PERSONAJES DE LA CANCILLERÍA VENEZOLANA Y SUS ANECDOTAS

1.- Los Congresos Panamericanos de Carreteras. En el año 1967, Caracas fue la sede de una conferencia internacional auspiciada por la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo objetivo y finalidad era uniformizar las señales de tránsito en las carreteras y ciudades de toda América. Para esa época, cada país tenía su propia señalización vial, se trataba entonces de adoptar mediante un convenio internacional un código de conducta común. A estas reuniones internacionales se les llamaba Congreso Panamericano de Carreteras. Ahora bien, para activar las unidades operativas de esta conferencia fuimos destacados en el Hotel Tamanaco –el único lugar de Caracas que disponía de instalaciones adecuadas para realizar este tipo de eventos- cuatro jóvenes diplomáticos de la Cancillería venezolana: Moritz Eiris Villegas, Gustavo Dubuc León, Rubén Franco Guzmán y este modesto servidor Hugo Alvarez Pifano, autor de la crónica. Para atender a nuestros gastos la Cancillería nos otorgó viáticos (muy exiguos, por cierto) con estos debíamos pagar la habitación y tres comidas diarias, menudo problema con los precios del hotel más caro de Venezuela. Por lo demás, el gobierno no pagaba bebidas alcohólicas ni cigarrillos. 2.- Presentación del personaje, protagonista de esta historia. Mientras todos tratábamos de ahorrar nuestros viáticos, Moritz le entró de lleno al restaurante francés del Tamanaco con una “Poulard de bréese” acompañada de un Saint Emilión Grand cru, de Burdeos. Como si fuera poco, los días sábados, el restaurante suizo ofrecía La Raclette de queso gruyere, la cual acompañaba Moritz con un Riesling de las suaves colinas del río Mosela, en Alemania. Esto por supuesto esfumaba todos sus viáticos antes del fin de la conferencia. Pero, el buen Dios -que a veces aprieta, pero no ahorca- para alivio de nuestros bolsillos, hizo el milagro de un descubrimiento: detrás del Tamanaco existía una arepera de comida venezolana a precios solidarios. Invitamos a Moritz para ir juntos a la arepera y esto fue lo que nos contestó: Hay dos cosas que jamás he hecho en mi vida, primero: comer de pie, parados comen los animales; segundo: mi fina sensibilidad culinaria no se compadece con la oferta gastronómica que ofrecen esos tugurios llamados areperas, yo no como en areperas. A primera vista, Moritz Eiris Villegas, daba la impresión de ser un hombre que se había tragado un paraguas, pues caminaba muy derechito y erguido, después lucía unos lentes grandes, de inmenso grosor que parecían una pecera redonda, hablaba en voz baja, remarcando las eses sibilantes. En su opinión propia, pensaba estar dotado de un brillante glamur que nadie más veía, a excepción de sí mismo. Un verdadero Narciso de la diplomacia venezolana. Para nosotros, sus compañeros de trabajo, lo percibíamos como un hombre sumamente presuntuoso y engreído. Lo apodaban Hirohito por su parecido físico con el Emperador de Japón. 3.- Las areperas venezolanas, un oasis de ingenio y alegría para ofrecer nuestra comida. La arepera detrás del Tamanaco ofrecía las arepas clásicas de jamón, queso amarillo, pollo, carne desmechada, perico y cuajada; había también algunas especialidades, camarón, calamares, bacalao y chicharronada, pero lo más simpático de esta arepera era su ambiente descontraído y lleno de contagiosa alegría: Allí no había menú, todo se escribía con tiza en una pizarra, la comanda de los clientes no se escribía en papeles, se voceaba por el mesonero, a quién llamaban con afecto “el negrito” Por ejemplo, si un cliente pedía la sopa de rabo, él dirigiéndose a la cocinera le vociferaba: María, pásame ese rabo; si otro cliente quería una lengua en salsa, él gritaba: María sácame esa lengua y si alguien quería un mondongo, al que llamaban “nervioso” él decía: Sale un nervioso calientico como María. Se cuenta que en una ocasión un cliente pidió inicialmente una sopa de rabo, pero después hizo un cambio, ordenó más bien una lengua en salsa, entonces el negrito, se paró en medio de la arepera y dijo: Cambio de comanda, María pásame la lengua por el rabo. Este ambiente nos cautivó y todos pasamos a comer en la arepera; por el lado contrario, Moritz después de cuatro días gastó todos sus viáticos y se quedó sin un centavo, entonces muy triste y compungido nos dijo: debo hacer de la necesidad una virtud, iré a comer con ustedes a la arepera. Se le veía muy decaído, por esa razón hablamos con el negrito: -Te vamos a dar una buena propina si lo tratas bien, llámalo embajador y le cambias el mantel en la mesa. El negrito respondió: -aquí no se cambia mantel, sino cada dos o tres meses. –Bueno, que más da le volteas el mantel, la idea es que él vea un buen trato. Ándale, gánate esa propina. 4.- Cómo lidiar con su Excelencia. Hirohito se presentó a la arepera rigurosamente vestido de negro, un terno de paltó, chaleco, pantalón a rallas y corbata de lacito – se encontraba como para asistir a la presentación de credenciales de un embajador extranjero- sus zapatos lucían pulidos y resplandecientes como dos luceros en la madrugada. Estaba perfumado con agua de colonia francesa: Jean Marie Farina. Un cliente único y singular, el resto de los comensales eran choferes de camiones, autobuses, carritos por puesto y motociclistas, hombres sudorosos, peludos, con franelas y bluyines. Su ingreso a la arepera presentó el mismo espectáculo que hubiera ofrecido un pingüino colocado en medio de un corral de cochinos: una escena insólita y atrabiliaria. El pequeño mesonero en seguida lo reconoció, se aproximó y le dijo: Excelencia le tengo una mesa reservada y prosiguió con el protocolo establecido, sacudió el mantel, lo volteó, puso lo de abajo para arriba y lo de arriba para abajo, igual estaba sucio por los dos lados. Entonces colocó media servilleta de papel. Morits arrugó la cara y con mirada severa le espetó: -Por favor, a mí me pone la servilleta completa. –Disculpe embajador, aquí se dispone de media servilleta por cada plato, para usted tener derecho a una servilleta completa debe ordenar dos platos, le sugiero comenzar por el plato estrella de esta su casa: