Diego Arria

La manipulación abusiva del Consejo de Seguridad por Rusia: Una amenaza para el Derecho Internacional

Por Diego Arria Ex Embajador de Venezuela ante las Naciones Unidas Por José Ignacio Hernández Investigador, Escuela Kennedy de Harvard El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tiene un papel fundamental en la promoción del Estado de Derecho y el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Sin embargo, durante la Presidencia rusa del Consejo, hemos sido testigos de sus flagrantes violaciones a los principios fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas y sus intentos por manipular al Consejo. Nada ilustra mejor este punto que el siguiente dato: mientras Putin invadía Ucrania en febrero de 2022, su representante presidía el Consejo. Esto fue solo el comienzo. Desde entonces, Rusia ha utilizado el Consejo de Seguridad para promover sus intereses, incluso si ello significa violar el Derecho Internacional. Recientemente, Rusia utilizó indebidamente la fórmula Arria para organizar una reunión del Consejo en la que María Lvova-Belova se dirigió al Consejo. Incluso, Rusia pretendió transmitir la sesión utilizando los medios de comunicación de la ONU, pero la transmisión no fue permitida. La fórmula Arria es un arreglo informal que otorga al Consejo mayor flexibilidad para recibir información sobre cuestiones relativas a la paz y la seguridad internacionales, tal y como ha sido aplicada desde marzo de 1992. Pero Rusia invocó este arreglo no para promover la paz y la seguridad, sino para difundir información errónea sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos contra los niños ucranianos, al invitar a Lvova-Belova, quien según la CPI es responsable del crimen de guerra del desplazamiento ilegal de niños ucranianos. La violación de la fórmula Arria es consecuencia de una grave desviación. Sobre la base de los valores fundamentales del Estado de Derecho incorporados en la Carta de las Naciones Unidas, y que son necesarios para mantener la paz y la seguridad internacionales, Rusia no puede presidir reuniones del Consejo que aborden la situación de Ucrania. Un valor universal clave del Estado de Derecho, aceptado por la Corte Internacional de Justicia, es que nadie puede ser juez en su propia causa (nemo iudex in causa sua). El Consejo de Seguridad debe estar sujeto a estos principios y a otros estándares básicos relacionados con la equidad y la justicia. Las especiales funciones que la Carta confiere al Consejo de Seguridad, ciertamente, justifican la modulación de esos principios para garantizar la protección de la paz y la seguridad. Sin embargo, vilipendiar estos principios para facilitar violaciones graves de los derechos humanos es censurable. La presidencia del Consejo de Seguridad proporciona a Rusia una plataforma única para promover su agenda de agresión en contra de Ucrania, permitiéndole actuar como juez en sus propias acciones. Lamentablemente, casos anteriores han demostrado que los procedimientos oficiales del Consejo, como el derecho de veto, pueden permitir la difusión deliberada de información falsa. Estas prácticas probablemente persistirán durante el mandato de Rusia como presidente rotatorio. Por ello, como declaró el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, esa presidencia es “una bofetada en la cara de la comunidad internacional“. Es urgente poner fin a las manipulaciones autocráticas del Consejo de Seguridad por parte de Rusia. Los procedimientos del Consejo deben guiarse por los principios universales del Estado de Derecho consagrados en la Carta, y no por el interés propio de ningún Estado miembro. La falta de acción socava la credibilidad y la eficacia del Consejo de Seguridad y amenaza los cimientos mismos de las Naciones Unidas. Es crucial que los otros miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a saber, China, Francia, Estados Unidos y el Reino Unido, asuman la responsabilidad y eviten que Rusia manipule al Consejo en favor de su propia agenda violatoria del Derecho Internacional. La defensa de los principios universales de justicia y equidad exige que estos miembros impidan que Rusia dirija las reuniones del Consejo para abordar la invasión de Ucrania. De lo contrario, el Consejo quedará reducido a una mera estructura formal carente de sentido. Diego Arria Economista venezolano – Diputado al Congreso de la República – Ministro de Información y Turismo – Gobernador del Distrito Federal – Presidente del Centro Simón Bolívar – Fundador de El Diario de Caracas – Embajador de Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas – Presidente del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas – Secretario general asistente y Consejero del secretario general de la Organización de Naciones Unidas Kofi Annan. @Diego_Arria

