Por Félix Gerardo Arellano Porras

Félix Gerardo Arellano Porras

La obsesión por el poder constituye uno de los epicentros de la reflexión política, una temática de gran vigencia; sin profundizar en su densidad, podemos destacar que tal obsesión alcanza su más negativa expresión, en la medida que el gobernante logra conformar un régimen autoritario; lo que supone el control de las instituciones, al respecto, contamos con diversos ejemplos y, en estos momentos, el caso de Vladimir Putin resulta emblemático. También en los sistemas democráticos se presenta el síndrome y dependiendo de la solidez de las instituciones, se pueden activar más eficientemente controles y limitaciones; en la región encontramos algunos casos ilustrativos.

La obsesión por el poder constituye un pilar fundacional de los regímenes autoritarios, donde la lucha por el poder, alcanzarlo por cualquier vía, como la opción violenta y armada, que algunos la definen como revolucionaria, ha llenado de sangre la historia de la humanidad. Más recientemente se está extiendo la vía populista, es el caso de grupos radicales que aprovechando las oportunidades que ofrece la democracia, y manipulando con falsos discursos a la población, llegan al poder e inician un proceso de desmantelamiento de las instituciones para perpetuarse.

Actualmente encontramos un amplio espectro de gobernantes obsesionados por perpetuarse en el poder, que desarrollan estrategias para conformar regímenes autoritarios, controlar las instituciones y la sociedad en su conjunto. En tales casos, la represión constituye un instrumento fundamental. Al respecto destacan, entre otros, Kim Jong-un el joven dictador de Corea del Norte, la dictadura teológica del islamismo chiita en Irán, las dictaduras comunistas de China, Cuba o Vietnam o el perverso dúo de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua.

Ahora bien, el caso de Vladimir Putin en Rusia está alcanzando niveles impactantes, pues su personalismo, visión historicista y terrofaga de la dinámica política y, en esencia, la obsesión por el poder, lo están llevando a la destrucción de Ucrania, un pueblo libertario, emprendedor y pacifista. Además, no se detiene allí y amenaza a otros países fronterizos, con su obsesión por el control y la expansión. Incluso ha llegado al extremo de amenazar con el tema nuclear, para chantajear al mundo libre.

La obsesión de poder y su formación en el mundo del espionaje, lo han anclado en el pasado. Una visión historicista, determinista y anacrónica, que repite insistentemente para manipular y adoctrinar. Pero no todo el pueblo ruso sigue la línea y la protesta social contra la invasión no se detiene.  Como parte de la obsesión por el poder, resulta necesario exacerbar el nacionalismo, las falsas superioridades, la xenofobia y construir un mítico y glorioso pasado que se debe retomar.  

Otro elemento fundamental tiene que ver con la construcción de los enemigos externos, culpables de la destrucción de la gran nación y, sobre ellos, las peores expresiones como ejemplos de la perversidad. Manipulaciones que forman parte de las practicas comunes en la dominación política autoritaria y, con las nuevas tecnologías de las comunicaciones, particularmente con las redes sociales, se han potenciado facilitando las llamadas guerras hibridas de manipulación, desinformación y descalificación, para cohesionar a los fanáticos y debilitar las democracias y los valores liberales.

Pero pareciera que la obsesión de poder de Putin, se convierte en su peor enemigo y lo lleva a la construcción de escenarios equivocados. En el mes de enero del presente año, se albergaba la esperanza que Putin se podía transformar en el estadista de cambios en el orden de la seguridad europea. Utilizando la presión de las fuerzas armadas rusas rodeando Ucrania desde tres frentes, forzar la negociación de las condiciones de seguridad, en especial el papel de la OTAN; empero, la obsesión del poder a nublado sus cálculos y lo ha llevado a realizar el zarpazo de la invasión. Ahora se consolida como el invasor de un pueblo libertario.

Las obsesiones del poder seguramente le llevaron a dar por cierta, la tesis de la intervención quirúrgica. Entendida como una acción puntual, rápida y sin mayores costos; para dominar a Ucrania; lo que ha resultado un error. Entre los cálculos equivocados también se incluye la sobredimensión de las debilidades y contradicciones al interior de occidente, que permitirían repetir las experiencias de Georgia, Crimea y el Donbas, donde la reacción de occidente fue débil, en algunos casos indiferente. En el caso de la invasión a Ucrania, los hechos están demostrando lo contrario.

En estos momentos, paradójicamente Putin, luego de promover desde hace algún tiempo una guerra hibrida para debilitar las instituciones occidentales, la invasión de Ucrania está logrando la consolidación de la OTAN, la Unión Europea y el diálogo transatlántico y, lo que puede resultar más grave para su ego, también se está deteriorando su liderazgo mundial, incluso perdiendo admiración de algunos grupos radicales.

