Por Rafael Gallegos
Ni en su máximo delirio Fidel Castro soñó que los comunistas podían ganar elecciones en América Latina. Bastante que le costó organizarse y guerrear en la Sierra Maestra, tomar el poder y después engañar al mundo repitiendo “yo no soy comunista, yo no soy comunista”, intentando hacer creer que su revolución era democrática. Paralelamente adoctrinaba, entrenaba y armaba guerrilleros, y los enviaba para intentar derrocar sistemas democráticos a Venezuela, Colombia, Uruguay, Bolivia, Argentina y paremos de contar. Su meta era tomar el poder por la fuerza e implantar un comunismo tipo soviético. El mismo que años después se derrumbó por su propio peso.
Venezuela fue la cabeza de puente. El estadista Rómulo Betancourt liderando un grupo de valientes civiles y militares, le propinó una gran derrota. Al final, Castro fracasó en todas partes.
Dos lustros después, Allende, con su revolución socialista democrática (¿oxímoron?), fue una esperanza fallida para Castro. Luego en Nicaragua se consolidó la primera sucursal de Cuba. Unos muchachos que tumbaron a una sangrienta dinastía dictatorial y con el tiempo se convirtieron en unos dictadores peores que Somoza.
Hugo Chávez fue el primer líder socialista de la nueva era. Por cierto, cada uno de los votantes por Chávez, que asuma su barranco. Chávez abrió la ruta del comunismo electoral. En su gobierno utilizó los abundantes recursos petroleros para repartir bienes y servicios mientras destrozaba la institucionalidad y la economía. El resultado: esta Venezuela desvalijada. Toda una estrategia de destrucción para permanecer por siempre en el poder. El modelo cubano.
Hoy, corroborando a frase del Libertador “un pueblo ignorante es un instrumento de su propia destrucción”, los pueblos de Perú, Honduras, México, Bolivia y ahora Colombia, pasando por Argentina y Chile, están eligiendo, cual ratones de Hamelin, gobiernos socialistas, o mejor, neocomunistas. En honor de análisis imparciales, hay que aclarar que, en estos triunfos, también han influido los fracasos de las democracias en acabar con la pobreza y la improductividad de sus países.
En el balance, ha sido un gran triunfo del Foro de Sao Paulo, cuyo objetivo es imponer comunismos trasnochados en Latinoamérica. Y de paso, se han entreverado a un movimiento internacional: Rusia, China, Irán, fuerzas ilegales, etc.
Así, han teñido de rojo el mapa de nuestro subcontinente.
Claro que el rojo tiene variantes en cada país, desde el rojo intenso hasta el rosado. Nicaragua y Venezuela han sido os mejores alumnos de Cuba. En los otros hay matices ideológicos, o limitantes internas. En México, AMLO parece cercado por la institucionalidad. El chileno Boric, que resultó más de centro de lo que se esperaba, de todas maneras, no tiene muchos grados de libertad, las instituciones chilenas son sólidas y los militares están por lo menos muy pendientes. Petro, tendrá que andar derecho por la presencia de un ejército activo y muy curtido debido a su larga lucha contra el movimiento guerrillero. Sin embargo, sus primeras declaraciones indican que viene con todo lo que pueda en Colombia, y que hará un equipo implacable con Maduro contra los opositores venezolanos.
Cada país tiene su particularidad; pero todos son producto de una izquierda internacional que está siendo exitosa, y su intención última es implantar el modelo cubano en nuestros países… aunque sea por la vía electoral.
O la dirigencia democrática se pone las pilas (liderazgo más democracia más productividad y tendencia a pobreza cero), o nuestro continente se irá convirtiendo paulatinamente en otra Cuba, con el insólito apoyo de las víctimas.
Este menú rojo que están escogiendo los pueblos incluye expropiaciones que se convierten en desaparición de empresas, control de precios que deviene en escases, inseguridad que se refleja en devaluación e inflación, eliminación de medios de comunicación que construye una hegemonía comunicacional, ventajismos electorales que acaban con las elecciones vinculantes, intentos de reelección indefinida a fin de permanecer en el poder forever…
Es imprescindible que los líderes latinoamericanos luchen – en equipo- por el logro una Latinoamérica de países con elecciones libres, libertad de empresa y de expresión, separación de poderes, alternabilidad, enfoques productivos que generen desarrollo económico. Y que tomen como fundamental el desarrollo de estrategias de pobreza cero que acaben con el hambre y la marginalidad.
El nuevo péndulo parece ser democracias vs. autocracias. Es la hora de la internacional de las democracias.
Rafael Gallegos
Ingeniero Petrolero. Ex-gerente en PDVSA. Profesor del IESA. Miembro de Gente del Petróleo. Articulista. Coordinador Académico del Diplomado de “Diplomacia Petrolera y otras Energías” del CODEIV