A manera de introducción

Por Diego Arria    “La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha dejado de existir”, nos anunció Yuli Vorontsov, embajador soviético en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la tarde del 25 de diciembre de 1991.    Los embajadores de Colombia, México, España y Venezuela habíamos sido convocados por Javier Pérez de Cuéllar a su residencia oficial como secretario general de la Organización de las Naciones Unidas. Desde hacía tres años nuestros gobiernos mediaban en las negociaciones directas entre el gobierno de El Salvador y los jefes del frente guerrillero Farabundo Martí para la Liberación Nacional MFLN para ponerle fin a una guerra que desangraba a esa nación centroamericana desde 1981. Era un último esfuerzo para terminar la redacción final del acuerdo con la esperanza de que las partes lo firmaran, a más tardar, el 31 de diciembre, último día del segundo período de Pérez de Cuéllar en su cargo.     Vorontsov interrumpió nuestra reunión con aquellas 10 palabras que resumían la sorprendente e  histórica noticia que nosotros recibimos con gran entusiasmo, que además de constituir el acta de defunción de la guerra fría, le arrebataba al MFLN el único respaldo que conservaban, lo que haría posible, que pasado casi una hora  después de la medianoche del 31 de diciembre, las partes firmaran el Acuerdo de Paz.         Guerra y terrorismo en el corazón de Europaes el testimonio de mi experiencia personal como embajador de Venezuela ante las Naciones Unidas y como presidente de su Consejo de Seguridad, responsable de asegurar la paz y la seguridad internacionales,  en aquellos tiempos de grandes cambios en la realidad política internacional. Había llegado a las Naciones Unidas a mediados de 1990, en plena agonía de la URSS, un suceso gracias al cual  cesaría la confrontación entre ella y Estados Unidos, que dominaba casi exclusivamente el funcionamiento del Consejo desde el fin de la segunda guerra mundial. A partir de ese instante crucial, pensábamos, que sin el sistemático veto de uno o del otro contrincante, el organismo podría finalmente ejercer su autoridad para entregarse de lleno a consolidar el imperio de la paz, de los derechos humanos, de la seguridad y de la soberanía de todas las naciones del planeta por igual. Una nueva realidad puesta a prueba con la invasión en agosto de 1990 de Kuwait por las tropas del régimen iraquí de Sadam Hussein, que sin la menor duda representó un punto de inflexión en la historia de las Naciones Unidas, en el que me correspondió asumir muy complejas responsabilidades.    Muchas de las páginas de este libro se refieren a las turbulencias que amenazaban la estabilidad del planeta y que no desaparecieron, como muchos creyeron que pasaría, tras desplomarse el imperio soviético. Perturbaciones que no solo serían efectos de aquel colapso, sino el estallido de desafiantes situaciones imprevistas, como las interminables secuelas de la Guerra del Golfo, la inestabilidad creciente en el Medio Oriente, el terrorismo como política de estado de Libia y la crisis de estado fallido en Somalia, por ejemplo, pero he decidido concentrar mi esfuerzo, al igual que hizo el propio Consejo de Seguridad en el análisis de los sangrientos conflictos bélicos que una vez más devastaron la región de los Balcanes después de la desintegración de la antigua Federación Yugoslava. Guerras alimentadas por las ambiciones territoriales y los odios étnicos de los ultranacionalistas dirigentes de Serbia, cuyo análisis, más allá de la propia significación del suceso, nos permiten aproximarnos a la nueva y muy decepcionante realidad que se manifiesta en las relaciones, a veces explosivas, entre los intereses de las grandes potencias y los de las medianas y pequeñas naciones, en las que la guerra y el terrorismo han pasado a ser factores determinantes de la ecuación, y en las insuficiencias de las Naciones Unidas como órgano encargado de ser el fiel de la balanza. Desequilibrios y carencias que desde aquellos años noventa dominan y enmarañan la agenda del Consejo de Seguridad.     Contra todas expectativas generadas por el derrumbe del muro de Berlín y el fin de la guerra fría, el Consejo de Seguridad no ha dejado de ser escenario de las graves tensiones que mantienen al mundo en perenne estado de alerta. Desencuentros de sus miembros permanentes y no permanentes, y la incomunicación entre los miembros más poderosos del Consejo y el resto de los estados miembros de la Organización, que han sido dejados al margen de las deliberaciones y arbitrajes más trascendentales; y por encima de todo, la desinformación como pieza clave del funcionamiento real del Consejo, suerte de sistemática indigencia institucional impuesta por los gobiernos más poderosos, que me honra haber contribuido a medio dejar atrás durante mi tránsito por la Presidencia del Consejo de Seguridad, en 1992, al promover lo que se denominó desde entonces “Fórmula Arria”, un mecanismo que el Consejo de Seguridad  viene utilizando hasta el día de hoy permitiendo una mayor transparencia a sus deliberaciones.  Me he esforzado en presentar  aquí un conjunto de reflexiones acerca de eventos que presencié, de las experiencias que me hicieron actuar y de las lecciones aprendidas para compartir un capítulo en la vida del mundo tal como puede observarse desde la perspectiva de las Naciones Unidas. Estas páginas también constituyen un testimonio de mi empeño por hacer prevalecer y dar sentido a los principios y valores humanos como hilo conductor de las relaciones internacionales. Expresión cabal de mi obsesión por hacer valer el criterio de que crímenes contra la humanidad, como el genocidio, el terrorismo, la limpieza étnica y la conquista de territorios por la fuerza no sigan violentando el orden internacional. De ahí los esfuerzos personales y profesionales que hicimos diplomáticos y altos funcionarios de pequeñas y medianas naciones miembros de la ONU para enfrentar muchas crisis, algunas de ellas de dimensiones insospechadas, incluso en el corazón de Europa, como las guerras yugoslavas, una de cuyas consecuencias ha sido y sigue siendo el terrorismo.    En este sentido, para mí resultó decisiva la oportunidad que me brindó haber encabezado la