Por Hugo Álvarez Pífano
El embajador Enrique Peinado Barrios marchaba en su automóvil, como todos los días, rumbo a las oficinas de la embajada de Venezuela en Georgetown, Guyana. Un océano atlántico gris recostado sobre el horizonte lucía bastante alejado de la línea de baja marea de la costa, esto era ocasión propicia para la apertura de compuertas y el vaciado de las cloacas de Georgetown que, como es sabido, corren abiertas a un lado de las calles de la ciudad. Miles de kilos de excremento, orines, restos de emuntorios y aguas residuales provenientes de defecaciones y abluciones intestinales, rendían su diario tributo al mar. Su Excelencia, llevó a la nariz su pañuelo de lino blanco mojado en agua de colonia, gesto evidente de una perceptible contrariedad que había ofendido su fino olfato, habituado al bouquet de los vinos, al aroma del foigrass recién cocido y a la fragancia de las trufas.
Más allá divisó la explanada con la vieja casa de su embajada, pero esta vez un escalofrío recorrió su espina dorsal: ¡Una manifestación! Sus ojos no podían creer lo que estaban viendo: centenares de personas, portadoras de pancartas y en actitud amenazadora, clamaban por algo que él no alcanzaba a comprender, así como así, de primera mano. La reclamación histórica de Venezuela sobre el territorio Esequibo, se encontraba en el programa de política internacional de Carlos Andrés Pérez -a quien él representaba- como uno de los más importantes objetivos y finalidades. Pero, una invasión de Guyana sin su conocimiento, era algo inconcebible. Descubrimiento de petróleo en la zona en reclamación, o concesiones a terceros para la explotación de otros recursos naturales en esa zona, tampoco. Había algo que el embajador de Venezuela no alcanzaba a entender en esa protesta. Otro elemento de análisis, allí no estaban los recios obreros del partido de Burnham, el jefe de estado, ni las huestes comunistas de Cheddy Jagan, líder de la oposición. Los protagonistas de esta protesta eran gente extraña. El embajador Peinado Barrios lucía sorprendido y estupefacto, más aún desconcertado. ¿Cómo es posible que esta desgracia al improviso caiga sobre mi sorpresivamente?
A este punto de la narración se hace necesario explicar, que el embajador de Venezuela Enrique Peinado Barrios no podía entender lo que estaba pasando, porque él ignoraba una serie de acontecimientos que habían ocurrido con el ministro consejero de su embajada, Lic. Nelson Urdemalas y que explicaremos a continuación: Cuando todo diplomático extranjero llega a Guyana, se le aconseja tener un perro para que le cuide su casa. Al diplomático Urdemalas, los guyaneses que son gente muy noble, le regalaron una perra vieja, a quien él le cogió un gran cariño. Los perros viejos tienen grandes resabios, recuerdos entretejidos con sus instintos, sus querencias, ellos suelen escaparse de la casa de sus nuevos dueños y así aconteció con la perra del Lic. urdemalas. Un día su querida mascota desapareció y Nelson publicó un mensaje de prensa ofreciendo 1000 USA dólares a quién diese información sobre la perra. Si Guyana es un país pobre y alguien ofrece 1000 dólares por noticias sobre una perra, imagínese el lector que ocurriría en Venezuela – en la actualidad uno de los países más atenazados por la miseria a nivel planetario- al ofrecer esa cantidad por noticias sobre el paradero de una perra. Se cuenta que una señora llamó al periódico y nadie contestó al teléfono y la dama protestó: cómo es posible que en un periódico nadie responda al teléfono, obtuvo una respuesta: todo el país está buscando la perra desaparecida del ministro consejero de la embajada de Venezuela.
Pues bien, la perra fue a parar a un burdel, propiedad de un proxeneta y homosexual, a quién llamaban “Merequetén” porque era sinuoso al caminar y tenía un tumbaíto suavecito y retozón. Este sujeto había leído en la prensa la oferta de recompensa por la perra y llamó a la embajada, donde le dijeron: traiga la perra y se le pagará. Merequetén era precavido, sabía que la mascota era oro en polvo y respondió: -No, yo no me atrevo a sacar esta cosita rica a la calle, venga el interesado a mi “negocio” Una buena estrategia, por lo demás, para mostrar a un miembro del cuerpo diplomático los productos de consumo inmediato que él ofrecía en su prostíbulo. Así fue como Nelson Urdemalas ingresó al más grande lupanar de Guyana “Arabian Night”, donde fue recibido por la prostituta estrella de la casa: Madama Scherezada Berry. La encargada por Merequetén de llevar a cabo la transacción.
