Por Luis Daniel Álvarez V.
La realidad brasileña actual no presagia tranquilidad y calma. Si bien Lula da Silva, dada la nueva coyuntura, lo estrecho del triunfo y la necesidad de abrirse hacia actores emblemáticos, de nivel y de prestigio como su compañero de fórmula, y hasta hace relativamente poco histórico adversario Geraldo Alckmin, tiene en contra a sectores que prometen una venganza política por haber perdido y que anuncian que arremeterán contra la gestión, evidenciando su proceder en que aún no inicia el mandato y ya descalifican al mandatario electo.
A lo anterior se une una preocupación adicional y es que actores que respaldaron al gobierno saliente repiten que hay que impulsar mecanismos que impidan al nuevo gobierno asumir, indicando que si entre las medidas está alguna de naturaleza castrense, deberá asumirse como una necesidad. Aunque el presidente Bolsonaro no ha llegado a respaldar públicamente esa postura anacrónica y destemplada, su silencio para admitir los resultados llevó al país a una angustiante espera en la que cualquier cosa pudo pasar.
La historia brasileña tiene un episodio que pareciera similar. En 1964 el país atravesaba por un clima de incertidumbre y aunque la democracia se consolidaba, el presidente João Goulart se enfrentaba a actores que pedían, a como diera lugar, su salida del poder. De esta manera algunos personajes comenzaron a exigir que el sector militar actuara y depusiera al primer mandatario, acción que finalmente se concretó.
La decisión militar de avanzar, no sólo tiró por la borda algunos logros significativos que se habían dado en las administraciones de Juscelino Kubitschek, Jânio Quadros y del propio Goulart, sino que sembró una era perversa en la que el miedo, las torturas y la desolación se apoderaron de un país que pasó a ser administrado como un cuartel.
Quienes llaman a que se concrete una intervención armada parecieran no haber entendido que la acción de 1964 dio una carta abierta a las fuerzas armadas para que hicieran lo que quisieran sin control. El retorno a la democracia fue doloroso y lento, pero una vez conseguido es de las grandes banderas del país.
En el proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff, Jair Bolsonaro, sin importarle el daño que podía hacer, dedicó su voto a uno de los torturadores del régimen dictatorial, Carlos Alberto Brilhante Ustra. Frente a los que como él idolatran la oscuridad y a los que a la ligera piden a las fuerzas armadas desconocer el mandato electoral, cabe recordar al presidente Goulart y señalar que independientemente de su manera de pensar, no merecía su gobierno terminar con un zarpazo que a la larga aplastó cualquier asomo de dignidad en el país.
Luis Daniel Álvarez V.
Internacionalista UCV, Doctor en Ciencias Sociales. Profesor en la UCV y UCAB. Director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV. Secretario General del CODEIV
@luisdalvarezva