Hablemos de otra cosa: ¿viste lo que está pasando en Etiopía?

Por María Alejandra Aristeguieta* Seguramente esta pregunta no tendrá una respuesta muy amplia, pues poco se ha dicho del conflicto en ese país iniciado en noviembre del 2020, y esto es hasta cierto punto normal. Etiopía no está entre las prioridades de los analistas internacionales. Ni de los venezolanos, ni de los del resto del mundo. Y es que este país del este de África, aparece y desaparece del radar internacional dependiendo de las sequías y hambrunas, o de las guerras  con sus vecinos. Para mi, Etiopía fue un punto de inflexión. Fue mi última misión como consultora en temas de  comercio internacional y desarrollo. Y también fue el lugar donde vi algo a lo que he regresado una y otra vez. Vi el futuro de Venezuela. Hablo de un viaje que sucedió en octubre del 2012, y que todavía hoy me interpela. En el camino del aeropuerto al hotel noté muchas fotos, formato gigante, del líder político. Pensando en el caudillo de mi tierra, pregunté al funcionario del programa de la francofonía de la Comisión de la Unión Africana, que me acompañaba: es el Presidente, verdad? Me respondió: el Primer Ministro, que murió. El diálogo posterior fue algo así como: –¿Y por qué el nuevo deja las fotos? –Porque el que murió designó a éste como su sucesor. –¿Y la gente votó por él, así por así? –Son del mismo partido, y el parlamento lo eligió. Apenas llegar al aeropuerto, y ya se veían agolpados a sus puertas hombres de caras delgadas hasta los huesos. Al principio inferí que esa fisionomía correspondía a la etnia del país. La gente, taciturna, sin rumbo aparente y con la mirada perdida, caminaba por calles y carreteras. También alrededor del hotel con chinches que me había sido asignado, y que estaba rodeado de ranchos, muchos de madera, tan pequeños como un quiosco.  El director de la agencia de cooperación de la ONU con quien estaba trabajando me recibió amable y sonriente. Un libanés muy joven, cuya oficina de base estaba en Ginebra, pero que pasaba buena parte de su vida en esa región del mundo. Salimos a dar una vuelta. Etiopía es cuna de una de las religiones cristianas mas antiguas del planeta, y tenía curiosidad por conocer una iglesia Copta.  Muchas se encuentran en la subida al Monte Entoto, la montaña a los pies de la cual se erigió Adís Abeba y desde donde se aprecia la ciudad, ahogada, por cierto, por una espesa nube de calima. El director me explicó que la calima es producto de la cocina a leña y la torrefacción del café cada mañana. De inmediato comprendí la imagen de las mujeres cargando unos enormes paquetes con largos y delgados troncos sobre sus espaldas. El Monte Entoto está cubierto por un bosque de eucalipto, talado sobre todo por mujeres, pues se trata de una fuente importante de esa leña con la que cocinan. De regreso, nos encontramos con una vibrante vida social en el hotel.  Sus instalaciones son espacios utilizados por la clase dirigente etíope, y hasta ahí llegó mi hipótesis étnica de las primeras impresiones. Quienes beben whisky y se dan masajes o usan el gimnasio del hotel, son etíopes más claros y más redondos. También son bastante ruidosos.   La calima de la mañana es más densa que la que vimos desde el tope de la montaña. Huele a café y pica en los ojos. Al lado del hotel levantan un edificio con andamios que recuerdan las teorías sobre la construcción de las pirámides de Egipto: un cascarón de galerías con rampas y escaleras de madera, en las alturas, sin ninguna medida de seguridad.   De camino a la sede de la Unión Africana, un moderno edificio financiado y construido por China y estrenado unos meses atrás, sorprende el caos lento y silencioso de las calles enteras de gente con hambre y sin sueños, que circula con la mirada puesta en el infinito. Entre los ranchos, aparecen un par de torres, precediendo, una frente a otra, la sede del organismo internacional: son los concesionarios de la BMW y de la Mercedes Benz. Mi misión transcurre como previsto, salvo por las picadas de chinches, fumigaciones a la habitación, y una indigestión con la que fui a parar al hospital. Al cierre de la misión, compartiendo apreciaciones con el director de la agencia, la conversación se desvió por un momento hacia algo que terminó siendo otra pieza reveladora. Regresaba contrariado de una reunión con representantes del gobierno etíope en la que los receptores de la cooperación y asistencia, de manera bastante hostil y hasta altanera, instruían a la agencia de la ONU acerca de cómo llevarían a cabo los programas, y en cuáles áreas se desarrollarían, así como las limitaciones a los funcionarios internacionales que estarían acreditados en el país. Lo que sucedió en Venezuela entre el 2012, poco después de mi viaje a Adís Abeba, y el 2013, cuando Chávez designó a su sucesor, me llevó de regreso a ese episodio de mi carrera. Lo triste, es que siempre que veo un nuevo escalón hacia el deterioro infinito al que está sometido Venezuela, me digo a mí misma: como en Etiopía. El hambre, la mirada perdida, la leña, la calima, los beneficiados del régimen, todo lo que ha venido pasando desde que llegó Maduro al poder, me hace repetir esa frase. Incluso, el proceso de negociación del Memorándum de Entendimiento para cooperación técnica firmado por Arreaza con la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, fue un calco de aquella conversación con el director. Por eso, cuando a principios del 2020 supe que Etiopía era el Estado Africano con mayor crecimiento de la región, con un aumento de su PIB en torno al 7%, me llamó la atención. Y cuando supe que su Primer Ministro fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en el 2019, quise indagar para saber si se trataba de aquél que se había apoyado en la imagen del