Arístides Calvani en el recuerdo
Un ser humano excepcional: sensible a los grandes problemas sociales, indicó con su conducta y su forma de vivir, que las actividades comunes y la vida de todos los días, son un camino para hacer el bien en beneficio de la humanidad A comienzos de la década de los setenta viajé a Ginebra, como representante de Venezuela a una Conferencia de la Cruz Roja Internacional, sobre el derecho humanitario aplicable a los conflictos armados. Allí conocí a un médico egipcio quién me habló de un fusil fabricado en Israel –un arma no letal– es decir, no destinada a quitarle la vida a quien fuera alcanzado por la misma, sino más bien a producir sufrimientos horribles. Se trataba de un fusil que, en lugar de disparar una bala, arrojaba centenares de diminutas flechitas de acero, que cubrían un radio importante del cuerpo de la victima. Me contó que él tuvo que atender a un soldado egipcio herido con esta arma y quedó impresionado de los dolores que este hombre sentía al más ligero movimiento, además se requería de un enorme equipo médico para extraer centenares de agujas de acero y lo más dramático, las condiciones en quedaba un soldado después de una intervención quirúrgica de estas dimensiones. La filosofía que mueve a los fabricantes de este tipo de armas, es que las guerras se ganan no solo matando al enemigo, sino más bien desmoralizándole al infringirle dolores horribles y dejarlos en condiciones físicas insoportables de por vida. Ahora bien, las pequeñas flechas de acero se podían ver a través de los rayos x, y en consecuencia se podía operar, pero cuando los fabricantes se enteraron de que gracias a los rayos x, era posible extraer del cuerpo de un herido las pequeñas agujas de acero, las cambiaron por flechas de plástico, de modo que ningún aparato las podía localizar, entonces la lesión se hacía muy difícil de manejar. ¡Se habrá visto una mayor crueldad! El primer país donde nació un movimiento para prohibir la fabricación y el uso de este tipo de armas crueles fue Suecia y al mismo tiempo, fue la nación que buscó a otros países de vocación democrática y sentido humanitario para asociarlos en la idea. Le prometí al médico egipcio contactar en Venezuela, al hombre más influyente en las relaciones internacionales y con mejor empeño en sacar adelante las causas nobles: Arístides Calvani, canciller del Presidente Rafael Caldera. Para ese momento no se sabía como llamar a esas armas: armas que causan sufrimientos innecesarios (acaso hay sufrimientos necesarios), armas que causan daños superfluos (pueden considerarse superfluos esos daños) Lo cierto es que el Canciller Calvani se sintió profundamente conmovido cuando le conté esta historia, en su cara se dibujó una mirada de tristeza y me dijo: -Álvarez Pifano, gracias por haberte ocupado de este asunto, prepara un párrafo para mi discurso en Naciones Unidas, es allí donde pienso abordar este tema, vamos a ocuparnos en Nueva York de todo esto, con el interés que merece. Voy a conversar allá con el canciller de Suecia. Vamos a tener una presencia útil en este grave asunto. A este punto, se hace necesario decir que el Canciller Calvani era un hombre de una sola pieza, austero y de costumbres sencillas: llegaba en Nueva York a un modesto hotel de pocas estrellas en la Avenida Lexington, se acostaba temprano, comía con frugalidad en restaurantes simples y al final de su misión, los viáticos que le sobraban (siempre le sobraba dinero con este estilo de vida) los devolvía al fisco nacional. En toda la historia de la diplomacia venezolana, ha sido el único diplomático en devolver viáticos no utilizados. Pues bien, en la Avenida Lexinton pululaban todo género de negocios, ventas de perfumes, discos, librerías, baños turcos, cines y bares, todos tenían un equipo de activos volanteros que hacían publicidad a sus respectivos productos, yo recibía todos los volantes que me ofrecían y los colocaba en el bolsillo de mi gabardina. Encontré al Canciller Calvani a la salida de su hotel, era el mes de septiembre, en una mañana generosa de sol y llena de hojas caídas de los árboles de un encantador otoño, me dijo muy jovial: -Álvarez Pifano, tengo dos ideas para la intervención relacionada con el derecho humanitario aplicable a los conflictos armados, toma nota. Metí la mano en mi bolsillo y saqué un volante que, para mi mala suerte, resultó ser una publicidad del “masaje tailandés”. Entonces me recriminó con aire de gravedad: ¿Cómo vas a escribir en esa promoción de pornografía, lo que tengo que decirte? ¡Por Dios, toma otro papel más decente! -Canciller, le dije, yo agarro los papeles que me dan en la calle y este salió por puro caso, al llegar a mi oficina pongo todo en orden. El Canciller, en una forma elegante, abrió su maletín, tomó una libreta y arrancó una hoja de papel bond, me la entregó y me indicó, escribe aquí, este es el papel que merece tu estilo literario y la importancia de nuestro trabajo, entonces desglosó sus ideas y yo tomé nota. Añadió, tú sabes muy bien lo que es “el masaje tailandés”, eso no es ningún masaje, por favor, bota esos papeles indecentes. A la mañana siguiente lo encontré en las sillas de la delegación venezolana ante las Naciones Unidas, me dijo: -Alvarez Pifano, tengo otra idea para la intervención en que estamos trabajando, toma nota. Abrí mi maletín y el Canciller alarmado me dijo: -Por favor, cuidado con el papel que vas a sacar. Tomó mi mano y me dijo, espera, mejor usa un papel de los míos. Te aconsejo prudencia con esos papeles que tienes contigo. Meses más tarde, en Caracas, en su despacho, me expresó: estas son tus cartas credenciales para la conferencia de Ginebra en que hemos trabajado. Te deseo mucho éxito, estás representando a tu país en una causa noble. -Ahora bien, te quiero contar porque te he aconsejado insistentemente de no cargar volantes relacionados con “el masaje tailandés” Cuando realicé