de Venezuela por primera vez negaba otorgar el correspondiente asilo. Me correspondió la dura tarea de comunicárselos y pedirles que se retiraran pacíficamente de nuestra Misión.