Por Luis Daniel Álvarez V.
Quienes no vivimos la Crisis de los misiles en la década de los sesenta, debemos escudarnos en la literatura para poder entender lo que aconteció en ese momento. La conflictividad entre dos polos de acción y pensamiento -que dirimían sus controversias y construían sus hegemonías en recónditos lugares del planeta- estuvo a punto de pasar la línea roja de la cotidianidad y llevar a un escenario nunca visto y lleno de un cúmulo de tétricas posibilidades que hubiese, sin lugar a dudas, traído un panorama desolador. Los análisis que pululan sobre el tema se explayan en un conjunto de características y fenómenos que se resumen en cifras y datos duros.
Si bien lo escrito nos ayuda a entender lo acaecido diplomáticamente, no nos permite comprender del todo el fenómeno desde una perspectiva humana y cercana que surge al preguntarse por los pensamientos que atemorizaban a un mundo –ni remotamente globalizado como el actual, ni con el flujo tecnológico que permite conocer en tiempo real lo que sucede en cualquier confín del planeta- en el que se movían de un lado a otro cohetes, a los que se respondía con una retórica tan amarga como dura, que en cualquier momento podía desencadenar un ataque que en cuestión de minutos hiciera desaparecer el planeta.
Los que no vivimos aquellas horas de zozobra, pero anhelamos explorar esa dimensión humana, recurrimos a preguntar a aquellos que si estaban en el momento en el que estadounidenses y soviéticos estuvieron más cerca de “calentar” la Guerra Fría, teniendo en el grueso la respuesta de que se vivía una pesadez en el ambiente que hacía presagiar lo peor y que parecía hacer que cada instante que se vivía, era una prórroga en la existencia. En algunas familias se respiró una pesadumbre de tal envergadura, que los abrazos parecían evocar despedidas absolutas y adioses irremediables que las lágrimas no lograban frenar.
Como en aquella oportunidad la situación no pasó de ser un enorme susto, a quienes sobrevivieron a la zozobra, les repreguntamos sobre la realidad actual, en la que un personaje que gobierna Rusia, con actitud altanera, demencial y cruel, amenaza con exterminar ciudades, poblaciones e incluso usar armas nucleares “de ser necesario”. La inquietud gira en torno a indagar si la angustia actual es superior a la vivida hace décadas, cuando el mundo estuvo a punto de desaparecer. La respuesta deja atónito, pues más de una persona consultada señala que la coyuntura es peor, no solo por existir mayor capacidad para infligir daño, sino por la precaria actitud de liderazgo de muchos de los que están involucrados en las acciones.
Afortunadamente, la comunidad internacional ha actuado con firmeza para repudiar la actitud bélica e injerencista de Rusia, teniendo el cuidado de no pisar el peine de una guerra que pudiese llevar a inquietantes acontecimientos como los de hace décadas, con una letalidad mayor. De todas maneras, mientras las sanciones de todo tipo aíslan a quien trata de erigirse como un símbolo del absolutismo más duro, seres humanos sufren, mueren y son reconducidos a campos de refugiados o a algún escondite, mientras el fuego del mal quema sus ciudades, convierte en cenizas su memoria y trata de apropiarse de todo, de cualquier manera. Dios mediante, la humanidad saldrá bien librada de esta pesadilla, pero quedará pendiente la tarea de hacer que ¡nunca más!, personajes alejados de la libertad, la ética, la democracia y la justicia, tengan en sus manos la posibilidad de destruir el planeta.
Luis Daniel Álvarez
Internacionalista UCV, Doctor en Ciencias Sociales. Profesor en la UCV y UCAB. Director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV. Secretario General del CODEIV
@luisdalvarezva
Excelente artículo Luis Daniel . En él se reconoce que la experiencia de 1962 dejó enseñanzas para queienes administran la crisis actual en Ucrania. Ojalá el resultado no pqase del mismo gran susto de 1962