Las elecciones en Irán y el Acuerdo Nuclear
El pasado 18 de junio Ebrahim Raisi fue electo nuevo Presidente de la República Islámica de Irán en unas elecciones consideradas, por gran parte de la comunidad internacional, como falseadas. Su victoria se gestó gracias a las decisiones adoptadas por el Consejo de Guardianes, un cuerpo de juristas y clérigos estrechamente vinculado con el Líder Supremo Ali Jamenei, al aprobar solo a siete candidatos para esos comicios, de los cuales Raisi era el más destacado. Se abre así, una nueva etapa en el proceso político iraní surgido el 11 de febrero de 1979. Han pasado cuarenta y dos años cuando los ayatolas encabezados por Ruhollah Jomeini llegaron al poder estableciendo, mediante una nueva constitución, la República Islámica cuya máxima autoridad es el Líder o Guía Espiritual. De esta manera se materializó la teoría del “gobierno de los juristas religiosos” elaborada por el propio Jomeini en la década de los sesenta. Irán no es un estado gobernado por un partido único, por una cúpula militar o por una dinastía, sino por una élite político-clerical conformada por diversos individuos y grupos que se disputan el control político del sistema. Esta estructura ha permanecido casi invariable, pero dista mucho de ser un régimen monolítico y sin fricciones internas como se supone en gran parte de la comunidad internacional. Las diferencias entre las distintas tendencias del sistema se han sucedido a lo largo la historia republicana, en algunos casos con mayor intensidad y violencia. Las alianzas internas se generan en función de los intereses de cada grupo. La Constitución de 1979 reformada meses antes del fallecimiento de Jomeini (1989), terminó de plasmar una mezcla de república clásica, con instituciones electivas y separación de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, y de teocracia, que otorgaba a los clérigos chiíes una autoridad superior sobre el resto del sistema y la población. Se crearon además lo que se conoce como el Liderazgo Espiritual, conformadas por instituciones electivas: Presidencia, Parlamento y Asamblea de Expertos y otras no electivas: Consejo de Guardianes, Consejo de Discernimiento y Consejo de Seguridad Nacional. De esta manera, el complejo entramado de controles recíprocos que se conformó ha contribuido a que ninguna de estas instituciones tenga por sí sola la capacidad absoluta para decidir sobre temas fundamentales en política interna y exterior. Se intenta así evitar que el sistema evolucione hacia una especie de absolutismo, privilegiando los mecanismos de consenso internos de la élite político clerical. A los Consejos no electivos les corresponde dirimir las diferencias de la élite gobernante y alcanzar los consentimientos necesarios para el mantenimiento del sistema político. Si bien las instituciones y las principales líneas de políticas internas y externas se han mantenido de acuerdo a los designios de su fundador, en algunas ocasiones se han producido modificaciones importantes producto de la correlación de fuerzas cambiantes en el seno del sistema. Dentro de esta intrincada estructura institucional sobresale, indiscutiblemente, la figura del Líder, quien concentra en su persona funciones de significativo alcance. No solo designa e inspecciona diversos organismos de sistema, sino que también ejerce una vigilancia directa sobre instituciones igualmente relevantes para el control efectivo de la sociedad iraní: el ejército, la guardia revolucionaria y las fundaciones de caridad, al igual que la supervisión ideológica, a través de la radio y televisión y algunos periódicos nacionales, las universidades y los oradores de la plegaria de los viernes en todas las mezquitas del país. Se puede entender, por lo tanto, que el ejercicio real de la autoridad del Líder es la de actuar como árbitro, en última instancia, entre facciones de la élite que mantengan diversas posturas o disposiciones. Desde el establecimiento de R.I. de Irán, el cargo ha sido desempeñado por Ruhollah Jomeini (1979-1989), y su sucesor Ali Jamenei, cuyo desempeño ha sido menos carismático que el de su antecesor. Es en este hábitat en el cual el nuevo presidente deberá ejerce funciones, a partir de 5 de agosto, contando con la total anuencia del líder Jamenei quien precisamente lo escogió para ser la figura visible de la R. I. de Irán. En consecuencia, a Raisi le corresponderá enfrentar un conjunto de situaciones de envergadura tanto en el ámbito interno, como en las relaciones internacionales. A nivel nacional, uno de los aspectos que más destacan son las incógnitas que se ciernes en relación a la sucesión y salud del Líder Supremo, debido a su avanzada edad. La mayoría de los observadores consideran que al intervenir las elecciones a favor de su protegido fue una estrategia para prepararlo como miras a ser el próximo Líder Supremo, de la misma manera que Jamenei sucedió a Ruhollah Jomeini, en 1989, mientras ocupaba el cargo de presidente. Sin embargo, si Raisi asume la posición de líder supremo, persisten dudas respecto a su falta de credenciales revolucionarias y religiosas que lo obligaría a depender en cierta forma de la Oficina del Líder, una especie de gobierno en la sombra en el que el hijo de Jamenei, Mojtaba, es un actor clave. Pero sus problemas se extienden más allá de la sucesión del Líder. Raisi deberá enfrentar la seria crisis económica por la que atraviesa el país. La población iraní (83 millones de habitantes) está agobiada por una inflación galopante y altas tasas de desempleo, mientras que el gobierno tiene un déficit presupuestario considerable y encara graves dificultades para manejar la pandemia del COVID-19 una de las más mortíferas del Oriente Medio. Raisi ha prometido hacer frente a la inflación, crear al menos un millón de puestos de trabajo por año, construir nuevas viviendas y dedicar préstamos especiales a los compradores de vivienda por primera vez, además de marcar el inicio de una nueva era de transparencia financiera y luchar contra la corrupción. En este sentido, Raisi cree firmemente en la noción de Jamenei de una “economía de resistencia” en la que Irán desarrolle la capacidad interna y la autosuficiencia en detrimento de una integración global más amplia, especialmente con Occidente. Los estudiosos de la economía iraní consideran que esta estrategia tiene serias limitaciones. El