Urdemalas apreció la belleza de Scherezada: las guyanesas, especialmente las que vienen de familias de la India, son mujeres bellas que saben cómo avivar los sentidos y hacer hervir la sangre de las venas. El diplomático se dijo a sí mismo: ¿Cómo voy a pasar la noche completamente solo en mi casa con la perra, si puedo disparar dos golpes de cañón, bien propinados, con esta experimentada mujer de una hermosura ubérrima? Acto seguido, se aproximó y le dijo:
-Me acerco a ti en urdida confidencia, una complicidad entre tú y yo, mi ardiente Scherezada, este será el preludio al más bello romance de las mil y una noche como presagia ese nombre hechicero: Scherezada. Yo soy tu Simbad el marino que llega a ti en su alfombra mágica encantada para hacerte feliz.
La muchacha guyanesa sintió en lo más hondo este ramalazo, su imaginación comenzó a agitarse y a Urdemalas le pareció que los vellos de los brazos de la chica se erizaron como pequeñas astas de banderas. Entonces pensó, aquí vengo yo con el remate, arranca que para esto yo si soy bueno: Te voy a dar a ti los mil dólares que prometí por la perra (dicho sea de paso, cosa que nunca hizo) te llevaré a Caracas, la sucursal del cielo y te haré sentir allá que te encuentras en el mismo cielo, comida exquisita, vinos, vestidos de marca y muchas flores.
Esto fue todo para la pobre muchacha guyanesa, ella también era un ser humano, con sus sueños, con sus esperanzas y su visión personal de un porvenir. Más allá de ser una prostituta era una mujer, con la carga emotiva y la responsabilidad que esta condición comporta, como el ejercicio del oficio más antiguo en la historia de la humanidad. A lo que contestó: -Yo sé que merezco algo mejor a este estercolero en que me encuentro, llévame contigo a Caracas, donde estoy segura que voy a meter en mis enaguas grandes cantidades de dinero, ganado con nobleza, a golpe limpio de cuchara. Al día siguiente salieron del burdel, Urdemalas, Scherezada y la perra. Sin pagar la recompensa, ni los dos golpes de cañón bien campaneados, tampoco el uso de las instalaciones propias de un motel de “alta rotativita”. Caída y mesa limpia. Una obra maestra de la diplomacia venezolana.
Pero, “merequetén” no era hombre de quedarse de brazos cruzados ante esta burla de un diplomático extranjero, inmediatamente convocó al Sindicato de Trabajadoras Sexuales (Sintrasex) y organizó la manifestación más grande que se haya realizado en la historia de Guyana frente a una embajada, estaba integrada por: prostitutas, proxenetas, maricones, lesbianas, bisexuales, gais, transformistas y afines. Toda esta especie humana se reunió frente a la Embajada de Venezuela. El gobierno de Guyana tuvo ese día, la oportunidad única de hacer con esa concentración humana trashumante un efectivo despistaje de sífilis, gonorrea, chancro de Ducrey, condiloma, sida y otras enfermedades de transmisión sexual.
