Edgar Sanabria, un Embajador único e irrepetible

 Por Hugo Álvarez Pífano                                                                                                        Sus amigos lo llamaban el “flaco Sanabria” por la complexión corporal que lo acompañó a lo largo de toda su vida, durante setenta y siete años de fecunda existencia, los cuales vivió como un caraqueño dotado de cultura con chispa, de buen humor espontáneo y sano, que acompañaba con una sonrisa abierta y afable. En una Caracas deslumbrante, con una oferta gastronómica muy variada y rica, de todos los países, para disfrutar un maridaje con los mejores vinos y bebidas espiritosas, Edgar Sanabria Arcia era más bien casi un abstemio, con un estilo de vida modesto y muy frugal. Quienes no lo conocieron creyeron ver en el a un personaje extraño en su modo de pensar y en sus acciones, que dejó tras de sí un montón de anécdotas risibles, que en su casi totalidad no eran ciertas. Se decía, que cuando le preguntaban por qué se mantuvo tantos años como solterón (1) contestaba que siempre se había negado a mantener a una mujer que no tenía con el ningún vínculo de parentesco. Se comentaba que era un ávido coleccionista de armas, sin haber nunca disparado un solo tiro ni portar consigo ni siquiera un revolver. Igualmente, siempre fue considerado como el venezolano que buscaba sin cesar y poseía el mayor número de condecoraciones, nacionales y extranjeras, a lo cual respondía: Rechazar una condecoración es un acto de descortesía y de mala educación, suelo aceptarlas cuando me las ofrecen. Pero, más allá de todo esto fue un hombre en el que se hacía presente su condición de persona equilibrada, tolerante y serena, capaz de transmitir confianza y buena fe en sus acciones. Por lo demás, fue siempre leal y fiel con sus amigos. Era católico, cercano a las autoridades eclesiásticas y nunca militó en partido político alguno. Abogado de la Universidad Central de Venezuela (2). Tal vez por estas y otras razones fue llamado después del 23 de enero de 1958, a formar parte de la Junta de Gobierno, presidida por el Contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, que tomó las riendas del país luego del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez. Posteriormente, cuando Larrazábal decide presentarse como candidato presidencial en las elecciones de 1958, Edgar Sanabria se convierte en presidente transitorio de Venezuela, desde el 14 de noviembre de 1958 hasta el 13 de febrero de 1959, cuando traspasó la Presidencia de la República al presidente electo Rómulo Betancourt. El legado de Edgar Sanabria como primer mandatario de la nación venezolana puede resumirse en cuatro actos a los cuales dio ejecución: 1.- Ley de impuesto complementario, mediante la cual se abolió el llamado “fifty-fifty” que durante muchos años venían pagando las empresas petroleras y se elevó la tasa impositiva del 50 al 60 por ciento. 2.- Ley de Universidades por la cual se restableció la institución de la autonomía universitaria, con la mención expresa que consagraba la inviolabilidad del recinto universitario por organismos policiales y de seguridad del estado. 3.- Emisión del Decreto N° 473, de fecha 12 de diciembre de 1958, por el cual se creó el Parque Nacional El Ávila -se le asignó un área de 66.192 hectáreas- con el objeto de conservar la flora, fauna, biodiversidad y bellezas naturales de esta hermosa montaña tan amada por los caraqueños. 4.- Emisión del Decreto N° 521, de fecha 9 de febrero de 1959, en el cual se crea el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Después de haber servido en diversos cargos diplomáticos y consulares -en especial estuvo encargado del Consulado General de Venezuela en Nueva York en 1941- se desempeñó como Consultor Jurídico de la Cancillería, en una época en que estos funcionarios -generalmente diplomáticos con el rango de embajador- eran muy respetados y se les tomaba muy en cuenta sus opiniones y dictámenes. A él lo siguieron Ramón Carmona Figueroa, Antonio Oropeza Riera, Melchor Monteverde Basalo, acompañados de notables colaboradores como Pedro Silveira Barrios y Francisco Manuel Mármol. A comienzos del gobierno del presidente Betancourt fue designado Embajador de Venezuela ante la Santa Sede (1959-1963), más tarde embajador en Suiza (1964-1968) y finalmente en Austria (1968-1970), terminó su carrera como asesor en el Ministerio de Relaciones Exteriores en la década de los años setenta. En el año 1959, era yo estudiante universitario en Italia y contaba 21 años de edad, entonces me citó a su embajada ante la Santa Sede, donde me comunicó que en fecha reciente, había conversado con mi madre en un acto social en Caracas y ella le había manifestado que en una fotografía que le envié me encontraba muy delgado y quería saber si tenía problemas de salud. Acto seguido me invitó a comer y después a un paseo. El lugar escogido para la caminata fue la zona arqueológica del Largo de la Torre Argentina, quería mostrarme el sitio preciso donde ocurrió el asesinato de Julio Cesar: el Senado de Roma, al pie de la estatua de Pompeyo. El Dr. Sanabria era un ícono en Venezuela como profesor de Derecho romano (en la UCV y en la UCAB), un gran conocedor de las instituciones y la historia de Roma, esa tarde disfruté de una clase magistral sobre uno de los hechos más trascendentales en la transición de la República al Imperio romano: el asesinato de Gaius Julio César. En particular siempre he recordado de esta clase peripatética las famosas palabras que le dirigieron al hombre más poderoso del mundo antes de su muerte: César cuídate de los “idus de marzo” y a la cual el Dr. Sanabria daba una gran importancia en su relato. Desde entonces yo aprendí, siguiendo sus consejos, a cuidarme de los idus de marzo, en el mes de marzo trato de no montar en avión, no cojo carretera, no voy a la playa y busco la manera de estar la mayor parte del tiempo en mi casa. Este paseo lo he siempre recordado con gran afecto y nostalgia. Durante la década de los 70, lo veía muy a menudo en la Cancillería y me recordaba esa caminata