La soberbia también forma parte de la obsesión de poder, en tal sentido, Putin no reconoce errores, ni quiere pasar la página; por el contrario, opta por avanzar en la destrucción, asesinado un pueblo inocente. Es un nuevo Zar, ha acumulado mucho poder y seguramente sus asesores mienten para mantener sus privilegios. 

En nuestra región desafortunadamente también contamos con expresiones de la obsesión por el poder, de regímenes autoritarios, entre otros, los hermanos Castro y su camarilla en el poder, quienes por décadas han destruido la isla y reprimido su pueblo, que no cree en la farsa del “hombre nuevo”, como lo pudo demostrar en pocos minutos de libertad y profunda protesta popular, el 11 de julio del 2021. Una reacción espontánea y de alcance nacional que evidenció el anhelo de libertad y el rechazo a la dictadura. Pero el legítimo sueño de libertad está siendo reprimido brutalmente.

En la línea de la obsesión por el poder en marcos autoritarios, un lugar estelar lo ocupan la pareja de Daniel Ortega y Rosario Murillo destruyendo la democracia en Nicaragua y violentando profunda y sistemáticamente los derechos humanos de su población, mediante una represión feroz, con el objetivo de perpetuarse en el poder para beneficio de su familia y aliados.

La obsesión por el poder también afecta a los sistemas democráticos, pero la situación es cualitativamente diferente. El caso de Perú constituye un interesante ejemplo. La obsesión por el poder llevó al Presidente Alberto Fujimori a controlar las instituciones, incluso a utilizar la fuerza militar contra el poder judicial. Como parte del libreto autoritario, muy importante el cerco contra los medios de comunicación y la libertad de expresión.

Ahora bien, gracias a los pequeños espacios de libertad fue posible la difusión de la tenebrosa red que mantenía Vladimiro Montesinos, la siniestra mano derecha del Presidente Fujimori; incidente que, en un marco de presión interna e internacional, se convirtió en detonante que contribuyó a la conformación de un proceso de transición, además, la institucionalidad judicial asumió su papel y sometió a juicio al expresidente por la violación de derechos humanos fundamentales.

Luego de la presidencia de Fujimori, varios gobernantes peruanos, en la obsesión del poder, han realizado prácticas corruptas, pero el poder judicial ha demostrado su independencia y solidez y la gran mayoría han sido objeto de investigaciones, situación imposible en el caso de los gobiernos autoritarios.

La obsesión de poder pareciera ser un trauma de los Fujimori y sus hijos Keiko y Kenji se han enfrentado por el control del partido. Por su parte, Keiko, en su obsesión de poder, ha dilapidado su enorme popularidad, ha participado en tres procesos presidenciales, que ha perdido por un pequeño margen en la segunda vuelta (2011, 2016, 2021); reaccionando desde su curul en el Congreso con soberbia y propiciando la destitución de dos presidentes (Pedro Pablo Kuczynski y Martin Vizcarra).

Actualmente, en el espectro político peruano pareciera que la posición “todos contra Keiko”, en cierta medida está sosteniendo al frágil gobierno de Pedro Castillo, quien ya lleva dos intentos fracasados de destitución por parte del Congreso y, adicionalmente, pareciera vivir la metamorfosis de la ingenuidad a la obsesión de permanecer en el poder a cualquier costo.

También encontramos situaciones límite, como puede ser el caso del Presidente Nayibe Bukele en El Salvador, cuya obsesión de poder y amplio respaldo popular, están estimulando el progresivo desmantelamiento de la institucionalidad democrática, lo que seguramente conducirá a la conformación de un régimen autoritario que le permita perpetuarse en el poder.

En esta línea podríamos incluir los casos del Presidente Jair Bolsonaro en Brasil quien se ha lanzado a la reelección con una popularidad debilitada y está promoviendo un discurso de descalificación del órgano electoral, con el ánimo de debilitar la institucionalidad y, de ser posible controlarla. El Presidente Manuel López Obrador de México también pareciera estar asumiendo esa postura.

La obsesión de poder puede generar consecuencias impredecibles, como se puede apreciar en el caso del Presidente Vladimir Putin, por eso resultan fundamentales todos los esfuerzos que se puedan desarrollar en defensa y promoción de los valores liberales y la institucionalidad democrática.

Félix Gerardo Arellano Porras

Internacionalista y Doctor UCV, Ex Director y Profesor Titular de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV

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