Esta era la situación ante la cual debía hacer frente Enrique Peinado Barrios, embajador de Venezuela en Guyana, en esa calurosa mañana. Tenía que negociar con Merequetén quien, en primer lugar, rehusó a entrar a la embajada llamándola cuchitril. En efecto, mientras Brasil, Estados Unidos de América, la URSS (para la época) y China habían construido bellísimos edificios modernos para sus embajadas, (Reino Unido y Canadá poseían mansiones antiguas), el embajador de Venezuela que precedió a Peinado Barrios, dispuso de una gran cantidad de dinero que le asignó el presidente Luis Herrera Campins, suficiente para construir una moderna y funcional embajada, pero no lo hizo, prefirió comprar una casa vieja y muy mal conservada, ante cuyas puertas el proxeneta guyanés se negaba a posar sus voluminosos tarsos. De seguidas, Merequetén explanó sus consideraciones. Primera: el “Contrato de Prestación de Servicios Sexuales” no es un contrato sinalagmático, en el sentido en que derechos y obligaciones surgen a un mismo tiempo. En el Contrato Sexual como en el Contrato de Seguros, la obligación surge al tener lugar un hecho fortuito: en el seguro, un siniestro, en el contrato sexual, el orgasmo. Si su diplomático disparó dos efectivos golpes de cañón, paga factura doble. Otro aspecto: -necesito la devolución de Scherezada, porque su diplomático la tiene destinada, en beneficio propio, al cumplimiento de los mismos menesteres a los cuales yo la tengo asignada, en beneficio público. Tercero, se ha ofrecido una recompensa por la entrega de la perra. Yo invoco la regla “Pacta sunt servanda” base del derecho internacional, esto es: los compromisos se cumplen. Las obligaciones deben ser honradas, más aún para los diplomáticos. A esto se debe añadir, uso de instalaciones y gastos de transporte y refrigerio para los participantes en esta manifestación reivindicativa de derechos laborales. Para concluir, un aspecto final atinente a la cancelación de esta deuda, el embajador Peinado Barrios pagó hasta el último centavo, con cargo a una partida de gastos especiales. Asunto resuelto. Tal vez, esta fue la más delicada e importante negociación que Enrique Peinado Barrios realizó en toda su carrera diplomática.
A manera de información final, a raíz de este incidente el embajador Enrique Peinado Barrios fue trasladado a Panamá, cubierto en un manto de silencio; Nelson Urdemalas al servicio interno de la Casa Amarilla -donde continuó echando más vainas que una mata de acacia, hasta que Hugo Chávez Frías presidente de Venezuela, lo removió de un modesto cargo que ocupaba, por irresponsable e incompetente, y a veces todavía continua con sus loqueras, pues dice ser diplomático de carrera y miembro de una agrupación política nueva- Scherezada Berry vio truncados sus sueños de viajar a Caracas a ejercer el oficio más antiguo de la humanidad y la perra –la causante con Urdemalas de todo este drama- no se supo de su suerte, tal vez volvió a sus antiguas querencias. Pero, si esta historia es digna de tener una moraleja: esa es la pregunta que todos nos formulamos ¿Será que con estos patéticos diplomáticos venezolanos -incluyendo al que no quiso o no pudo construir una embajada digna para su país- alguna vez recuperaremos tan solo una brizna de paja, mecida por el viento venezolano, en ese inmenso territorio Esequibo, también siempre nuestro –eternamente de Venezuela- que una vez nos arrebató con perfidia el Reino Unido de Gran Bretaña?
Hugo Álvarez Pífano
Diplomático con carrera de 36 años en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela (1964-2000). Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Florencia, (1958-1963); Master en Derecho Internacional del Instituto de Formación Profesional e Investigaciones de las Naciones Unidas, Embajador de Venezuela en Guyana (1986-1990), Haití (1990-1992) y el Reino de Dinamarca (1995-1999); fue Director de Tratados;
Director de América; Jefe de Gabinete Es autor del libro “Manual de los Tratados Bilaterales de Venezuela” Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela (1972)
@hugoalvapi
Fotografía:
Necesaria aclaratoria sobre la nota:
Protesta ante la Embajada de Venezuela en Guyana de Hugo Alvarez Pifano.
Sadio Garavini di Turno
Inicié el artículo creyendo que se trataba de la manifestación, que a raíz del incidente de Anacoco en 1968, terminó con la invasión de las oficinas del Consulado y la quema de la bandera de Venezuela. Sin embargo, en un primer momento, fui gratamente sorprendido por el relato divertido y jocoso de una muy “diversa” manifestación de los años ’80. Pero en el relato se agrede inelegantemente al ya fallecido Embajador Enrique Peinado Barrios, sobrino del Dr. Gonzalo Barrios, quien evidentemente no puede defenderse. “De mortuis nihil, nisi bonum”. Sin nombrarme, también me acusa de haber comprado un inmueble de bajo nivel para la Cancillería de la Embajada, en cambio de haber utilizado esos fondos para construir una Cancillería más digna, como hicieron algunos otros países, como EEUU y Brasil. Por cierto, en años muy posteriores, a mi estadía en Guyana. Lo que realmente pasó es lo siguiente. A mi llegada a Georgetown, las modestas oficinas, pero funcionales, de la Cancillería (calificarlas de “cuchitril” demuestra la, poco seria y para mi inexplicable, voluntad de agredir) estaban alquiladas desde hace tiempo y fuimos sorprendidos en 1982-83, por la oferta de venta del propietario, quien nos manifestó que si no adquiríamos el inmueble debíamos entregarlo. Habría que recordar que los años de mi embajada en Guyana 1980-84 fue uno de los períodos más tensos en las relaciones entre los dos países. La tirante visita en abril de 1981, de Burnham en una Caracas “sensibilizada” por la crisis creada por la “Hipótesis de Caraballeda”, la denuncia del Protocolo de Puerto España, entre otras cosas, desataron una ofensiva de Guyana en todos los escenarios internacionales. Fue un período muy intenso de trabajo, con múltiples llamadas a Caracas. De acuerdo con el Canciller José Alberto Zambrano Velasco, consideré que no era absolutamente el momento para tener que ocuparme en mudarme de oficina y mucho menos iniciar la construcción de una nueva sede, por tanto se decidió aceptar la oferta del propietario. Los fondos que se destinaron a la compra fueron también muy modestos y hubieran quizás sido apenas suficientes para comprar el terreno.
Mi intención no es la de iniciar una estéril polémica con el Embajador Pifano, a quien no conozco, sino sólo dar la información de lo que realmente aconteció.
En mi escrito intitulado Protesta ante la embajada de Venezuela en Guyana, no he mencionado en ninguno de sus párrafos al embajador Sadio Garavini di Turno, dos órdenes de razones que explico a continuación, me han indicado no hacerlo: Cuando me desempeñaba como Embajador de Venezuela en Guyana (1986-1990) encontré en los archivos de esa Misión Diplomática un expediente sobre la adquisición del inmueble sede de las oficinas, en el mismo no figuraba en ningún documento el nombre del embajador Garavini como la persona que había adquirido la vieja casa en referencia. Así mismo, existía otro expediente sobre la compra de la residencia del Embajador de Venezuela en ese mismo país, una espléndida quinta, ubicada en la zona más lujosa de Georgetown (similar al Country Club de Caracas) con una maravillosa piscina de instalaciones apropiadas para el deleite de la familia, una cocina muy funcional y bellísimas salas de baño. Dos hermosos jardines con árboles frutales y arbustos florales de alta calidad. Generador de electricidad y aire acondicionado en todos sus ambientes. Curiosamente, tampoco existía en el legajo el nombre del Embajador que había adquirido esa propiedad del gobierno venezolano, muy superior en belleza y calidad a las residencias de Brasil, la Unión Soviética, Canadá y pare de contar. Hasta el sol de hoy sigo sin saber quien compró la residencia del embajador de Venezuela en Guyana, me hubiera gustado saber su nombre para mencionarlo y felicitarlo, pues el sí logró comprar un inmueble de inmejorables condiciones para beneficio de nuestro país.
Ahora bien, de pronto surge el Embajador Garavini y en una declaración asume la paternidad de compra de la vieja casa que sirve de sede a las oficinas y explica en forma muy clara y transparente todas las circunstancias adversas y situaciones negativas que impidieron la construcción de una embajada nueva -como hicieron otros países- y lo llevaron a adquirir una casa de muchos años de uso. De mi parte, me entero de estas circunstancias y situaciones, pero luego de sopesarlas me permito, muy comedidamente, llevar a la cortés atención del embajador Garavini, que sigo en la creencia -conforme al sentido común y a los intereses de nuestro país- que hubiera sido más conveniente construir una embajada nueva y funcional, que adquirir una casa vieja no construida para ser la sede de una embajada. Esta es tan solo una modesta opinión, que no debería ser considerada como un acto de agresión, ofensa personal, o falta de elegancia de mi parte.
Por lo demás, acepto la sugerencia de no polemizar sobre este asunto, pues la casa fue comprada. Algo más, no he sido yo quien llamó cuchitril a la embajada de Venezuela en Guyana, fue el proxeneta guyanés. Ese no es mi estilo. Finalmente, dice el embajador Garavini: “Al Embajador Pifano no lo conozco” Curiosamente, al embajador Garavini yo tampoco lo conozco y esta es la segunda razón por la cual nunca lo he mencionado en mis escritos.
Saludos , usted haciendo gala de su buen humor algo de gran importancia para la salud de las personas , se espera el embajador Peinado haya aprendido algo de esa vivencia y experiencia .